En los primeros días de 1919 se inició un nuevo conflicto que duró varios meses entre la Federación obrera marítima y el Centro de cabotaje argentino; pero lo que pasó a la historia como semana trágica de Buenos Aires superó todo lo hasta allí conocido.
El 2 de diciembre de 1918 se produjo un conflicto por reivindicaciones de las normas de trabajo y mejores salarios en la Compañía argentina de hierros y aceros Pedro Vasena e hijos. Una pequeña minoría del personal de la empresa se opuso al movimiento y el trabajo prosiguió con dificultades de toda suerte. Al prolongarse el movimiento era inevitable que se produjesen choques entre los huelguistas y los rompehuelgas. La casa en conflicto poseía grandes depósitos en el barrio de Nueva Pompeya y para llegar allí desde los talleres en la calle Cochabamba había que cruzar todavía grandes baldíos , la relación continua entre los depósitos y los talleres era vital para el funcionamiento de éstos, aunque fuese parcial.
El 3 de enero, doce chatas de los talleres Vasena, custodiadas por agentes de caballería, fueron atacadas por los huelguistas, intercambiándose numerosos disparos, resultando muerta una mujer ajena al conflicto. En otro tiroteo, el 5 de enero, murió un cabo de la guardia de caballería y hubo varios heridos. Se produjeron intentos de sabotaje en perjuicio de la empresa Vasena y para prevenirlos fueron acampados diez agentes de la guardia de seguridad a caballo y un destacamento de 30 bomberos armados con máusers.
Vista del conjunto arquitectónico de Cochabamba y La Rioja de los talleres Vasena en el momento de máximo desarrollo hacia 1900, concluida la Semana Trágica y con una frágil calma entre el directorio de Vasena y sus obreros obtenida luego de que éste accediera a parte de sus reclamos, los Talleres fueron adquiridos por otra empresa y el edificio de Cochabamba y La Rioja al poco tiempo fue vaciado y desmantelado. En el año 1926 el predio fue adquirido por la Municipalidad porteña, procediéndose luego a la demolición y la creación en el lugar dela Plaza Martín Fierro, inaugurada en 1940.
El día 7 fueron atacados nuevamente por los huelguistas los conductores de las chatas a quienes habían tratado en vano de persuadir para que se plegaran a la huelga. La policía abrió fuego contra los obreros y resultaron cinco muertos, uno de ellos a sablazos, y numerosos heridos, algunos graves; La Nación habla de 20; La Vanguardia de 30. No hubo víctimas entre la policía y los bomberos.
El 8 de enero realizó la Cámara de diputados su primera sesión del período extraordinario y Nicolás Repetto fundamentó una minuta dirigida al poder ejecutivo en la que sostenía que la mitad de las huelgas obreras tenía por causa la obcecación de quienes se negaban a reconocer la existencia de las sociedades gremiales.
Ante los sucesos del 7 de enero, el ministro del interior, Ramón Gómez, citó en el departamento de policía a Alfredo Vasena y a una delegación de huelguistas; en esa reunión se convino en aumentar los salarios un 12 por ciento, y se prometió no tomar represalias contra los huelguistas.
Los muertos y heridos de las primeras horas de la tarde del 7 produjeron en los medios obreros una incontenible irritación. En solidaridad se dispuso una huelga general marítima y fueron acuarteladas las tropas de la Prefectura de puertos, estableciendo severa vigilancia en la dársena norte y en la zona del Riachuelo. La Sociedad de resistencia metalúrgicos unidos declaró la huelga general del gremio para acudir el 8 al sepelio de los muertos de la víspera; lo mismo hicieron la F.O.R.A. del quinto congreso y la del noveno congreso. El paro fue total.
El gobierno, o mejor dicho el general Dellepiane, que actuó motu propio, distribuyó en la ciudad efectivos de la guarnición militar e hizo llegar fuerzas de la segunda división de Campo de mayo. La agitación popular era intensa a pesar de los calores sofocantes de aquellos días y menudearon los hechos de fuerza y las agresiones de la irritación dominante. No fue un movimiento pre-parado, disciplinado, controlado, sino una explosión espontánea irreprimible.
