Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio nació el 30 de marzo de 1793 en Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata. Su nacimiento se produjo en el solar de propiedad de su madre, Agustina López de Osornio, su padres era el militar León Ortiz de Rozas
A la edad de ocho años ingreso en el colegio privado que dirigía Francisco Javier Argerich (1765-1824), si bien desde joven demostró vocación por las actividades rurales; interrumpió sus estudios para participar, contando con trece años de edad, en la Reconquista de Buenos Aires en 1806 y posteriormente se enroló en la compañía de niños del Regimiento de Migueletes, combatiendo en la Defensa de Buenos Aires en 1807, ambos hechos durante las invasiones inglesas, donde fue distinguido por su valor.
Más tarde, retirado al campo de su madre, una gran estancia de la pampa bonaerense. Al producirse los sucesos que culminaron con la Revolución de Mayo de 1810, Rosas contaba con 17 años y se mantuvo al margen de los mismos, de la evolución política posterior, y de la guerra de independencia de la Argentina.
Casamiento
En 1813, pese a la oposición materna ―que Rosas venció al hacer creer a su madre que la joven estaba embarazada― se casó con Encarnación Ezcurra, con quien tuvo tres hijos: Juan Bautista, nacido el 30 de julio de 1814, María, nacida el 26 de marzo de 1816 y fallecida al día siguiente, y Manuela, conocida como Manuelita y nacida el 24 de mayo de 1817, quien luego sería su compañera inseparable.
Cambio de apellido
Poco después, debido a un entredicho que tuvo con su madre, devolvió a sus padres los campos que administraba para formar sus propios emprendimientos ganaderos y comerciales. Además se cambió el apellido «Ortiz de Rozas» por «Rosas», cortando simbólicamente la dependencia de su familia.
Fue administrador de los campos de sus primos Nicolás y Tomás Manuel de Anchorena; este último ocuparía cargos importantes dentro de su gobierno, ya que Rosas siempre le tuvo un especial respeto y admiración. En sociedad con Luis Dorrego ―hermano del coronel Manuel Dorrego― y con Juan Nepomuceno Terrero fundó un saladero; era el negocio del momento: la carne salada y los cueros eran casi la única exportación de la joven nación. Acumuló una gran fortuna como ganadero y exportador de carne vacuna, distante de los acontecimientos emergentes que condujeron al Virreinato del Río de la Plata a la emancipación del dominio español en 1816.
Por esos años conoció al doctor Manuel Vicente Maza, quien se convirtió en su patrocinador legal, en especial en una causa que sus propios padres habían entablado contra él. Más tarde fue un excelente consejero político.
En 1818, por presión de los abastecedores de carne de la capital, el director supremo rioplatense Juan Martín de Pueyrredón tomó una serie de medidas en contra de los saladeros. Rápidamente, Rosas cambió de rubro: se dedicó a la producción agropecuaria en sociedad con Dorrego y los Anchorena, que también le encargaron la dirección de su estancia Camarones, al sur del río Salado.
Al año siguiente compró la estancia Los Cerrillos, en San Miguel del Monte. Allí organizó una compañía de caballería (aumentada al poco tiempo a regimiento), los Colorados del Monte, para combatir a los indígenas y a los cuatreros de la zona pampeana. Fue nombrado su comandante, y alcanzó el grado de teniente coronel.
Por esos años escribió sus famosas Instrucciones a los mayordomos de estancias, en la que detallaba con precisión las responsabilidades de cada uno de los administradores, capataces y peones. En ese librito demostraba su capacidad para administrar simultáneamente varias explotaciones con métodos muy efectivos, en un anticipo de su futura capacidad para administrar el estado provincial.
El año 1820 fue en la época en que Rosas comenzó a involucrarse en la política, al contribuir a rechazar la invasión del caudillo Estanislao López al frente de sus Colorados del Monte. Participó en la victoria de Dorrego en el combate de Pavón pero junto a su amigo Martín Rodríguez se negó a continuar la invasión hacia Santa Fe.
