El pretexto que dio origen al alzamiento militar del 4 de junio de 1943 fue la inminente proclamación de Robustiano Patrón Costas como candidato oficial a la presidencia; si no hubiese sido ése el motivo, habría sido cualquier otro, porque la conspiración o las conspiraciones estaban en marcha y echadas las bases, doctrinas y articulaciones para su triunfo.
Patrón Costas fue considerado como un peligro para la preeminencia de las fuerzas armadas en sus ambiciones de asumir la dirección de los destinos del país. En el estado en que se encontraba la organización de la conspiración, probablemente tampoco habría sido posible la candidatura de Justo, aunque su nombre pesaba en la opinión pública y en muchos de los altos mandos de las fuerzas armadas.
A partir de 1930 los factores, los grupos de poder decisivos en la vida política, económica y social fueron las fuerzas armadas; por eso Mario Grondona calificó ese período como Argentina militar. Desde 1880, la federalización de Buenos Aires, hasta 1930, el derrocamiento de Yrigoyen, el país fue gobernado por presidentes civiles, o por militares a quienes apoyaban los mecanismos políticos e institucionales en los que se cimentaba el triunfo de los civiles. Ramón S. Castillo, en esa Argentina militar, no pudo terminar su mandato y durante la gestión gubernativa hubo de estar sometido a la presión militar.
Ya en febrero de 1941 pudo producirse un alzamiento encabezado por el general Juan Bautista Molina, a quien acompañaban Urbano de la Vega, Agustín de la Vega, Franklin Lucero, Saurí, Balbín y el comodoro Sustaita, entre otros. Intervinieron oportunamente el general Adolfo Espíndola, comandante de las guarniciones militares, y el ministro de guerra Juan Tonazzi, y frustraron el movimiento. Otro grupo activo disconforme fue encabezado por el general Benjamín Menéndez, que contaba con la proximidad de Pedro Pablo Ramírez.
La conspiración en las unidades de Campo de mayo, de la capital federal y de Ciudadela fue permanente. En octubre de 1941 una delegación de comandantes de las fuerzas armadas del área metropolitana se presentó, por intermedio de los tenientes coroneles Gregorio Tauber y Joaquín Saurit, al presidente Castillo con un memorial en el que se condicionaba el apoyo futuro a la aceptación de una serie de puntos. Un ultimátum en el que se exigía: postergación indefinida de las elecciones que habían sido anunciadas para tres provincias intervenidas; disolución del Concejo deliberante de Buenos Aires; retiro del general Justo de la política; disolución del congreso nacional; proclamación del estado de sitio; clausura de varias publicaciones, entre ellas la de Damonte Taborda, Crítica; renuncia de los ministros de guerra, marina e interior; y mantenimiento de una política nacional de estricta neutralidad. Según otras versiones, también la disolución de Acción argentina y una mayor libertad de acción para las organizaciones nacionalistas. Castillo accedió a las exigencias, menos la de la disolución del Congreso de la Nación e hizo llegar su respuesta a los gestores del ultimátum por medio del general Reynolds.
En 1943, pese a las continuas advertencias de sus asesores, el presidente Castillo desestimó toda posibilidad de un golpe de estado. En la madrugada del 4 de junio de ese año, las Fuerzas Armadas protagonizaran un nuevo golpe de Estado. Esta situación terminó con la candidatura presidencial de Robustiano Patrón Costas en representación del Partido Demócrata Nacional. Se tenía la certeza de que Patrón Costas alcanzaría el cargo de presidente de la Nación. Su candidatura no era el fruto de componendas y digitaciones. Su sólida conducta política y empresaria lo hacían merecedor e tan legítima aspiración.
En el alzamiento del 4 de junio hubo amplia coincidencia desde diversos sectores, desde los admiradores de Alemania hasta los que se inclinaban a las potencias democráticas; incluso justistas, como Santos V. Rossi, independientes, como Ambrosio Vago, nacionalistas neutralistas como Arturo Rawson.
