La disputa apasionada sobre la neutralidad no tenía sus raíces solamente en afinidades, simpatías o antipatías de sectores de la población con unos u otros de los beligerantes y sus respectivas aspiraciones; también involucraba fuertes intereses menos idealistas.
Para Inglaterra quizá era preferible que la Argentina continuase neutral a fin de que pudiese servir de ese modo al abastecimiento de materias primas, alimentos, etc. Muchas firmas comerciales inglesas instaladas en el país, reforzaban esa posición. La Argentina había sido abastecedora tradicional de materias primas y alimenticias para Gran Bretaña y campo favorito para sus inversiones. Los lazos económicos que mantenían Gran Bretaña y la Argentina eran mucho más importantes que con Estados Unidos, aunque ese desequilibrio se fue alterando un tanto después; las alternativas de la guerra no dejaron al país, en materia de transacciones comerciales, y también de inversiones de capitales, más que a los Estados Unidos. Y hay testimonios de que en la colectividad inglesa no existía ninguna presión para que la Argentina rompiese las relaciones con las potencias del Eje.
Nicolás Repetto, en su discurso parlamentario del 27 de septiembre de 1942, se dirigió al presidente Castillo en estos términos: "Si yo pudiera hacerle llegar una sugestión al doctor Castillo, le diría que, sin reclamar de él, en materia de política internacional, actitudes francamente rupturistas, sin reclamar de él posturas guerreras, debería comprender que hay en política internacional alguna obligación que imponen la sensatez, el sentido común y el conocimiento elemental de las necesidades nacionales. No le hemos pedido hasta ahora una ruptura y la guerra contra los países totalitarios; pero le hemos pedido una neutralidad leal, sincera; vale decir, que no abuse de la aparente neutralidad para favorecer los intereses de determinado beligerante, que ésa es la posición de nuestro país. Es una neutralidad mentida y el mundo sabe que bajo el manto de esa neutralidad, todos los elementos de gobierno están a disposición de una de las fuerzas beligerantes, la totalitaria".
Enrique Ruiz Guiñazú, considerado “antinorteamericano acérrimo”, “hispanófilo” y “filonazi”, intentó mantener al país en la más estricta neutralidad, cuando Estados Unidos esperaba la inmediata ruptura de relaciones con los países del Eje. Ruiz Guiñazú aseguró que la Argentina deseaba cooperar con las repúblicas hermanas y cumplir con las obligaciones interamericanas, pero fue evasivo a la hora de asumir compromisos mayores.
Por otra parte, Sergio Bagú hizo esta comparación entre la neutralidad de Yrigoyen y la de Castillo:
"La neutralidad del presidente Castillo tuvo una inspiración política totalmente distinta de la neutralidad del presidente Yrigoyen, como que la orientación internacional de un país está siempre vinculada estrechamente al capítulo de su historia que va viviendo. La neutralidad del presidente Yrigoyen es de una democracia, aun inorgánica, pero plena de energía y optimismo en sus fuerzas creadoras, que se siente autorizada a dictar la norma ética a las grandes potencias mundiales.
La del presidente Castillo es la característica de un régimen híbrido, que espera nerviosamente la definición de la lucha entre los poderosos para plegarse al ganador en hora más segura".
Castillo, en efecto, jugaba firmemente al triunfo de la Alemania nazi.
El acuerdo de Río de Janeiro era una recomendación, no un imperativo, y eso permitió al gobierno argentino mantener la neutralidad, con la facultad de aplicar la recomendación de ruptura según lo estimase conveniente o no.
En la cumbre del 15 de enero de 1942, que se realizó en Río de Janeiro la Tercera Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores convocada por la Unión Panamericana el canciller argentino Enrique Ruiz Guiñazú aprobó las recomendaciones de ruptura de relaciones comerciales y financieras, de clausura de las telecomunicaciones y desarrollo de emprendimientos, y no se opuso a la creación de la Junta Interamericana de Defensa ni a la Comisión Consultiva de Emergencia para la Defensa Política; pero todo ello no iba más allá de declaraciones y recomendaciones, sin obligarse a romper relaciones diplomáticas ni a ingresar en guerra con los países del Eje.
