Continuando en gran medida con el auge de la especulación comercial y bursátil de su antecesor, Juárez Celman aceleró el proceso por medio de una activa política privatista. Concedió la construcción de decenas de ramales de ferrocarril. En particular resultó llamativa la privatización de la empresa estatal más exitosa de la historia argentina hasta entonces, el Ferrocarril Oeste de Buenos Aires, cuya venta se justificó justamente sobre la base de su superávit operativo y financiero.
Se perdió la prudencia en el manejo de la feliz coyuntura y fue turbado el desarrollo económico por la fiebre de los especuladores y por la venalidad de funcionarios y el ansia de disfrute y de enriquecimiento rápido de los aventureros. Julián Martel describió esa época en su novela La Bolsa.
El optimismo sobre las posibilidades ilimitadas del país arrastró también al presidente y creyó que las dificultades con que tropezó ya el segundo año de la presidencia eran males transitorios. No pudo sustraerse a la sugestión del ambiente y a la fe ciega en la prosperidad ilimitada. Se iniciaron las emisiones de los bancos oficiales y particulares para enjugar el déficit, la balanza de pagos del intercambio comercial fue siempre desfavorable, la deuda pública se elevó excesivamente y todo, sumado a las oposiciones políticas que se organizaron sólidamente, llevó a la crisis financiera, a la desvalorización de la moneda, al pánico entre los negociantes precipitados, entre los desenfrenados especuladores, entre todos aquellos que gastaban sin tasa y sin compensación con sus ingresos.
Por iniciativa de Wenceslao Pacheco se proyectó la ley de los bancos garantidos, cuyo artículo primero decía:
"Toda corporación o toda sociedad constituida para hacer operaciones bancarias, podrá establecer, en cualquier ciudad o pueblo o territorio de la República, bancos de depósitos o descuentos con facultad para emitir billetes, garantidos con fondos públicos nacionales".
Al discutirse la ley en el Senado, el miembro informante de la comisión sostuvo que los 85 millones en circulación eran insuficientes para el giro de los negocios y el monto de la producción.
"Sucede —dijo-- que hay absoluta carencia de medio circulante, absoluta carencia de moneda curso legal, al extremo, y esto lo saben algunos señores senadores, que en muchas provincias hay necesidad de firmar vales para mandar al mercado".
Hasta el 1º de marzo se acogieron a la ley los siguientes bancos: el Nacional, el de la Provincia de Buenos Aires, los dos colosos bancarios de su época; el provincial de Santa Fe, el de Córdoba, el de Entre Ríos, el de Tucumán y Salta. Después de 1887 se crearon los siguientes institutos garantidos: el Banco de la Provincia de Santiago del Estero, el de La Rioja, el de Mendoza, el de San Juan, el de Catamarca, el de San Luis, el de Corrientes, el de Buenos Aires (capital federal) ; algunos de ellos recurrieron a empréstitos en el exterior.
Hubo varios bancos privados con capital argentino: El Banco de Italia y Río de la Plata, desde 1872; el Banco Español del Río de la Plata, en 1886; el Banco Francés del Río de la Plata, en 1887; el Banco Popular Argentino, en 1887; el Nuevo Banco Italiano, en 1888.
Además, se instalaron bancos privados con capital extranjero: después del Banco de Londres y Río de la Plata, el primero, de 1862, el Banco Alemán Transatlántico, en 1887; el Banco Anglo sudamericano, en 1889; el Banco Británico de América del Sur, en 1891:
La circulación en el momento de sancionarse la ley, se duplicó en poco tiempo. Los billetes emitidos por efecto de esa ley y de otras cuatro más, en 1890, 1891 y 1894, sumaron 191 clases distintas, con nomenclatura diversa, lo cual contribuía a confundir el movimiento fiduciario.
Tan sólo por la ley de conversión de 1899 se puso fin a ese estado caótico al imponer el sello único.
Juan Balestra comentó en su obra sobre la revolución de 1890:
"Emisarios de la banca europea cruzaban el país ofreciendo empréstitos a los gobiernos de provincia y hasta a las municipalidades de lugares apartados. Se habían creado más de cincuenta bancos que difundían las embriagueces del crédito en los últimos reductos de la modestia provinciana. El fenómeno no era, como se lo había de clasificar en la hora de echar el error de todos a la culpa de algunos, de perversión gubernativa ni de mala fe; era un contagio de ilusiones que por ser prematuras no dejaban de ser generosas y hasta patrióticas".
