De gran trascendencia habían sido los sucesos incruentos de mayo de 1810 en Buenos Aires, pero Buenos Aires no era el virreinato, y sin embargo estaba llamada a ser el meridiano de la revolución de la independencia en gran parte de América del Sur.
Se había contado en la capital con la adhesión de las fuerzas armadas, cuya actitud y disposición subversiva fueron determinantes para que ni el virrey ni el Cabildo intentasen resistencia alguna.
Pero al día siguiente de la constitución de la Junta provisional gubernativa estaba todo por hacer y se requería una alta dosis de fe para afrontar la tarea inmensa con recursos tan escasos y frente a un adversario arraigado desde hacía siglos y organizado para mantener su poder monopolista.
En las condiciones en que se hallaba la minoría patriota de Buenos Aires fue probablemente la mejor salida del momento, aun en los acérrimos partidarios de la independencia, el refugio en la ficción del acatamiento de la soberanía de Fernando VII, prisionero en Francia, aunque los verdaderos objetivos de la revolución no fueron ningún misterio para los realistas de Montevideo, del Paraguay, del Alto Perú y en general de la mayor parte de las provincias del interior.
La hostilidad y la desobediencia de importantes territorios del virreinato habrán hallado en la orientación democrática y revolucionaria de Mariano Moreno una razón para su rechazo de los hechos de Mayo, pero no habría sido distinto si en la Junta hubiese predominado absolutamente la corriente conservadora del saavedrismo, que tendía a la organización del país por una evolución gradual, tratando de evitar innovaciones demasiado bruscas en la estructura ideológica e institucional virreinales.
Ya en la noche del 24 de mayo los patriotas que pro¬pusieron los nombres que habían de integrar la Junta de gobierno, expusieron la necesidad del envío de una divi¬sión de 500 hombres a las provincias del interior, para extender el poder efectivo de dicha Junta. Señaló la Junta, una vez constituida, que el punto de concentración de las fuerzas expedicionarias fuese Puente de Márquez. Una de las más graves dificultades a las que tuvo que hacer frente el gobierno revolucionario fue la carencia de militares entrenados. Lo único con que podían contar con el Batallón de Patricios y otros cuerpos formados durante las Invasiones Inglesas, las únicas tropas más o menos experimentadas con que contaban los criollos eran los cuerpos de Blandengues, lanceros milicianos reclutados para vigilar las fronteras de los territorios aún dominados por los indígenas No sería hasta 1812, con la llegada de los veteranos de las Guerras Napoleónicas, en que se incorporarían oficiales conocedores de la ciencia militar a las tropas nacionales. Muchos de los primeros comandantes fueron civiles u oficiales de graduación inferior, puestos al frente de las tropas más por su convicción política y su carisma de mando que por sus capacidades militares.