La conspiración había sido permanente desde 1930, y no podía eludir la tentativa de la reagrupación de los descontentos y de los dispuestos a hacer valer el peso de la fuerza a su disposición.
Eran varias las conspiraciones, en parte desencontradas; figuraban en todas ellas militares, pero no parecen haber tenido siempre repercusión en las fuerzas armadas como tales; desde ellas más de uno de los jefes y oficiales la consideraba con desconfianza, como producto de gentes ambiciosas. A mediados de 1943 todas esas conspiraciones se hallaban en sus comienzos y carecían de fuerzas efectivas para manifestarse públicamente. El movimiento del 4 de junio tuvo una causa imprevista, que se cruzó inesperadamente en el camino de los conspiradores. El pretexto de la candidatura de Patrón Costas no fue más que un disfraz para lograr el apoyo de las fuerzas armadas.
En el ambiente conspirativo no podía faltar el intento de agrupar dentro de las fuerzas armadas a los que se sentían inclinados a derrocar al gobierno de Castillo y a suplantarlo por un régimen militar. Un grupo de oficiales, entre los que figuraban Miguel Angel Montes y Urbano de la Vega, echaron en 1942 las bases de una logia destinada a unificar la presión militar; fue la llamada Obra de unificación del ejército; sigla G.O.U. que significa Grupo de oficiales unidos o escalón inicial. Se trataba de un cuerpo colegiado que no reconocía un jefe determinado; la dirección estaba a cargo de una veintena de jefes y oficiales constituyentes del grupo inicial; pero la dirección efectiva quedó en manos de cuatro coroneles: Juan Domingo Perón, Eduardo J. Avalas, Enrique P. González y Emilio Ramírez.
Ramón S. Castillo, Carlos A. Pueyrredón, y miembros del gabinete, agasajan a Robustiano Patrón Costas.
Se afirma que el creador del G.O.U. fue Perón, que empalmó sus planes con los del grupo logista originario; los demás intervinieron como colaboradores y más tarde como jerarcas de la logia.
Sus bases y estatutos fueron copiados de una logia japonesa similar, llamada "El dragón verde"; el mismo Perón lo confesó a sus compañeros.
La inclinación a conspirar contra el gobierno constituido con la apelación a las fuerzas armadas no era un hecho nuevo; lo habían practicado los radicales desde los gobiernos de Uriburu y de Justo, aun cuando no descartaron algunos vínculos con grupos civiles: Atilio Cattáneo en diciembre de 1932, Roberto Bosch en 1933, y las tentativas de Gregorio Pomar en 1931 y en 1933. Con otros objetivos, con otras metas, se agruparon jefes y oficiales de las fuerzas armadas para utilizar el aparato militar en beneficio de la respectiva causa.
La guerra había repercutido en el país hondamente, y surgieron tendencias contrapuestas, aliadófilas y totalitarias; simpatizaban unos con Francia, Inglaterra y Estados Unidos y otros con las potencias del Eje, admiradores del militarismo alemán. El departamento de Estado de los Estados Unidos señaló la existencia de una logia, el G.O.U., que habría maquinado planes de subversión contra los gobiernos aliadófilos vecinos; el G.O.U. y sus adherentes estaban dominados por Juan D. Perón; otros colaboradores de la tendencia germanófila eran, según esa fuente, los generales Sanguinetti y Giovannoni, los coroneles Brinckmann, González, Saavedra, Mittelbach, de la Vega, Agüero Fragueiro, el teniente coronel Lagos y el mayor Liosa.
El propio Perón explicó en uno de sus libros: "Antes del 4 de junio, y cuando el golpe de Estado era inminente, se buscaba salvar las instituciones con un paliativo o por convenios políticos, a los que comúnmente se llamaba acomodos. En nuestro caso, aquello pudo evitarse porque, en previsión de ese peligro, habíamos constituido un organismo serio, injustamente difamado: el famoso G.O.U. El G.O.U. era necesario para que la revolución no se desviara, como la del 6 de septiembre".