El propio Juárez Celman denunciaba en su mensaje de mayo de 1889 al Congreso:
"Os doy cuenta de un acto cuya trascendencia no escapará a vuestra penetración. El juego a diferencias, sobre el valor relativo de las monedas nacionales de oro y de curso legal y las operaciones de «pase» ha alcanzado ya a sumas fabulosas. Se hacen operaciones a razón de más de mil millones de oro por año, lo que, exagerando desmesuradamente la demanda de oro en el mercado, contribuye a la depreciación del valor de los billetes de banco de curso legal. Todas las industrias y todo el comercio comienzan a sentir las consecuencias del encarecimiento del crédito, producido por las demandas de capitales para los juegos de «pase» y «diferencias» en las bolsas".
La Bolsa fue el centro neurálgico de la actividad de vastos sectores de la sociedad porteña, entre 1889 y 1890. "Allí estaba —decía Julián Martel— la flor y nata de la sociedad de Buenos Aires, mezclada, eso sí, con la escoria disimulada del advenimiento en moda".
Aumentaron los precios, encareció la vida, se desvalorizó la moneda, los títulos y valores públicos dejaron de cotizarse, disminuyó el medio circulante, oro y papel; los bancos garantidos, que habían contribuido a todos los abusos, sufrieron pronto los efectos de la situación; los reducidos encajes no les permitieron atender a los descuentos; huyó el oro al extranjero y se interrumpieron las importaciones; la circulación fiduciaria se contrajo hasta el punto de no contar en algunas provincias ni siquiera para las necesidades más apremiantes de la vida cotidiana.
El Peso Moneda Nacional (Símbolo: m$n) fue la moneda vigente en la Argentina en el período 1881-1969. Fue creada mediante la Ley 1.130, sancionada el 5 de novimebre de 1881 con el objetivo de unificar el sistema monetario en el país, que hasta ese entonces, era bastante caótico, ya que habían varios tipos de moneda (Pesos Moneda Corriente, Pesos Fuerte) y además circulaban libremente monedas extranjeras. Esta ley determinó que la unidad monetaria de la Argentina fuese el peso de oro y plata y que los bancos de emisión debían renovar toda su emisión de billetes a moneda nacional. Tambien se permitio a las provincias emitir billetes lo que causo un espiral especulativo.
En el mismo mensaje, el presidente, alarmado por la crisis, decía al Congreso:
"Las dificultades financieras que se iniciaban al clausurar vuestras tareas en el período precedente, han aumentado en intensidad, asumiendo los caracteres de una crisis económica y comercial que ha afectado todos los valores, llegando hasta despertar alarmas y desconfianzas en los espíritus. Esta crisis esperada tiene por causas eficientes errores fatalmente multiplicados por todos los que, lanzados en los caminos de la especulación, y seducidos por las grandes facilidades del éxito, abusaron extraordinariamente del crédito público y privado, abultaron los valores, los crearon puramente imaginarios, fomentando sobre ellos operaciones que debían forzosamente arrastrarlos a la ruina".
A la crisis económica y financiera agravada a comienzos de 1890, se unió una oposición política activa al presidente Juárez Celman. Como había sido relativamente bien recibido en 1886, el optimismo le cegó cuando las cuestiones económicas y financieras del país comenzaron a crearle dificultades. Todavía en 1887 decía en su mensaje al Congreso:
"Ya no divide a los argentinos ninguna cuestión de forma de gobierno ni de doctrinas constitucionales; todos prestan igualmente acatamiento a los principios proclamados por la Constitución que es la ley suprema y la fórmula feliz de las aspiraciones de todos los partidos. La causa de sus actuales divisiones está sólo en la manera de hacer prácticos esos principios y aspiraciones comunes; nuestras contiendas políticas podrán tener en adelante el carácter apasionado, propio del temperamento de nuestra raza, pero no llegarán jamás a turbar la paz pública, consolidada al fin sobre bases de igualdad, de justicia y de conveniencia para todos".
Todavía en 1887 pudo haberse recurrido a procedimientos drásticos para paralizar la catástrofe financiera: suspensión de las grandes obras públicas y privadas, fin de las emisiones, formación de encajes metálicos, etcétera.
