Su fecha de nacimiento es desconocido hasta hoy, se cree que nació cerca del 1780 en la Provincia de Tucumán. Para 1806, y en vísperas de la Primera Invasión Inglesa, circunstancia en la cual su nombre quedaría grabado para siempre en la historia, figuraba casada con "el cabo de Asamblea José Miranda, asturiano", y residía "en el segundo Cuartel, 6ª manzana, vereda al este", de la ciudad de Buenos Aires. Es decir, sobre calle Reconquista, antes de llegar a la esquina de Av. Corrientes. En otras palabras, Manuela era vecina de Ana Perichon, la afamada amante de Santiago de Liniers, que vivía a metros de su casa. En las inmediaciones se instalaría después su comprovinciano, el diputado a la Junta Grande por Tucumán, Manuel Felipe Molina. Los historiadores creen que huyo a Buenos Aires para escapar a la condena social que le significaba haber sido madre soltera de un niño bautizado el 6 de mayo de 1798, con el nombre de Juan Cruz.
Su nombre completo era "Manuela Hurtado y Pedraza", pero era conocida por todos como "Manuela la Tucumanesa" (viejo estilo de "Manuela de Tucumán"), cuando lucho por defender Buenos Aires, o simplemente Manuela Pedraza.
Sus padres fueron Alejandro Hurtado y Juana Petrona Hurtado; quienes era probable que hayan sido primos, que recibieron dispensa especial del obispo para casarse durante la segunda mitad del Siglo XVIII.
Pedraza participó en la más grande, y por último, la batalla de la reconquista; se llevó a cabo durante tres días; 10, 11 y 12 de agosto de 1806. Combatió encarnizadamente en las calles de Buenos Aires para reconquistar la ciudad que estaba a manos de los usurpadores ingleses.
Todos participaron en la lucha, las mujeres con el mismo fervor que los hombres, entre ellos se incluye a Juan Manuel de Rosas, que tenía, a la sazón 13 años, y participó con heroísmo en la misma.
Cuando el combate había llegado a su culminación en la plaza mayor (Plaza de mayo), donde las fuerzas al mando de Liniers trataban de tomar la Fortaleza (Casa Rosada), que era el último bastión en donde se habían atrincherado los invasores británicos, una mujer del pueblo se destacó entre los soldados, uno de los cuales era su marido, a quien había resuelto acompañar. La metralla no la acobardó.
Por el contrario, se insertó, junto al batallón de Patricios, en medio del fuego de metralla inglés y con un fusil mató a los enemigos usurpadores de la ciudad. En el segundo día de la batalla, 11 de agosto de 1806, durante el combate, el marido de Manuela cae mortalmente herido por un disparo de un soldado británico. Manuela tomó el fusil que dejó caer su marido, y con esa arma, mató, a su vez, a quien había disparado contra su esposo.
No contenta con ello persigue al pelotón enemigo y mató a otro soldado inglés de un bayonetazo. Luego le arranca el fusil, que presenta, después, como trofeo a Liniers.
Una anécdota de la reconquista de Buenos Aires en 1806, de la que existen documentos, relata que cuando Liniers atravesó la Plaza, dirigiéndose a tomar posesión del fuerte de Buenos Aires, recién rendido por los ingleses, luciendo su uniforme con jirones y agujeros atravesados por tres balas, signos de la dura lucha empeñada, iba acompañado por una entusiasta turba que lo vivaba y milicianos en su mayoría desarmados, su atención se dirigió hacia esta brava mujer, que le presentó al Reconquistador el fusil con el cual ultimara a un soldado británico, llorando la muerte de su marido, caído en acción.
Concluida la lucha con las fuerzas hispano-criollas y la capitulación incondicional de los invasores, Manuela Pedraza entrega el fusil capturado, al héroe de la reconquista, Liniers y éste, en su parte de triunfo remitido a la metrópoli, expresó sobre ella en uno de sus párrafos que su lucha no debe ser olvidada. Aunque se la elogia, su humildad no parece hacer necesario el averiguar su apellido para reconocimiento de la posterioridad. Pero la tradición popular se encargo de conservarlo y hoy la placa de una calle porteña lo sigue recordando. Y la heroína es recompensada con el grado de alférez y goce del sueldo correspondiente. A través de los episodios de las dos invasiones, la de 1806 y la de 1807, se la ve reaparecer muchas veces, siempre aguerridamente esforzada, entusiasmando con su palabra y con su acción a los reconquistadores primero y a los defensores, después, en las calles porteñas ensangrentadas por la lucha. Calles que recorría animada de ira ardiente, trágica en su rebeldía, apasionada e inquietante, incitando a los pusilánimes a levantarse contra los invasores o a los combatientes a luchar sin tregua.