Entre los dirigentes del G.O.U. en marzo y mayo de 1943 figuraban los coroneles Miguel A. Montes, de infantería; Juan Domingo Perón, de infantería; Emilio Ramírez, y los tenientes coroneles Tomás Ducó, Severo Eizaguirre, Enrique P. González, Bernardo Guillanteguy, Julio A. Lagos, Domingo Mercante, Aristóbulo Mittelbach, Juan C. Montes, Arturo Saavedra, Oscar A. Uriondo, Agustín de la Vega, Urbano de la Vega, y los mayores Horacio Ferrazano, Fernando González, Héctor I. Ladvocat y Francisco Filippi, la mayoría de infantería, algunos de caballería, uno de artillería y uno de comunicaciones, todos de la capital federal y de Campo de mayo.
La mayoría de los dirigentes de la logia había intervenido de algún modo en el movimiento de 1930 o en las diversas intentonas conspirativas subsiguientes; los hermanos Miguel A. y José C. Montes se habían vinculado con el radicalismo, en especial con Amadeo Sabattini.
El nombramiento de Urbano de la Vega en el servicio de información del ejército a fines de 1942 dio un puesto clave a los conspiradores, y otro punto básico fue el nombramiento de Pedro Pablo Ramírez para suceder a Tonazzi en el ministerio de guerra, cuyo yerno, el capitán Francisco Filippi, pertenecía al grupo inicial de la logia, y fue llevado a la secretaría privada del ministro.
Fue reforzado el grupo con el traslado del coronel Enrique P. González desde Paraná, donde se desempeñaba como jefe de la segunda división de caballería, al cargo de secretario ayudante del ministro Ramírez.
Con esa influencia en nombramientos y traslados fueron situados en Buenos Aires Juan Domingo Perón, Domingo Mercante y Emilio Ramírez, este último como director de la escuela de suboficiales de Campo de mayo. Dos de los logistas se habían perfeccionado profesionalmente en el exterior, Juan Domingo Perón en Italia, en las tropas de montaña, y Enrique P. González en la escuela de estado mayor de Alemania.
Reunion de los militares José Sosa Molina, Antonio Carosella, Imbert, Fernando Terrera, Elbio Anaya, Pedro P. Ramírez, Arturo Rawson, Francisco Filippi, Leopoldo Ornstein, Nogués, Eduardo Avalos, Song, Julio Dentone, Romualdo Aráoz, Roulier y Peralta, el 3 de junio de 1943
Cuando se supo la selección de Patrón Costas para la candidatura presidencial oficial, los elementos de la logia enlazaron con los partidos; el propio Enrique P. González se vio con el ex diputado Juan I. Cooke, de la provincia de Buenos Aires, y se comunicó a un grupo de radicales el propósito de una revolución para deponer a Castillo. Algunos radicales, Mario Castex y Juan Carlos Vázquez, propusieron por su cuenta al general Ramírez como candidato del radicalismo. Hubo también contactos con Emilio Ravignani, que defendía la formación de una coalición electoral del radicalismo con los socialistas y los demócratas progresistas. Por intermedio de Cooke, fue informado el socialista Américo Ghioldi de los preparativos para el movimiento.
Por su parte, Ernesto Sammartino conspiraba con el general Arturo Rawson para derrocar a Castillo, y con él se movían varios generales y almirantes, entre los que figuraba Benito Sueyro, comandante de la flota de mar.
Cuando se hizo público o trascendió el pensamiento de algunos radicales de promover la candidatura presidencial del ministro de guerra Ramírez, encargó Castillo al ministro de marina Fincati que redactase el decreto de sustitución del ministro de guerra y que asumiera interinamente las funciones correspondientes de esa repartición.
