La situación geográfica de Paraguay lo había condenado a un callejón sin salida sin una puerta al mar, es decir, el libre acceso a las rutas comerciales de ultramar dependía exclusivamente de los ríos argentinos, esto sumando al largo gobierno de mano de hierro del dictador Gaspar Rodríguez de Francia (1814–1840) había incubado la matriz del aislamiento, pero había propugnado un desarrollo económico autónomo y sostenido.
Estos temas desvelaban a Inglaterra, porque no podía ejercer su imperialismo económico, dado que había alguien que tomaba sus propias decisiones sin consultar cada paso a dar tanto en lo político como lo económico.
Inglaterra ya había fracasado en el dominio político a principio del siglo XIX, lo único que pudo hacer es poner un Estado tapón con Uruguay (entre Argentina y Brasil), pero había fracasado en toda América del Sur. En el ámbito económico estaba ganando, pero Paraguay estaba logrando salirse de su plan de acción y se corría el riego de que se convirta en el faro de América del sur.
Los posteriores gobiernos de Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano continuaron y vitalizaron la tarea independiente en Paraguay pero el ministro inglés en Argentina, Edward Thornton, participaba y conspiraba desde Buenos Aires y daba rienda a la intriga y preparación de la guerra.
La característica principal de los conflictos desarrollados en el siglo XIX en la región del Plata ha sido la penetración de los intereses y de las fuerzas políticas que actuaban en cada uno de esos países, generando complejos y mutables sistemas de alianzas más allá de sus fronteras. Quizá estos sean algunos ejemplos que más tarde tomó Otto von Bismark para su sistema de alianzas.
En 1862 se habían creado dos bloques principales de alianzas: de un lado el Imperio del Brasil, el gobierno de Bartolomé Mitre (presidente de Argentina) y los colorados uruguayos dirigidos por Venancio Flores; y del otro lado, Paraguay, los blancos de Uruguay dirigidos por Bernardo Berro y las provincias de Entre Ríos y Corrientes, unidos por la oposición a la política hegemónica de Buenos Aires y del Imperio del Brasil.
Edward Thornton se vio envuelto en las negociaciones conducentes a la firma del Tratado de la Triple Alianza contra el Paraguay entre Argentina, Brasil y Uruguay, naciones a las que los bancos británicos proveyeron de fondos utilizados para armamento. Esto impulsó a algunos a afirmar que obedecía a una política oficial de Gran Bretaña para abrir el mercado paraguayo y frenar un desarrollo independiente lo que para otros historiadores no era exacto, dado el escaso interés en Gran Bretaña por la guerra, el descontento con algunos puntos del Tratado y sus cláusulas secretas, el hecho de que el desarrollo incipiente del Paraguay (industria, comunicaciones, astilleros), sus fortificaciones y arsenales e incluso el personal de sanidad se apoyaba en personal británico y también fluían fondos británicos a ese país.Sin embargo Thornton mismo estaba a favor de la alianza, estuvo presente en la firma del tratado y apoyó al presidente argentino Bartolomé Mitre en su decisión de responder a la invasión a su territorio involucrando a la Argentina en el conflicto en alianza con el Brasil.
No existen dudas que la guerra no era solo contra el Gobierno de Paraguay, sino contra Paraguay mismo, debido a que hasta ese momento Buenos Aires seguía viendo a Paraguay como una provincia rebelde y no como la madre que le dio vida como ciudad.
No cabe poner en tela de juicio que la Guerra del Paraguay –Guerra Guasú o de la Triple Alianza– fue un episodio clave de la historia del siglo XIX no solo de la historia de la nación derrotada, cuya realidad cambió para siempre, sino que respondió más a los intereses británicos de acabar con un modelo autónomo de desarrollo como el paraguayo, que podía devenir en un “mal ejemplo” para el resto de América latina, que a los objetivos de unificación nacional y defensa del territorio proclamados por sus promotores.
Cuando Eduardo Galeano dice que América del Sur “se parece mas a un archipiélago que un terreno compacto“, afligidos lo debemos reconocer. Pero la ingenuidad de estos cuatro países sólo sirvió para que toda la economía y la potencial prosperidad de la región quedara atrasada notablemente en beneficio de otros. Los resultados obtenidos por unos y otros no justificaron el conflicto. La única moraleja a extraer es que se demuestra lo inútil y costoso de las guerras entre pueblos hermanos.
La lámpara política que presentaba Paraguay se apagó para siempre. También se destruyeron tanto las vidas de la mayor parte de su población como su modelo de crecimiento autónomo. Este fue el punto de partida de la política oligárquica porteña dirigida a convertir el Río de la Plata en semi-colonia británica.
Se generó en Paraguay una catástrofe social y demográfica, que aun hoy la sigue atrasando en su devenir histórico. Antes del inicio de la guerra, su población era de 1.300.000 personas. Al final del conflicto sólo sobrevivían unas 200.000, de las que 28.000 eran hombres, la mayoría niños, ancianos y extranjeros. Del poderoso ejército paraguayo de 100.000 soldados, en los últimos días quedaban 400.