Con apoyo de Rosas y otros estancieros Martín Rodríguez fue electo gobernador de la Provincia de Buenos Aires .
El 1 de octubre estalló una revolución, dirigida por el coronel Manuel Pagola, que ocupó el centro de la ciudad , entonces Rosas se puso a disposición de Rodríguez, y el día 5 inició el ataque, derrotando completamente a los rebeldes.
Los cronistas de esos días recordaron la disciplina que reinaba entre los gauchos de Rosas, que fue ascendido al grado de coronel. Con Martín Rodríguez, el grupo de los estancieros empezó a tener un papel público.
Rosas formo parte de las negociaciones que concluyeron con el Tratado de Benegas, que puso fin al conflicto entre las provincias de Santa Fe y Buenos Aires y fue el responsable del cumplimiento de una de las cláusulas secretas del mismo: entregar al gobernador Estanislao López 30.000 cabezas de ganado como reparación de los daños causados por las tropas bonaerenses en su territorio, esta cláusula era secreta, para no «manchar el honor» de Buenos Aires, esto iniciaba una alianza permanente que tendría esta provincia con la de Buenos Aires hasta 1852.
Los primeros años después de la disolución de los poderes nacionales fueron un período de paz y prosperidad en Buenos Aires, conocido como la «feliz experiencia», principalmente debido a que Buenos Aires usufructuó en su exclusivo provecho las rentas de la Aduana, una fuente inagotable de riqueza que la provincia decidió no compartir con sus hermanas ni con ejércitos exteriores.
Entre 1821 y 1824 compró varios campos más, especialmente la estancia que había sido del virrey Joaquín del Pino y Rozas (conocida como Estancia del Pino, en el partido de La Matanza), a la que llamó San Martín en honor del general José de San Martín.
También aprovechó la ley de enfiteusis promovida por el ministro Bernardino Rivadavia para aumentar sus campos. En lugar de ayudar a los pequeños hacendados, esta ley terminó dejando en propiedad de unos pocos grandes terratenientes cerca de la mitad de la superficie de la provincia.
Los desórdenes producidos por la Anarquía del Año XX habían dejado desguarnecida la frontera sur, por lo que habían recrudecido los malones.
Martín Rodríguez dirigió entonces tres campañas al desierto, usando una extraña mezcla de diálogos de paz y guerra con los indígenas. En 1823 fundó Fuerte Independencia, la actual ciudad de Tandil y en casi todas estas campañas lo acompañó Rosas, que también participó de una expedición en que el agrimensor Felipe Senillosa delineó y estableció planos catastrales de los pueblos del sur de la provincia, siendo el jefe nominal de esa campaña era el coronel Juan Lavalle.
Durante la guerra del Brasil, el presidente Rivadavia lo nombró comandante de los ejércitos de campaña a fin de mantener pacificada la frontera con la población indígena de la región pampeana, cargo que volvió a ejercer después, durante el gobierno provincial del coronel Dorrego.
En 1827, en el contexto previo al inicio de la guerra civil que estallaría en 1828, Rosas era un dirigente militar, representante de los propietarios rurales, socialmente conservadores e identificados con las tradiciones coloniales de la región. Estaba alineado con la corriente federalista, proteccionista, adversa a la influencia foránea y a las iniciativas de corte librecambistas preconizadas por el partido unitario.
La revolución de diciembre
La Legislatura de Buenos Aires proclamó a Juan Manuel de Rosas como Gobernador de Buenos Aires el 6 de diciembre de 1829, honrándolo además con el título de Restaurador de las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos Aires, y en el mismo acto le otorgó «todas las facultades ordinarias y extraordinarias que creyera necesarias, hasta la reunión de una nueva legislatura».