Ramírez no había dicho nada a Castillo de la proposición que había recibido de los radicales; el presidente lo llamó a su despacho y le afeó severamente su deslealtad, cuando supo por terceros lo ocurrido; el acusado se defendió ambiguamente y el primer mandatario le intimó la publicación de un desmentido en los diarios; la explicación dada resultó tan ambigua como su defensa ante el presidente. Castillo le impuso un arresto que debía cumplir en las oficinas del ministerio de guerra y le pidió su dimisión.
Un testigo y actor en aquellas jornadas nos proporcionó esta versión de los hechos:
"El general Ramírez no quiso dejarse manosear. Pertenecía al G.O.U. y, por lo tanto, acudió a esa logia; pero la misma no disponía de ninguna fuerza militar. Hubo, no obstante, otra solución. El general Rawson, amigo de Ramírez, se hallaba comprometido en otra conspiración. Aun no contaba tampoco con fuerzas militares, pero aceptó lo mismo remediar la situación del ministro, porque fiaba en la amistad de los coreneles Elbio C. Anaya y Leopoldo Ornstein; el primero era comandante de la brigada de caballería de Campo de mayo; el segundo director de la escuela de caballería. Por consiguiente, le fue muy fácil desatar una revolución. El 3 de junio de 1943 se reunió con todos los jefes de Campo de mayo en el cuartel de la escuela de caballería.
Ramirez hizo conocer la situación, destacando además el manoseo del ministro de guerra relevado por Castillo y expuso los siguientes postulados que justificarían el movimiento:
1º La eliminación de la candidatura de Patrón Costas a la presidencia de la República, preparada y aderezada en la Casa Rosada.
2º Inmediato cumplimiento de los pactos de Río de Janeiro, que el presidente Castillo había vulnerado.
3º Disolución o depuración de los partidos políticos, que con sus avejentados elencos y rutinarias plataformas electorales, estancaban el progreso del país y la economía nacional.
4º El llamamiento a elecciones oportunamente, basado en comicios limpios, en reemplazo de la baja politiquería de los comités utilizada hasta entonces.
"Evidentemente, frente a los motivos de las otras conspiraciones, los que exponía Rawson no podían ser más democráticos. Por lo tanto, todos los jefes de Campo de mayo se comprometieron a seguirlo para derribar el gobierno de Castillo. Todo otro preparativo o tentativas realizadas en Buenos Aires simultáneamente, no tuvieron ningún lazo de unión con la de Campo de mayo. En cuanto al interior, se desconocieron estos sucesos hasta después de producidos. La revolución se preparó y organizó exclusivamente en Campo de mayo con la concurrencia de toda su guarnición militar, a la que se añadió el regimiento 1 de artillería y el 8 de caballería de Liniers, adheridos a Campo de mayo desde la víspera."
El mismo testimonio y actor sintetizó esta opinión: "Para un observador sagaz, era fácil comprobar que todas las causas y circunstancias que se conjugaban en aquel momento, reducidas a un mínimo común denominador, daban este resultado: Ramírez no quería ser expulsado del gobierno. Por lo tanto la solución para él era el derrocamiento del presidente Castillo. Y como se comprueba, el ministro caído en desgracia halló amigos que se jugaron por él".
Entre los militares a quienes Rawson invitó en la tarde del 3 de junio a sumarse al alzamiento que estaba resuelto, figuraban el coronel Juan Domingo Perón, que se excusó y manifestó que invitaría al general Farrell; éste, en el domicilio particular de Rawson, se excusó igualmente y no quiso intervenir.