El neutralismo era una nueva traducción del aislacionismo argentino, del que había sido intérprete Carlos Saavedra Lamas en la séptima conferencia panamericana de Montevideo en 1933 y en la conferencia panamericana de Buenos Aires en 1936; la corriente aislacionista prosiguió con José María Cantilo en la octava conferencia panamericana de Lima en 1937 y con Leopoldo Melo en las reuniones de consulta de cancilleres en Panamá en 1939 y en La Habana en 1940. Ese aislacionismo no fue interpretado como antidemocrático, pues sus dirigentes estaban casi todos en la línea de la anglofilia, y parecía que se interpretaba toda estrecha vinculación con los países vecinos y con los Estados Unidos como un deterioro de la vinculación tradicional con Gran Bretaña.
El neutralismo de Castillo, dadas sus simpatías por Alemania, fue calificado de pro nazi, pero en verdad respondía también a una activa presión de Gran Bretaña, que necesitaba a la Argentina como base de aprovisionamiento de carnes y cereales, cueros, minerales, lanas. Los Estados Unidos aspiraban a una plena ruptura de los países americanos en nombre de altos principios de solidaridad continental, pero a los ingleses esa ruptura de la Argentina les resultaba contraproducente. La neutralidad en 1917, con Yrigoyen, tuvo un matiz americanista; en 1940 fue aislacionista y resultó un beneficio para la causa de los aliados en razón de las vinculaciones comerciales.
Contra ese neutralismo, que se interpretaba como pro Eje, se produjo un fuerte movimiento de opinión en favor de la democracia y de la libertad y contra todas las formas del totalitarismo. Se formaron listas negras para la proscripción comercial y profesional de aquellos que se amparasen en la neutralidad para dar testimonio de sus simpatías por el Eje. Se constituyó una comisión investigadora de las actividades antiargentinas y se acusó al gobierno de favorecerlas.
Propagaron la neutralidad los núcleos nacionalistas de no lejana formación, como la entidad llamada Afirmación argentina, en la que figuraban Carlos Astrada, Mario Molina Pico, Lizardo Zia y Homero Guglielmini.
El presidente Castillo recurrió a argumentos cómo éste: la agresión a que se referían los acuerdos de La Habana lo era al territorio continental, no a islas, bases o posesiones lejanas de carácter imperialista, pues en ese caso la Argentina sufría la agresión permanente de la ocupación de las Malvinas por una potencia extracontinental y respecto a los países americanos que declararon la guerra al Eje o rompieron sus relaciones con él, expresó que habían perdido hasta su libertad de contratar y habían dejado de ser países libres, pues para cada transacción tenían que consultar a los Estados Unidos y a Inglaterra.
De todos modos, si una buena parte de la opinión del país habría admitido complacida la ruptura de relaciones con el Eje, es de dudar que estuviese dispuesta a ir más allá, a un estado de beligerancia, como la del Brasil.
En el proceso de la participación de Brasil en la Segunda Guerra Mundial , el Ministerio de Asuntos Exteriores Oswaldo Aranhajuega un papel clave,ya que representa el ala del gobierno panamericanismo , abogando por una alianza con los Estados Unidos siempre en oposición a los líderes militares, liderado principalmente por el Ministro de la Guerra , Eurico Gaspar Dutra , que eran en favor de un acercamiento a Alemania .Durante la Conferencia de Río , en enero de 1942, encabezado por Oswaldo Aranha, Brasil y todos los países de América decidido romper las relaciones con los países del Eje , pero Argentina y Chile , que más tarde. La decisión fue una victoria de las convicciones panamericanas de Araña.