La Argentina de la primera presidencia de Yrigoyen no era la misma de los últimos decenios del siglo XIX, cuando sus destinos, para bien o para mal, dependían del arbitrio de unas minorías que fueron llamadas oligárquicas; el resto era la peonada de las estancias y el proletariado sin voz y voto en el capítulo.
Pero ahora una clase media creciente reclamaba su puesto al sol, su participación en la vida pública, de la que estaba excluida; su fuerza numérica era considerable y su preparación intelectual y profesional no podía ser pasada por alto.
Por otra parte, las organizaciones obreras habían agrupado masas importantes y luchaban con las armas propias por una condición más tolerable, en lo político, en lo económico y en lo social, en las ciudades y también en el campo, en los obrajes, en los yerbales. La necesidad de hacer frente a métodos represivos de singular violencia no habían aminorado su desarrollo, fruto del propio desarrollo, de las actividades económicas.
Además se había producido una oleada de esperanza en el mundo del trabajo al aparecer en el horizonte la revolución rusa de octubre de 1917; y los movimientos revolucionarios de Alemania, Italia, España no podían dejar de tener eco en los trabajadores de la Argentina.
El movimiento obrero no había sido reconocido plenamente como integrado por seres humanos con derechos básicos; lo que había logrado en mejoras y en reconocimiento fue el resultado de sus afanes y de sus sacrificios, fruto de un cultivado espíritu de solidaridad y de un esfuerzo tenaz de lucha por la supervivencia; y todo podía extinguirse en cuanto decreciera la combatividad y la cohesión de los organismos obreros.
Yrigoyen no puede ser acusado de antiobrero; su ideología krausista lo llevaba a una visión conciliadora y humanista. Rechazaba la injusticia social, denunciaba la especulación y la explotación sin freno.
Quería mantenerse equidistante en las pugnas entre el capital y el trabajo, y no puso por sistema el peso de la fuerza pública en beneficio de los sectores capitalistas, como había sido la norma hasta allí, por incomprensión de los gobernantes y de sus agentes. Podía ser árbitro en las diferencias y conflictos si se le reclamaba como tal, pero no quería intervenir a título de jefe del Estado y reforzar de ese modo el poder del estatismo intervencionista. Opinaba, sin embargo, que "es irritante la desigualdad entre la riqueza deslumbrante frente a la pobreza y a la miseria extremas".
El secretario general de "La Fraternidad", José San Sebastián, y delegados se dirigen a la Casa de gobierno, durante la huelga ferroviaria de 1917. En La Nación.
Hubo una gran huelga ferroviaria entre septiembre y octubre de 1917, en respuesta a represalias tomadas contra los obreros que habían intervenido en conflictos laborales en los talleres ferroviarios de Rosario y Pérez unos meses atrás, conflictos en los que no habían faltado choques violentos entre las fuerzas policiales y los obreros.
Yrigoyen se negó al requerimiento de las llamadas fuerzas vivas, que le propusieron que hiciese desembarcar a los fogoneros y maquinistas de los barcos de guerra para romper de esa manera la huelga ferroviaria que ocasionaba graves perjuicios a los intereses comerciales e industriales. Dijo a los representantes de las empresas: "¿Esta es la solución que traen ustedes al gobierno de su país, surgido de la entraña misma de la democracia? Entiendan, señores, que los privilegios han concluido en el país. No irá el gobierno a destruir por la fuerza esta huelga que significa la reclamación de dolores no escuchados".
Intervinieron en las huelgas todos los sectores del trabajo, públicos y privados, industriales y agrarios, comerciales y del transporte, y se extendieron a todos los ámbitos del país.
Puerta principal del ferrocarril central de Córdoba custodiada por 12 policía, enero de 1919. (Archivo General de la Nación.)
En agosto-septiembre de 1917 fue paralizado el puerto de Buenos Aires en solidaridad con un conflicto gremial marítimo en Montevideo; se interrumpió por consiguiente todo el tráfico de cabotaje con los puertos uruguayos.
En el mismo período hubo una huelga de correos y telecomunicaciones, que se prolongó al con-tar con el apoyo moral y material de los otros gremios; terminó el 25 de septiembre con la readmisión de los empleados que habían sido sancionados.
En septiembre fueron a la huelga los tranviarios de Córdoba y la empresa reclamó el apoyo de la fuerza pública para proteger los vehículos que saliesen con personal adventicio; la intendencia inició por su parte, con empleados municipales, la movilización de los tranvías con tracción a sangre y la protección de guardas y conductores con otros empleados a caballo y armados; el procedimiento irritó a los huelguistas y se produjeron hechos de sangre con varios heridos de ambos bandos en el puente Avellaneda y en otros lugares
En diciembre de 1918 se produjo una huelga policial en Rosario causada por el atraso en los pagos de sus haberes; se plegó a ella el 90 por ciento de los agentes le infantería y el 60 por ciento de los agentes del escuadrón. Tropas de Campo de mayo fueron enviadas a Rosario para prevenir mayores desórdenes.
Policía montada de custodia en el puerto de Buenos Aires durante el movimiento de enero de 1917. (Archivo General de la Nación.)