El 7 de enero de 1919, por la tarde, 6 chatas que salían de los depósitos eran seguidas por gran número de huelguistas, quienes acompañados de sus mujeres y de sus hijos reclamaban a los carreros que abandonaron su papel de rompehuelgas. “La caravana pasó frente a la escuela situada en la esquina de Alcorta y Pepirí, donde desde algunos días antes habían quedado acantonados veinte bomberos armados y diez “˜cosacos’ de la guardia de seguridad. Se inició entonces un violento tiroteo, de origen incierto -ya que huelguistas y uniformados se achacaron mutuamente la agresión-, que duró más de una hora. La llegada de tropas de refuerzo que establecieron una línea de tiradores de seis cuadras y patrullaron intensamente toda la zona puso fin al incidente. Un obrero apareció muerto a sablazos en medio de la calle y otros cuatro fueron víctimas de los disparos -algunos en el interior de su propia casa-; entre veinte y cuarenta heridos escaparon con vida y no hubo detenciones. Las fuerzas armadas no registraron más que un herido leve”
Los muertos y heridos de las primeras horas de la tarde del 7 produjeron en los medios obreros una incontenible irritación. En solidaridad se dispuso una huelga general marítima y fueron acuarteladas las tropas de la Prefectura de puertos, estableciendo severa vigilancia en la dársena norte y en la zona del Riachuelo. La Sociedad de resistencia metalúrgicos unidos declaró la huelga general del gremio para acudir el 8 al sepelio de los muertos de la víspera; lo mismo hicieron la F.O.R.A. del quinto congreso y la del noveno congreso. El paro fue total.
El cortejo fúnebre partió del comité de huelga metalúrgico, con millares de trabajadores, y la columna fue engrosando en su recorrido hasta convertirse en una muchedumbre imponente. Se produjeron desmanes, algunos de resonancia, como el de la Casa de Jesús, en la calle Corrientes, entre Lambaré y Yatay, que quedó deshecha. Fueron atacadas varias comisarías a lo largo del trayecto hasta la Chacarita. Los 5 muertos del cortejo fúnebre se multiplicaron muchas veces, sin contar los heridos.
El 9 de enero continuó el paro en forma total en la capital, en poblaciones circunvecinas y en ciudades del interior.
El diario anarquista La Protesta se encargó de divulgar haciendo un llamado a los trabajadores “Sin falta, trabajadores, vengad este crimen. Dinamita hace falta ahora más que nunca. Esto no puede quedar en silencio. No! Y mil veces No! El pueblo no se ha de dejar matar como mansa bestia. Incendiad, destruid sin miramientos obreros; Vengaos, hermanos! El crimen de las fuerzas policiales embriagadas por el gobierno y por Vasena clama el estallido revolucionario. Espantemos las gallinas, camaradas, y manos a la obra . . .”.
Elpidio González, interventor federal en Mendoza, fue designado jefe de policía de la capital y procuró entablar el diálogo con las partes en conflicto, pero no logró ningún resultado positivo. En las masas populares primaba el espíritu de represalia y de protesta y en la clase patronal no se veía otra solución que la de las tropas del ejército en acción decisiva
Los incidentes se extendieron a Lanús, Valentín Alsina y Avellaneda y también a Rosario, Santa Fe y otras ciudades del interior. La capital quedó paralizada, las calles vacías, perturbadas sólo por algún vehículo custodiado por tropas; los negocios cerraron sus puertas y los cañones del ejército fueron emplazados estratégicamente. Se hallaban acantonados en la ciudad los regimientos 1, 2, 3, 4 y 8 de infantería, el 1 de caballería, el 1 de ferroviarios y uno de obuses, las escuelas de tiro y de suboficiales y además 2.000 marineros. Yrigoyen entregó entonces el mando de todas esas unidades al general Luis J. Dellepiane, que se instaló en el departamento de policía, en el que se había producido pánico a causa de tiroteos sostenidos en la plaza Congreso y en sus proximidades.
Conscriptos de la Escuela de Tiro al frente de la Comisaria 24 de Buenos Aires, enero de 1919. (Archivo General de la Nación.)
La presencia de Dellepiane impuso un principio de orden en las fuerzas policiales desmoralizadas y sin control. Las centrales obreras que se habían adherido al movimiento fueron desbordadas por las masas de todo origen. En la noche del 11 se entrevistó Dellepiane con el secretario de una de las centrales, la F.O.R.A. del noveno congreso; Sebastián Marotta, que manifestó que "solo se solidarizaba con los actos propios de la clase obrera, rechazando. toda responsabilidad con actos como el asalto al correo y al departamento de policía".