No era algo excepcional: las facultades extraordinarias ya les habían sido conferidas a Manuel de Sarratea y a Martín Rodríguez en 1820, y a los gobernadores de muchas otras provincias en los últimos años; también Juan José Viamonte las había tenido. El mismo día en que juró su cargo, declaró al diplomático uruguayo Santiago Vázquez:
Creen que soy federal; no señor, no soy de partido alguno sino de la Patria... En fin, todo lo que yo quiero es evitar males y restablecer las instituciones, pero siento que me hayan traído a este puesto.
Lo primero que hizo Rosas fue realizar un extraordinario funeral al general Dorrego, trayendo sus restos a la capital, con lo cual logró la adhesión de los seguidores del fallecido líder federal, sumando el apoyo del pueblo humilde de la capital al que ya tenía de la población rural.
Respecto a la forma de organización constitucional del estado y al federalismo, Rosas fue un pragmático. En cartas enviadas en 1829 al general Tomás Guido, al general Eustoquio Díaz Vélez y a Braulio Costa, el financista de Quiroga, les escribía para informarles que
...el general Rosas es unitario por principio, pero que la experiencia le ha hecho conocer que es imposible adoptar en el día tal sistema porque las provincias lo contradicen, y las masas en general lo detestan, pues al fin sólo es mudar de nombre
La guerra civil en el interior
El general José María Paz había ocupado Córdoba y había derrotado a Facundo Quiroga. Rosas envió una comisión a mediar entre Paz y Quiroga, pero este fue derrotado y se refugió en Buenos Aires. Rosas le hizo dar un recibimiento triunfal aunque el caudillo consideraba que la guerra había terminado para él.
Paz aprovechó la victoria para invadir las provincias de los aliados de Quiroga, colocando en ellos gobiernos unitarios. Los bandos quedaban definidos: las cuatro provincias del litoral, federales; las nueve del interior, unitarias y unidas desde agosto de 1830 en una Liga Unitaria, cuyo «supremo jefe militar» era Paz.
A los pocos meses, en enero de 1831, Rosas y Estanislao López impulsaron el Pacto Federal entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos. Este ―que sería uno de los «pactos preexistentes» mencionados en el Preámbulo de la Constitución de la Nación Argentina― tenía como objetivo poner un freno a la expansión del unitarismo encarnado en el general Paz. Corrientes se adheriría más tarde al Pacto, porque el diputado correntino Pedro Ferré intentó convencer a Rosas de nacionalizar los ingresos de la aduana de Buenos Aires e imponer protecciones aduaneras a la industria local. En este punto, Rosas sería tan inflexible como sus antecesores unitarios: la fuente principal de la riqueza y del poder de Buenos Aires provenía de la aduana.
El caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra, refugiado en Santa Fe, logró que López iniciara acciones contra Córdoba. Serían acciones guerrilleras, porque en ese tipo de acciones tenía ventaja sobre las disciplinadas tropas de Paz. A principios de 1831, el ejército porteño inició también las operaciones, al mando de Juan Ramón Balcarce; pero el ejército porteño nunca llegó a unirse al santafesino.
Cuando el coronel Ángel Pacheco derrotó a Juan Esteban Pedernera en la batalla de Fraile Muerto, Paz decidió hacerse cargo personalmente del frente oriental.
Por su lado, Quiroga decidió volver a la lucha. Pidió fuerzas a Rosas, pero este solo le ofreció los presos de las cárceles. Quiroga instaló un campo de entrenamiento y, cuando se consideró listo, avanzó sobre el sur de Córdoba. En el camino, Pacheco le entregó los pasados de Fraile Muerto: con ellos conquistó Cuyo y La Rioja en poco más de un mes.
La inesperada captura de Paz por un tiro de boleadoras de un soldado de López, el 10 de mayo de 1831, provocó un repentino cambio: Gregorio Aráoz de Lamadrid se hizo cargo del ejército unitario, con el que se retiró hacia el norte y fue vencido por Quiroga en la batalla de La Ciudadela, el 4 de noviembre, junto a la ciudad de Tucumán, con lo cual la Liga del Interior fue disuelta.
