Circularon como probables candidatos varios nombres. Uno de ellos el de Leopoldo Melo, senador por Entre Ríos, brillante en sus intervenciones parlamentarias, pero independiente en su criterio. No integraba, por tanto, el círculo yrigoyenista estricto, aunque no por ello dejaba de tener ascendiente y de merecer crédito en las filas radicales.
Otro de los que aspiraban a la presidencia era el ministro del interior, Ramón Gómez; pero un funcionario dcl gobierno, no era, según Yrigoyen, como la había dicho a la legislatura de Jujuy, candidato a cargos electivos.
El nombre de Honorio Pueyrredón fue llevado y traído también como candidato en los ambientes partidarios y los dirigentes de la provincia de Buenos Aires y de la capital postularon a Fernando Saguier, uno de los pocos que tenían gravitación en el caudillo con sus opiniones; Ernesto H. Celesia y Diego Luis Molinari, entre otros, apoyaban esa solución de Saguier.
Sonó igualmente el nombre de Vicente Gallo y hasta se formó un comité que auspiciaba esa candidatura, completada con Arturo Goyeneche.
Todos eran nombres de historia en el partido, de larga militancia radical y de probada fidelidad a Yrigoyen.
Cuando se acercó la hora de la decisión, Yrigoyen insinuó el nombre de Marcelo Torcuato de Alvear, el cual por su alejamiento de las divergencias internas en el partido, despertaba menos resistencias que cualquier otro.
A fines de 1921 se proclamó la fórmula de la Concentración Nacional Conservadora, con los nombres de Norberto Piñero y Rafael Núñez.
El 10 de marzo de 1922 se reunió en la Casa Suiza de Buenos Aires la convención nacional de la Unión cívica radical, presidida por Francisco Beiró, con Ricardo Aldao y Belisario Hernández como vicepresidentes y José Minuto, Felipe S. Pérez, Justo Inchausti y Juan B. Fleitas como secretarios. Al día siguiente se proclamaron los candidatos en el teatro Nuevo; Marcelo T. de Alvear reunió 139 votos, Fernando Saguier 18, Ramón Gómez 12, Vicente Gallo 9, José Luis Cantilo 4 y Tomás Le Bretón 2. La vicepresidencia recayó en Elpidio González por 102 votos, contra 28 de Ramón Gómez y 22 de Arturo Goyeneche. Quedó firme, pues, la fórmula Marcelo T. de Alvear-Elpidio González para la próxima presidencia de la Nación. El candidato triunfante en la convención del partido telegrafió desde París aceptando la designación.
En febrero de 1922 entró en funciones el nuevo comité nacional del radicalismo, presidido por el senador nacional riojano David Luna, con Eudoro Vargas Gómez y Eufrasio Loza como vicepresidentes y Eduardo Corvalán y Jacinto Fernández como secretarios.
Algunos dirigentes que se habían distanciado entretanto de Yrigoyen constituyeron el partido radical principista, en el que figuraban Miguel Laurencena, ex gobernador de Entre Ríos; Marcial V. Quiroga, diputado sanjuanino; Pedro Lanús, senador nacional por Córdoba; Daniel A. Fernández, el jefe de la revolución radical en Córdoba en 1905; Joaquín Castellanos, ex gobernador de Salta; Benjamín Villafañe, Carlos F. Melo, Pablo Calatayud, Domingo Medina y otros. En una asamblea celebrada en Córdoba con delegados de la capital federal, cordobeses, salteños, jujeños, riojanos y sanjuaninos, se proclamó la fórmula presidencial Miguel Laurencena-Carlos F. Melo.
Los socialistas propusieron a Nicolás Repetto como candidato y los demócratas progresistas a Carlos Ibarguren.
El 12 de abril se realizaron las elecciones presidenciales en todo el país; la Unión cívica radical obtuvo 450.000 sufragios contra 200.000 de la concentración nacional conservadora, 73.000 del partido demócrata progresista y otros tantos del partido socialista; el partido radical principista recogió 18.000 votos. Los radicales ganaron en todos los distritos a excepción de Corrientes, Salta y San Juan.
Yrigoyen hizo entrega del mando al nuevo presidente Marcelo T. de Alvear el 12 de octubre y al salir de la Casa de gobierno una multitud clamoreaba su nombre y le acompañó hasta su domicilio. El mito siguió rodeándolo como un nimbo; era para grandes masas un símbolo.
De nada sirvieron las elucubraciones y elogios apasionados del viejo régimen, de las minorías selectas, consagradas por la tradición, ante el cambio político y social que inició Yrigoyen; de nada valieron las pinturas tétricas de la plebe, del populacho, de la chusma, que acompañaban al antiguo conspirador. Se había abierto la puerta hacia un nuevo porvenir. Luis Reyna Almandós, que fuera asesor del gobierno de Buenos Aires, escribió varios libros sobre el peligro para la ventura de la patria que se encarnaba en Yrigoyen, Hacia la anarquía (1918) y La demagogia radical y la tiranía (1916-1919). Una clase hasta allí marginada, ignorada, la clase media, había sido incorporada a la vida pública del país; otra clase, el obrero, el proletario, acremente combatida cuando reclamaba derechos elementales, fue alentada por el soplo de la esperanza. Por un lado, el endiosamiento, por el otro la diatriba, la injuria, el denuesto soez. Y los que acusaban al tirano Yrigoyen, lo hicieron en un clima de absoluta libertad de expresión, y fueron preparando el terreno para que ese clima se desvaneciese un día.