Casi al mismo tiempo recibió Yrigoyen en su despacho a Alfredo Vasena y le pidió que aceptase el pliego de condiciones de los obreros, y con esa promesa ordenó que fuesen puestos en libertad los detenidos no sometidos a la justicia. Ya el 11 por la noche se tenía la sensación de que el movimiento popular se había aplacado, por cansancio más que por la acción militar y policial represiva. La F.O.R.A. del noveno congreso exhortó a la vuelta al trabajo, lo mismo que el partido socialista, recomendando que se evitasen excesos inútiles y perjudiciales. Todavía hubo disturbios y ataques en los barrios obreros, pero en la protesta de la semana trágica no hubo ningún plan ulterior y tampoco una dirección; fue una respuesta espontánea irritada contra las matanzas de obreros.
Un oficial de policía, en un relato sobre los sucesos, calcula en unos 800 los muertos; otras fuentes aseguran que pasaron del millar, con unos 4.000 heridos. Los prontuarios en todo el país en esa ocasión ascendieron a unos 55.000.
Comienzo del incendio en los talleres metalúrgicos de Vasena, enero de 1919. (Archivo General de la Nación.)
El 12 la ciudad apareció tranquila, aun cuando todavía en el curso de la jornada se produjeron hechos de fuerza y tiroteos entre la policía, las tropas y los obreros. Los huelguistas de la casa Vasena volvieron al trabajo; la jornada sería de ocho horas como máximo; se aumentó un 20 por ciento los salarios de mis de 4,89 pesos diarios, y un 30 por ciento para los que ganaban entre 3 y 4,89, y de 10 por ciento para los que ganaban entre 5 y 6 pesos. El trabajo extra sería voluntario y el dominical recibiría un ciento por ciento de prima. Quedó suprimido el trabajo a destajo y no habría represalias contra los huelguistas.
En Rosario la situación dio motivo a nuevas alarmas; en Cañada de Gómez la jefatura de policía fue tomada por los obreros en huelga y se nombraron nuevas autoridades; en Casilda fue sofocado un intento similar. Tam bién en Córdoba se declaró la huelga general y hubo incidentes con heridos y numerosas detenciones.
En la efervescencia de aquellos sucesos imprevistos surgió la Liga patriótica argentina, constituida en el Centro naval, con la presidencia del vicealmirante Domecq García, con Rodolfo Medina y Pedro Echepare como secretarios. Asistieron a la asamblea constitutiva Raúl Sánchez Elía, Jorge Artayeta, Federico Leloir, Manuel M. de Iriondo, Alejandro Schoo (h), A. González Oliver, Enrique Green, Rodolfo Lagos, Jorge Manzano, Teófilo Fernández, Eduardo Navarro Loveira, Juan C. Gallego y Luis Agote, los capitanes de navío Tiburcio Aldao y Jorge Yalour, el mayor Justo E. Diana y los sacerdotes Agustín Piaggio y Miguel de Andrea. La comisión directiva fue presidida por Manuel Carlés con Luis Zuberbühler, Rodolfo Medina y Eduardo Munilla en los cargos de mayor responsabilidad. Funcionó desde entonces como un cuerpo paramilitar que suscitó, con sus intervenciones y provocaciones, como en Gualeguaychú, en la propia capital federal, en los ambientes agrarios de Córdoba y Santa Fe y en otros lugares, una situación que no favorecía la obra de ningún gobierno.
Al declinar el movimiento tumultuario hicieron su aparición núcleos de jóvenes de la sociedad que se dedicaron a la práctica de las represalias. Para ello se inventó la fantasía de un complot marxista y se hizo aparecer a supuestos jefes del mismo, de apellido ruso; así se justificaron ultrajes y asesinatos en los barrios judíos de la capital. El vicealmirante Domecq García hizo llegar al general Dellepiane la lista de los integrantes de una legión cívica, dispuestos a prestar su ayuda cuando ya era innecesaria.
Obreros y mujeres del comité feminista acompañando el cortejo fúnebre,enero de 1919. (Archivo General de la Nación.)