La Revolución del Parque, también conocida como Revolución de 1890, fue una insurrección cívico-militar producida en la Argentina el 26 de julio de 1890 dirigida por la recién formada Unión Cívica, liderada por Leandro Alem, Bartolomé Mitre, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Irigoyen y Francisco Barroetaveña, entre otros. La revolución fue derrotada por el gobierno, pero de todos modos llevó a la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman, y su reemplazo por el vicepresidente Carlos Pellegrini.
En el diario La Prensa, se comentaba el 4 de marzo de 1890, cuando el oro estaba a 225: "Todo el mundo se preocupa: el millonario que asiste al derrumbe de su fortuna; el comerciante que ve obscurecerse el campo de sus transacciones y el obrero que duda de la suerte de sus ahorros. Hay empero una región feliz y serena donde no se siente preocupación: la del gobierno".
Sin embargo, también en la esfera del gobierno comenzó a faltar la felicidad despreocupada, y el propio Aristóbulo del Valle, tan pesimista a comienzos del 90, cambió sus apreciaciones después del mitin del 13 de abril.
Se organizó una fuerte oposición en Buenos Aires contra la política del presidente Juarez Celman, que aglutinó las fuerzas católicas con la base de opinión democrática y popular en un movimiento firme, combativo, entusiasta, con hombres representativos, figuras nuevas y personalidades consulares.
Tomó el nombre de Unión Cívica en un mitin celebrado en setiembre de 1889 en el Jardín Florida y su concentración del 13 de abril de 1890 atrajo unas 30.000 personas. Los discursos y la gravitación de los oradores preludiaron la revolución, aunque la formación de ese nuevo partido fue saludada por Juárez Celman en mayo de 1890 con estas palabras:
Las tropas del gobierno se reclina en la Plaza Libertad, a unos trescientos yardas de la Plaza Lavalle, después de su primer encuentro con los insurgentes (The Graphic, 1890).
"Puedo, con satisfacción, anunciaros que el orden público ha mejorado con el hecho plausible de un nuevo partido en formación, que, aunque levanta como programa la oposición al gobierno, podemos saludarle como al bienvenido, esperando que, calmadas las exageraciones del momento, su acción ha de contribuir al mejor gobierno de la Nación".
La efervescencia de la capital tuvo eco en algunos puntos del interior. Lisandro de la Torre decía en Rosario:
"Yo no digo, señores, que esté la batalla ganada, pero sí digo y sostengo que hay ya soldados para trabarla, mentes que irradian el entusiasmo, pechos y sangre que no se excusan; digo que el pueblo enervado es ya pueblo que siente, y que ante un coloso de pie no quedan intrigas ni miserias que amparen y sostengan a los tiranos en decadencia, que los desprecian y apostrofan dormidos".
El movimiento revolucionario que se produjo en la madrugada del 26 de julio, tomó por sorpresa al gobierno, que confiaba en la lealtad de las fuerzas armadas, el ejército y la marina.
Se entabló lucha encarnizada entre revolucionarios y leales y a los tres días de lucha los revolucionarios tuvieron que deponer las armas.
Los cañones Krupp 75 en poder de los revolucionarios desequilibraron los combates.