Entre los implicados en el complot del 4 de junio, muchos de ellos probablemente miembros del G.O.U., figuraban, según Manuel de Lezica los siguientes: general Oscar R. Silva, coroneles, tenientes coroneles y mayores: Francisco Castro, Roberto Dalton, León Justo Bengoa, Enrique P. González, Heraclio Ferrazano, Héctor Raviolo Audisio, Mario C. Marambio, Carlos Gómez, Apolinario López, Francisco Imaz, Juan José Uranga Imaz, Manuel A. Mora, Severo Honorio Eizaguirre, Benito Llambí, los hermanos Molinuevo, Juan D. Perón y Fortunato Giovannoni; entre los oficiales jóvenes estaban Guglialmelli, Desiderio Fernández Suárez, José García Altabe, Andrés García, Federico Gentiluomo, Roberto Grimoldi Frontera, Oscar Laciarn, Carlos Serú, Mariano García Santillán, Julio Barredo, Enrique Perkins, Eduardo Luis Ricagno.
Los jefes operativos para el golpe de mano proyectado eran Emilio Ramírez, Lacal Eizaguirre, Eduardo Avalos, Juan Carlos Sanguinetti, Orlando Pelufo, con gravitación en unidades de Campo de mayo y capital federal.
El G.O.U. estaba preparado para intentar un alzamiento contra el gobierno de Castillo, una de las conspiraciones en marcha, pero circunstancias imprevistas hicieron que la acción del 4 de junio haya tenido otro impulso inicial.
La conspiración encabezada y auspiciada por el G.O.U. no tuvo sino muy escasos contactos con civiles. Se menciona a dos de ellos, el periodista José Luis Torres, colaborador de Cabildo y El Pampero, que caracterizó los años que siguieron a 1930 como la década infame, y a Bruno Jordán Genta, que irradió con sus doctrinas políticas en algunos militares que integraron la logia.
También se han mencionado otros nombres, Mario Amadeo, Diego Luis Molinari, Alberto Baldrich, Silenzi di Stagni, según la versión de Gontrán de Güemes. Sin embargo, a pesar de esos eventuales contactos personales, los grupos nacionalistas no tuvieron participación en la articulación del G.O.U. ni en el golpe de Estado del 4 de junio.
Diego Luis Molinari envió al general Rawson el siguiente telegrama:
"Buenos Aires, 4 de junio de 1943. Al general Arturo Rawson, Casa de gobierno. La mesa directiva del Partido radical que me honro en presidir, ante los acontecimientos históricos de esta jornada y el pronunciamiento de las fuerzas armadas, triunfantes bajo la jefatura de Ud., en sesión especialmente convocada al efecto, después de oir, las proclamas que expresan el plan a desenvolverse por la autoridad que ahora se constituye, ha resuelto prestar a Ud. y al gobierno nacido al calor de las más nobles y puras esperanzas populares, su decidido apoyo, pues entiende que, sin ningún género de duda, la acción ha de desenvolverse sobre la base de los principios que nos han identificado con Ud. en horas no lejanas, cuando juramos, mancomunados, ofrecer nuestras vidas en aras de la liberación de la patria."
Firman Diego Luis Molinari; presidente, y otros.
Molinari, en ocasión del primer aniversario del 4 de junio en el Senado, afirmó que el plan concebido por el coronel Perón se ejecutó al pie de la letra, y también la consigna sanmartiniana del 3 de junio de que ninguno de los coroneles debía subir al poder. Y así fue: por eso aparecen otros a la luz el día 4 de junio.
Esa afirmación dio motivo a una réplica del general Rawson:
"Conozco generales y coroneles que se negaron a acompañarme a Campo de mayo para sacar las tropas, pero ignoraba que hubiera coroneles adoptando actitudes sanmartinianas, ocultos, mientras que, con otros cama-radas, exponíamos nuestra carrera y quizás nuestra vida".
Las fuerzas armadas no constituían en la Argentina una casta, una sociedad militar diferenciada dentro del conjunto de la sociedad, pero la declinación de los partidos tradicionales les hizo adquirir conciencia del propio poder para ocupar el vacío existente. Dardo Cúneo explicó así la composición de ese poder, que asumió desde 1930 una responsabilidad creciente en la conducción de los destinos del país.