Convención de Santa Fe
En los meses siguientes, las provincias restantes se fueron adhiriendo al Pacto Federal: Mendoza, Córdoba, Santiago del Estero y La Rioja en 1831. Al año siguiente, Tucumán, San Juan, San Luis, Salta y Catamarca.
En cuanto terminó la guerra, los representantes de varias provincias anunciaron que, con la pacificación interior, había llegado la ocasión esperada para la organización constitucional del país. Pero Rosas argumentaba que primero se tenían que organizar las provincias y luego el país, ya que la constitución debía ser el resultado escrito de una organización que debía darse primero. Aprovechó una acusación del diputado correntino Manuel Leiva para acusarlo de tener ideas anárquicas y retirar su representante de la convención de Santa Fe. En agosto de 1832, la convención quedaba disuelta, y la oportunidad de organizar constitucionalmente el país se pospuso por otros veinte años.
Por un tiempo, el país quedó dividido en tres áreas de influencia: Cuyo y el noroeste, de Quiroga; Córdoba y el litoral, de López; y Buenos Aires, de Rosas. Por unos años, este triunvirato virtual gobernaría el país, aunque las relaciones entre ellos nunca fueron muy buenas.
En 1832, en carta a Quiroga, Rosas le dijo
... siendo federal por íntimo convencimiento, me subordinaría a ser unitario si el voto de los pueblos fuese por la unidad.
El gobierno de la provincia
El primer gobierno de Rosas en la Provincia de Buenos Aires fue un gobierno «de orden»; no fue una tiranía despótica, aunque más tarde los historiadores harían extensivas a su primer gobierno algunas características del segundo. En este primer momento se apoyó en algunos de los dirigentes del Partido del Orden de la década anterior, lo cual ha permitido que fuera acusado de ser el continuador del Partido Unitario, aunque con el tiempo se distanciaría de ellos.
Entre los hechos negativos se le atribuyó responsabilidad en la invasión británica de las islas Malvinas, aunque este hecho ocurrió el 3 de enero de 1833, durante el gobierno de Balcarce, que había sucedido a Rosas, el cual estaba emprendiendo su campaña al desierto. Estas islas, que habían sido objeto de disputa entre España e Inglaterra, se encontraban en posesión de España al momento de declararse la independencia argentina, e Inglaterra implícitamente reconoció la continuidad jurídica de los derechos argentinos sobre las posesiones españolas al celebrar el tratado de Amistad, Comercio y Navegación, firmado en Buenos Aires el 2 de febrero de 1825, a pocos años de la Independencia argentina y ratificado por el gobierno británico en el mes de mayo de ese mismo año. Además, las islas Malvinas habían sido pobladas por el Gobierno de Buenos Aires y se había designado un gobernador.
Esta primera administración de Rosas fue, también, un gobierno progresista: se fundaron pueblos, se reformaron el Código de Comercio y el de Disciplina Militar, se reglamentó la autoridad de los jueces de paz de los pueblos del interior y se firmaron tratados de paz con los caciques, con lo que se obtuvo una cierta tranquilidad en la frontera.
No obstante, la supremacía lograda no estuvo asociada a un apoyo incondicional de toda la población. Rosas debió enfrentar, por el contrario, una dura resistencia durante el curso de su gobierno.
A fines de 1832, la Legislatura de Buenos Aires reeligió a Rosas. Se dijo durante muchos años que rechazó su reelección porque no se le concedían las facultades extraordinarias, lo que no es exacto: no se sentía capaz de gobernar ―ni quería hacerlo― sin la unanimidad de la opinión pública en su favor. Esperaría que lo llamaran desesperadamente, mientras buscaba la forma de hacerse imprescindible.