Waterwitch, era un vapor de ruedas de 400 toneladas, cuyo armamento consistía para esta empresa en tres pequeños obuses. Aunque no venían a su bordo sabios ni naturalistas, su oficialidad se había escogido especialmente con vistas a una campaña científica. Traía, si, algunos instrumentos astronómicos y contados materiales para estudios de historia natural, pero sus tareas iban a ser principalmente de orden hidrográfico.
El 28 de agosto de 1852 Urquiza decretó la libre navegación de los ríos. Tal decisión y la de abolir las tasas interprovinciales tomó fuerza legal con la sanción de los artículos 12 y 26 de la Constitución de 1853. El primer buque de guerra extranjero que se acogería a tal franquicia fue el Water Wicht, buque de la escuadra norteamericana que arribó al puerto de Buenos Aires el 24 de mayo de 1853. Se trataba de un vapor de ruedas de 400 toneladas, armado con tres obuses pequeños. Su misión era efectuar estudios hidrográficos del Río Paraná, paso previo al establecimiento de líneas de navegación.
En 1851 el gobierno de EEUU designó como Cónsul en Asunción a Edwards A. Hopkins, uno de los propietarios de la empresa marítima United States and Paraguay Navigation Company, domiciliada en Rhode Islands. Hopkins, ex marino y aventurero conocía Paraguay por haber vivido desde 1845. Provisto de cartas oficiales que lo acreditaban como agente del gobierno de los EEUU, logro introducirse en los círculos gubernamentales, conociendo de esta manera al presidente paraguayo Carlos Antonio López.
Una serie de intrigas donde se entremezclaban los ofrecimientos de mediación norteamericana ante países vecinos, destinada a defender a Paraguay en un litigio fronterizo, con asuntos privados e intereses de EEUU que querían utilizar el Paraná como vía fluvial, tuvo como resultado en 1854 la negativa del Paraguay de ratificar el Tratado de Comercio y Navegación.
La Paraguay Navigation Company fue sancionada ese año por haber infringido la legislación paraguaya, prohibiéndosele en el futuro toda operación en el país. Hopkins fue expulsado más tarde, por desacato luego de una confusa riña con soldados paraguayos.
Paraguay y el presidente López se transformo en su acérrimo enemigo, desarrollando en los círculos oficiales y entre de los íntimos del presidente Pierce y luego Buchanan, una propaganda que alentaba una intervención militar norteamericana en dicho país, “país de berberiscos asiáticos, excrecencia del cuerpo internacional… menos civilizado que el sultanato de Moscato”, afirmando en sus diatribas que los sudamericanos eran bárbaros que tenían en consecuencia “que recibir un trato adecuado. Hablar con ellos es una perdida de tiempo; hay que hablarles con nuestros cañones”.
Es entonces cuando entró oportunamente en escena el Water Witch, navío de la marina norteamericana, que sobrepasando la autorización que se le había acordado, atravesó la frontera paraguaya llegando hasta el puerto brasileño de Corumbá. Las autorizaciones de pasaje por el río fueron suspendidas y un decreto presidencial prohibió la navegación a los navíos de guerra extranjeros.
El 1º de febrero de 1855 el Water Witch, haciendo caso omiso del decreto paraguayo, trato de forzar el paso de un puesto fluvial militar en el Paraná.
El oficial de la guarnición paraguaya del fuerte de Itapirú que controlaba el acceso fluvial, le ordeno dar marcha atrás, tirando al aire dos salvas de advertencia. Ante la testarudez de los marinos norteamericanos, un cañonazo destruyo el timón causando la muerte del timonel del barco yanqui. El Water Witch fue arrastrado por las aguas del río, debiendo retirarse.
Comenzó entonces una gran campaña de prensa e intimidación para obligar a Paraguay a presentar sus excusas a EEUU. Finalmente en mayo de 1857, el Congreso de EEUU aprobó el envío de una “pequeña expedición” compuesta por veinte barcos que zarpo en octubre de ese año. Durante el brindis realizado por el éxito de la expedición, un oficial levanto su copa y en un rapto de desbordante exuberancia política expreso:
“Levanto mi copa por que se terminen nuestras dificultades con Paraguay y que finalmente terminemos por anexar toda la cuenca del Río de la Plata”
Este deseo felizmente no se cumplirá.
Pero la “pequeña expedición” llego a Paraguay a comienzos de 1859 y el presidente Carlos López debió ceder. Paraguay presento entonces sus excusas -culpable de haber hecho respetar su soberanía sobre su propio territorio-, indemnizando a la familia del marinero yanqui muerto durante la escaramuza frente al Fuerte de Itapirú y tuvo que aceptar, bajo la amenaza de la fuerza, el Tratado propuesto por EEUU. La United States Paraguay Navigation Company entabló por su parte un largo proceso contra el gobierno paraguayo, pero sus demandas fueron finalmente denegadas.