"La vieja oligarquía ha hecho de sus hijos sus abogados, sus hacendados, sus financieros; no los ha hecho militares. El cuartel no suponía para ella calificación social, se resistió a entregar a sus hijos a la milicia. Los prefirió en bufetes, directorios, cátedras, salones y clubes más que en cuarteles y campañas; en negocios portuarios antes que desplazados sobre fronteras interiores de colonización. Es suficiente hacer un simple recuento de apellidos entre su oficialidad para verificar que, desde sus rangos iniciales hasta los de más alta jerarquía, se han venido dando los apellidos de la inmigración europea en casi inalterable sucesión. Los inmigrantes italianos y españoles que hicieron pie en el país, logrando desplegarse en oficios retributivos y creando la mayoritaria clase media urbana y rural, son, en verdad, los padres del actual ejército argentino. Ejército constituido en fuentes populares. En los rangos inferiores, los suboficiales, hijos del país, provenientes de zonas rurales y pueblos chicos, versión de la Argentina de rústicas sangres criollas, completan la imagen popular".
Constituyó, pues, una rama de la clase media, y en esa condición fue sensible a la construcción de un país moderno y no vaciló en emplear su fuerza, por iniciativa propia o por impulso de grupos de presión tradicionales, para superar la insuficiencia de la técnica del acceso al poder por la vía del sufragio popular, instrumento que permitió fraudes y abusos, tanto en los tiempos de la llamada oligarquía como en los de la aplicación de la ley Sáenz Peña.
Se componía la oficialidad del ejército en 1943 de 37 generales, 121 coroneles, 233 tenientes coroneles y 371 mayores; sumados estos oficiales superiores a los que ostentaban grados de tenientes a capitanes, el total de la oficialidad, sumaba 3.300. De los 32 generales en servicio activo en 1942-43, 10 eran hijos de inmigrantes; unos años después, en 1946, de los 41 generales en activo, 19 eran hijos de inmigrantes, y muchos otros pertenecían a la segunda generación de los mismos.
Cualesquiera que fuesen las simpatías en materia internacional y la posición ideológica de algunos de los que participaron o vieron con aprobación el movimiento del 4 de junio de 1943, no se puede decir que éste fuese inspirado por la Alemania nazi, ya entonces en declinación manifiesta.
Si hubo una ideología dominante fue probablemente la geopolítica de Karl Haushofer, ideología anterior al advenimiento de Hitler, y que en la Argentina militar respaldó la ambición de jugar un papel protagónico en el continente suramericano. El nacionalismo de los hombres de 1943 pudo tener contactos espirituales, directos o indirectos, o franca admiración por la máquina de guerra de las potencias totalitarias, pero no puede ser identificado como nazi y al servicio de la Alemania hitleriana. Su posición antidemocrática, más que imitación de la tónica totalitaria de moda, era una respuesta a la falsa democracia vigente en el país, al deterioro de los partidos, a la distancia entre la Argentina aparente y la real.
Se puede coincidir con Félix Luna cuando sostiene que los militares que formaban el G.O.U. eran pro nazis, pero no nazis, una distinción que, aunque parezca sutil, tiene su razón de ser. País de fuertes corrientes inmigratorias, no se podía impedir que los italianos residentes en la Argentina o sus hijos se inclinasen a la apología de la obra de Benito Mussolini; lo mismo ocurrió en la colonia alemana respecto a Adolfo Hitler y en la colonia española con relación al falangismo y al franquismo, triunfantes en la reciente guerra civil.
Examinados a la distancia los documentos registrados por la Comisión investigadora de las actividades antiargentinas, presidida por Damonte Taborda, no ofrecen la gravedad que se supuso en su tiempo; pues lo que hacía la embajada alemana para crear un clima favorable a su país en plena contienda, lo hacían las otras embajadas y representaciones, sin que por ello se haya elevado protesta alguna. Y lo que algunos nazis entusiastas hayan podido imaginar y planear para asegurar la influencia de su país y de sus doctrinas no bastaban para suscitar alarmas y medidas extraordinarias de suprema defensa nacional.