Y entre uno y otro episodio, quizás liderando el conjunto de mujeres patriotas que improvisaban uniformes para las fuerzas que se preparaban a repeler al invasor y, sobre todo, para las del criollo regimiento de Patricios o para las del humilde de Pardos y Morenos. Así nos la presenta Héctor Pedro Blomberg, durante ese período:
"Fue ella, Manuela la Tucumana, quien asistió, feliz y entusiasta, a la rendición de la espada del invasor en 1807, y fue la mano áspera de Manuela la que estrecho conmovido a don Hilarión de la Quintana cuando fue a hacer entrega del arma a Liniers, el héroe de aquellas inmortales jornadas, en presencia del pueblo rumoroso de Buenos Aires"
Al término de la lucha, Liniers en el parte al Rey de España, específicamente al ministro Manuel Godoy (el "Príncipe de la Paz"), en la Corte de España, relatándole sobre la gesta de la Reconquista informa:
"No debe omitirse el nombre de la mujer de un cabo de Asamblea, llamada Manuela la Tucumanesa, que combatiendo al lado de su marido con sublime entereza mató un inglés del que me presentó el fusil"
El parte de Santiago de Liniers se encuentra en el Museo del Cabildo. Atendiendo a la precaria situación económica de Manuela. Santiago de Liniers se preocupó especialmente para que Manuela Hurtado y Pedraza tuviera un merecido reconocimiento, por parte del Rey de España y del Cabildo de Buenos Aires.
“La Tucumanesa”, así convertida en heroína nacional buscará la merecida gratitud. Así aparece prontamente un oficio, fechado el 25 de mayo de 1807, por el Cabildo porteño que atendía una nota que le hiciera llegar Santiago de Liniers. El héroe recomendaba el mérito de “doña Manuela Urtado y Pedraza, que sirvió en esta capital en clase de Soldado Blandengue”.
En consecuencia, la corporación le acordó a doña Manuela una gratificación de $50, por única vez, así igualmente el goce del prest (sueldo), de $ 10 mensuales (a partir del mes de junio), como “Soldado del Cuerpo de Artillería de la Unión”; en tanto el enfrentamiento con Inglaterra se siguiera extendiendo. Del cumplimiento de dicha última gratificación, genera incertidumbre una presentación de la firma autógrafa de “Manuela Urtado y Pedraza, natural de Tucumán y avecindada de la Ciudad de Buenos Aires”; solicitando se le entregue una suma del caudal de presas a que se consideraba acreedora. El 5 de junio de 1807, Liniers, en una providencia marginal del documento, ordenó que se pasara el oficio a los Ministros de la Real Hacienda, para que se le entregara a la peticionante, 10 pesos fuertes “a cuenta de la parte que pueda corresponderle en ellas”.
Teniendo en consideración la recomendación de S. de Liniers y como premio del valor que evidenció Manuela Pedraza en el combate junto a su marido, se la favoreció con grado y sueldo de Subteniente; mediante Real Orden comunicada por el Ministro José Caballero a Pascual Ruiz Huidobro. El Sr. Jaime Alsina y Verges (Teniente Coronel del Batallón de Comercio) en carta privada a Luis de la Cruz consignó en 1807:
"Podemos decir que todos fueron los más valientes [en la defensa de Buenos Aires], hasta aquella oficiala Tucumanesa, que ha sido herida de un balazo en un muslo, a la que sin duda se le graduará como Tenienta con sueldo"
Manuela Pedraza pasó por nuestra historia y por la vida como una figura borrosa que refulge un momento para apagarse sin ruido , sin siquiera un chisporroteo y perderse en la oscuridad. Pero constituyó en su momento de brillo, el caso cabal de la heroína inspirada e inspiradora que surge en los momentos tempestuosos y desaparece cuando la paz reparadora llega. Entre las turbulencias de nuestras luchas civiles y quizás por la insoportable ausencia de su compañero, Manuela fue olvidada y terminó sus días vagando trastornada e indigente, arrastrando su miseria por las calles de la ciudad que ayudó a reconquistar.