Eduardo Alberto Mallea era hijo de Narciso Segundo Mallea y de Manuela Artiria. Su padre, nacido en San Juan y descendiente de Sarmiento, era un médico que había realizado sus estudios en Buenos Aires. Una vez recibido, ejerció su profesión en Benito Juárez y Azul (provincia de Buenos Aires) trasladándose luego a Bahía Blanca –a la sazón, la ciudad más importante del sur argentino– ubicada a unos 680 kilómetros de la capital federal. Fue de su padre de quien recibió la mayor influencia para inclinarse, definitivamente, por la literatura. Como describe Óscar H. Villordo: "El padre vivía manejando enciclopedias, diccionarios y libros. Los había leído todos. Los releía. Era amigo de Manuel Láinez, tío abuelo del novelista Manuel Mujica Láinez".
En 1907 la familia realizó un viaje a Europa. Al regreso, en 1910, Eduardo fue inscrito en un colegio inglés en Bahía Blanca. En 1916 la familia se trasladó a Buenos Aires, donde Eduardo escribe sus primeros relatos y publica en 1920 el primer cuento La Amazona. Tres años después, el diario La Nación le publicó Sonata de soledad. En 1926 aparecerán los Cuentos para una inglesa desesperada y un año después abandona los estudios de abogacía ingresando a la redacción de La Nación, donde sería por muchos años el director del suplemento literario. La Revista de Occidente le publica en 1932 la novela La angustia. En 1936 se edita La ciudad junto al río inmóvil y en 1937 la editorial Sur publica en Buenos Aires su obra más importante como ensayo interpretativo de la realidad social y espiritual del país: Historia de una pasión argentina [véase el estudio de Alberto Fernando Roldán, “Eduardo Mallea y su visión del nuevo hombre argentino”]. En 1940 se publica la novela La bahía de silencio y un año después sale a la luz otra obra suya con el bíblico título: Todo verdor perecerá. En 1941 se publica su libro de ensayos El sayal y la púrpura. Cercano al peronismo, deberá exiliarse en 1955 al iniciarse la dictadura autodenominada Revolución Libertadora
¿Cómo son los personajes de Mallea? ¿Cómo se caracterizan? ¿Qué tienen en común? Más allá de los diferentes rostros e imágenes que suscitan al lector, los actores sociales que aparecen en los relatos manifiestan caracteres, personalidades y modos de ser parecidos. Casi todos ellos son seres solitarios, introspectivos, taciturnos, con escasa capacidad para la comunicación fluida con los otros. Tomemos el caso de Chaves. Mallea describe al personaje: "Chaves iba y volvía solo a su casa por los caminos, y protegía aquella soledad como sacra cosa suya, sin que cupiera posibilidad de ser rota, salvo por diez o veinte pasivos pasos hechos al lado de tal o cual fortuito encuentro, escuchándolo. Se negaba deliberadamente a hablar".
A modo de síntesis de las influencias de escritores como los mencionados, Myron Lichtblau escribió: “Debió sentir cierta afinidad con aquellos escritores que trataron de utilizar el fenómeno del lenguaje no sólo como medio de comunicación o adorno descriptivo, sino como una fuerza vital y creadora que pudiera integrarse funcionalmente con la materia tratada”.
Mallea fue invitado a pronunciar conferencias en muchos centros académicos del mundo tales como las universidades de Princeton y Yale y la Academia Goethe de San Pablo. En su honor existe el premio Eduardo Mallea.
Mallea y Bahía Blanca
El hecho de haber nacido en Bahía Blanca no fue apenas algo azaroso para Mallea. Por el contrario, marcó su vida, su pasión y su sentimiento. En varias de sus novelas y en sus ensayos, abundan las referencias a su patria chica. Ya en el comienzo de Historia de una pasión argentina, comienza con una referencia a la ciudad cuando expresa: “Yo casi no tuve infancia metropolitana. Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del Atlántico”. Mientras que en Todo verdor perecerá, describe con mayor precisión, apelando a una metáfora felina: "He aquí la ciudad del sur, Bahía Blanca, azotada por la arenisca junto al océano. Como la garra cauta del gato con el cachorro confiado, juega el verano con la ciudad atlántica. De pronto los plátanos de hojas inmóviles contienen, alegres, el gorjeo de la siesta. Soñolientos pasantes de abogado cambian con los procuradores recibidos miradas de envidia embotada."
Es una fotografía de la ciudad austral, caracterizada por los vientos encontrados, la tierra y la arenilla que flota por los aires hasta, a veces, cubrir toda la ciudad bajo un manto de polvo visible desde un vuelo. Pero Mallea describe no sólo la ciudad, sino su gente cuando habla de los “soñolientos pasantes de abogado” que cruzan las calles centrales en las cercanías del correo y la plaza Rivadavia yendo de juzgado en juzgado. Una ciudad tranquila por entonces, ajena a los ruidos y los febriles movimientos de ahora. En otro tramo de la narración, Mallea describe el origen y crecimiento de Bahía Blanca cuando compara a Ágata –personaje central del relato– con la ciudad. Dice: "Mientras ella se abría, la ciudad, Bahía Blanca, se cerraba, también como una flor, pero de piedra. La formación de las ciudades americanas se parecen a un capítulo de biología vegetal. En torno al fortín, valla opuesta al indio predatorio, comenzó a crecer, hacia los ochocientos veintiocho, la población militar, y cuatro años más tarde Rosas y Darwin se paraban ante aquellos salitrales que después de los secos calores extendían en la bahía su ardiente sabana blanca."
Y, en Chaves, aquel relato breve “de un exacto rigor” –como definiría Jean Duvignaud– describe Mallea: "Al dividirse de su padre, después de escenas ásperas en que el progenitor aniquilaba al adolescente, fue a buscarse la vida por esa ciudad del Atlántico. He ahí la tienda Blanco y Negro; el periódico, El Atlántico; la lujosa calle O’Higgins; la iglesia metropolitana. Por las afueras: el campo. Los ferrocarriles y los trigales, el universo. Se apretó a la ciudad, resistente, recalcitrante a salir. “Chaves, quédate”, aconsejaba la voz interior. Y se quedó."
Como si el destino de Chaves estuviera, desde entonces, ligado a la ciudad desde la que surge una voz interior que le invita a quedarse. Definitivamente. No en vano se ha dicho que Mallea es un hito en la novela argentina en cuanto a que sus relatos salen de lo campestre para instalarse en la ciudad, en este caso, en su ciudad natal: la vieja e influyente Bahía Blanca.