Pero el vértigo lo invadía todo y no se supo, ni se pudo, ni se quiso dudar de la prosperidad ampulosa y falsa.
El ministro de hacienda informaba por su parte que los capitales europeos afluían al país en proporciones desconocidas hasta allí. En todo el año 1887 se habían fundado 12 bancos nuevos con 52 millones de capital, habiéndose aumentado el de los existentes en 25 millones.
El Banco Hipotecario Nacional, fundado por ley de 1886, al 31 de diciembre de 1887 había emitido la suma de 58 millones en cédulas. El Hipotecario de la Provincia, en sólo seis meses emitió 99 millones; el Banco Nacional dio al descuento y en cuenta corriente en ese año 744 millones y el Banco de la Provincia 111 millones.
En cambio, en la balanza comercial el saldo desfavorable fue de 9 millones en 1885, de 28 millones en 1886 y de 33 millones en 1887.
A esas cifras había que agregar 14 millones para el servicio de la deuda externa y 7 millones por deudas provinciales, dos millones por garantías ferroviarias, etc.
Si en 1887 aún se habría podido cambiar de rumbo, en 1888 era imposible. Se movieron en 1887 por el Banco Nacional 2.911.956.000 pesos; en 1888, 3.977.548.000.
Los descuentos y cuentas corrientes, que sumaron 744 millones en 1887, fueron 980 millones en 1888.
Durante la presidencia de Miguel Juárez Celman con un proyecto del ejecutivo preparado por el ministro de hacienda el Wenseslao Paunero el 3 de Noviembre de 1887, el Congreso sanciona la ley de Bancos Nacionales Garantidos, con el fin de nivelar la circulación monetaria que sufría un desconcierto por las emisiones locales de las provincias.
La Ley de Bancos Garantidos establecía que cualquier banco estaba autorizado a emitir billetes con la condición de realizar un depósito en oro en el tesoro nacional, por el cual recibiera una determinada cantidad de bonos públicos.
Se realizaron emisiones de billetes del Banco Nacional, Banco de la provincia de Buenos Aires, Salta, Tucumán y Mendoza entre otros. Con la creación de la Caja de Conversión en 1890 se unificaron estas emisiones.
El Banco Nacional adquirió el empréstito municipal de 10 millones oro, y lo enajenó a su vez a un sindicato de banqueros en Europa como garantía del servicio a oro al tipo 150; adquirió también los empréstitos de las provincias de Salta, Santiago del Estero y La Rioja por un total de 14 millones oro. Esos empréstitos respondían a la fundación de bancos garantidos y por tanto a nuevas emisiones de papel moneda.
El Banco de la Provincia negociaba los fondos públicos a oro que tenía en cartera y aumentó su emisión correspondientemente a 50 millones. Los bancos hipotecarios seguían emitiendo cédulas a papel y a oro.
En 1887 se emitieron 88 millones de papel moneda; en 1888, 215 millones. Al derroche de las emisiones se agregó la descarada inmoralidad: cuentas corrientes ilimitadas, cédulas emitidas sin hipoteca, descuentos a personas imaginarias, locura en la Bolsa.
Se movilizaron en la Bolsa 254 millones en 1887; 432 millones en 1888. Y entretanto la balanza comercial seguía dando saldos desfavorables.
Los presupuestos de gastos aumentaron; hubo en el año 1886 más de 24 millones de déficit. En 1887 la deuda consolidada sumaba 141 millones; en 1888, 277 millones. En junio de 1888 se produjo el primer descalabro en la Bolsa con las quiebras y el pánico consiguientes.
Desde 1885 hubo una corriente importante de capitales extranjeros que permitieron un aumento considerable de las importaciones, dando una imagen de opulencia a la “Reina del Plata” y generando un ambiente de especulación con el valor de las tierras, las concesiones de servicios públicos, especialmente las inversiones ferroviarias, las cédulas hipotecarias y todo tipo de acciones. Creció la actividad bancaria y los créditos fueron la base financiera de esa especulación que tuvo su centro en la Bolsa de Comercio;
En 1889 se movilizaron los depósitos de los bancos nacionales garantidos para préstamos y descuentos. La suma depositada por los bancos garantidos pasaba de 70 millones oro y fueron lanzados a la plaza para ser exportados enseguida en cancelación de los saldos internacionales, quedando el papel emitido por dichos bancos sin más garantía que los fondos públicos del gobierno y letras y documentos de especuladores o de un comercio en vísperas de quiebra; el gobierno confundió los intereses de la especulación con los del comercio honesto.
En mayo de 1889 el gobierno presento tres proyectos de ley: uno creando el tesoro nacional, otro creando un fondo de garantía para la futura conversión del papel moneda y un tercero autorizando la emisión de 40 millones de pesos en bonos hipotecarios. Era ya tarde.
El movimiento general de capitales en el Banco Nacional llegó a 5.580 millones de pesos; sus préstamos pasaron a 1.369 millones; la emisión del Banco Hipotecario de la provincia fue de 319 millones.
Pero en 1888 se importó por 128 millones y se exportó por 100 millones; en 1889 la importación alcanzó a 164 millones y la exportación a 90 millones. Aumentaron el lujo y los gastos improductivos.
A mediados de año la alarma comenzó a hacerse sensible; los bancos particulares iniciaron la restricción de sus descuentos; los oficiales hicieron lo mismo; las ventas "al contado son escasas; la especulación tiende a paralizarse. Se suceden las catástrofes en la Bolsa, se oculta el dinero, oro o papel; aumenta el interés, y las obligaciones a término se hacen difíciles para su cumplimiento. El oro, que en mayo se cotizaba en 158, en junio llega a 172 y en diciembre a 233. Terminó el año bajo la sombra de la inquietud.
En 1890 el pánico se generaliza y se agrava con la inquietud política. Se echa la culpa de todo al gobierno. A mediados de marzo los dos bancos oficiales reclaman nuevas emisiones para salvarse. El gobierno vacila, pero al fin cede. Se produce una crisis ministerial, con dos ministros de hacienda en un mes.
El presupuesto de gastos, que era de 40.788.000 pesos en 1886, alcanzó en 1890 a 71.469.000, o sea, un 77 por ciento de aumento en cuatro años. Y en el mismo período se gastaron 118 millones por leyes especiales y acuerdos de ministros. La deuda pública, de 117 millones en 1886, subió a 355 en 1890, o sea, el 200 por ciento, sin contar la deuda flotante y más de 195 millones de papel moneda en circulación. El nuevo ministro de hacienda hizo saber que el servicio de las deudas exigía 18 millones para las provinciales, 14 para las nacionales, 4 para las municipales, o sea, 26 millones de pesos oro, que al cambio de 300 daban una suma de 100 millones de pesos papel, sin contar el servicio de las cédulas hipotecarias. El nuevo ministro decía amargamente:
"No sé si no hubiese sido preferible para el país ... que la ciega obcecación de aquel gobierno hubiese seguido su desborde hasta estrellarse contra la bancarrota exterior e interior que tenía ya encima, para que el gobierno que le sucediera no hubiera heredado una sucesión ilíquida y desastrosa"...
Sin embargo, el centralismo político, el afán de dirigir desde Buenos Aires y especialmente desde la presidencia de la república todo el mecanismo electoral para asegurar la posesión del poder por la minoría que se consideraba con derecho a él, tenía que suscitar rencores y resistencias. El "unicato" es decir, la dirección única del partido autonomista nacional, había comenzado con Roca, pero Juárez Celman procuró que convergiera en su persona, y los dirigentes de las provincias se rindieron incondicionalmente, y lo mismo hicieron los legisladores. Así, lo que el presidente no podía hacer como tal, lo hacía como jefe o caudillo del partido.
Osvaldo Magnasco decía en 1891:
"El Congreso argentino se ha dejado avasallar durante diez años, durante dos administracio-nes, por la influencia perniciosa del ejecutivo, aceptando así la esclavitud política y labrando de este modo el desprestigio de la actualidad, el desprestigio de esta corporación que habría, en estas horas de aflicción, sin ejemplo, podido agrupar a su alrededor los elementos de opinión y hasta fuerzas necesarias para construir ahora un punto de resistencia; de esta corporación que ha sido en otro tiempo el baluarte firme y el baluarte inconmovible de las extralimitaciones de los ejecutivos insolentes o habituados a la autocracia".