En su lugar fue electo Juan Ramón Balcarce, importante militar de la época de la Guerra de la Independencia Argentina y jefe de un grupo federal no rosista, a quien Rosas entregó el gobierno el 18 de diciembre de 1832.
Campaña al Desierto
La llanura pampeana bonaerense había estado sometida al dominio blanco apenas en una franja estrecha junto al río Paraná y el río de la Plata, por lo menos hasta la década de 1810. Desde entonces, la «frontera con el indio» se había adelantado hasta una línea que pasaba aproximadamente por las actuales ciudades de Balcarce, Tandil y Las Flores.
En cuanto Rosas dejó el gobierno a fines de 1832, a principios del siguiente año coordinó la campaña con los de Mendoza, de San Luis y de Córdoba para hacer una batida general, que además acompañaría a la otra que había comenzado a principios del mismo año el general Manuel Bulnes, en Chile y en el extremo noroeste de la Patagonia oriental, específicamente en los alrededores de las lagunas de Epulafquen.
La comandancia general le fue ofrecida a Facundo Quiroga, pero este no participó en ella. Rosas concentró y adiestró la tropa en su estancia de Los Cerrillos, cerca del fortín y pueblo San Miguel del Monte.
El 6 de febrero de 1833 fue aprobada la ley que autorizaba al Poder Ejecutivo a negociar un crédito de un millón y medio de pesos m/c, para costear los gastos de la expedición, aunque al poco tiempo, el ministro de Guerra comunicó que no podría hacerse cargo de dicho objetivo, y por lo cual Rosas y Juan Nepomuceno Terrero terminaron suministrando ganado vacuno y caballar para el abastecimiento, sumado a que sus primos Anchorena, el doctor Miguel Mariano de Villegas,
Victorio García de Zúñiga y el entonces coronel Tomás Guido donaran dinero en efectivo para que pudieran iniciarla, por lo cual, pudieron partir de allí en marzo del citado año.
La columna oeste, al mando de José Félix Aldao, recorrió un territorio que había sido «limpiado» de aborígenes recientemente, por lo que se limitó a llegar al río Colorado.
La del centro venció al cacique ranquel Yanquetruz y regresó rápidamente. la que hizo la mayor parte de la campaña fue la del este, al mando del propio Rosas. Este se estableció a orillas del río Colorado ―cerca de la actual localidad de Pedro Luro― y envió cinco columnas hacia el sur y hacia el oeste, que consiguieron derrotar a los caciques más importantes. A continuación firmó tratados de paz con otros, secundarios hasta entonces, que se convirtieron en útiles aliados. Al año siguiente se sumó el más importante de ellos, Calfucurá.
Durante los primeros años de su segundo gobierno, la política de Rosas para con los indígenas alternó tratados de paz y donaciones con campañas de exterminio. Solo después de la crisis que comenzó en 1839 la cambió por una política de paz permanente.
La campaña también incorporó científicos que reunieron información sobre la zona recorrida, pero las regiones desérticas quedaron en manos de los indígenas. Recibió además la visita del científico Charles Darwin, quien en su diario de viaje describió parte de la campaña:
Los indios formaban un grupo de unas 110 personas (hombres, mujeres y niños); casi todos fueron hechos prisioneros o muertos, pues los soldados no dan cuartel a ningún hombre. Los indios sienten actualmente un terror tan grande, que ya no se resisten en masa; cada cual se apresura a huir por separado, abandonando a mujeres e hijos. [...] Sin disputa, esas escenas son horribles, ¡pero cuánto más horrible todavía es el hecho cierto de que los soldados dan muerte a sangre fría a todas las indias que parecen tener más de veinte años! Y cuando yo ―en nombre de la humanidad― protesté, se me replicó: «¿Qué otra cosa podemos hacer? ¡Tienen tantos hijos esas salvajes!».
Se aseguró la tranquilidad para los campos y pueblos ya formados, y se logró un relativo avance en el sudoeste de la provincia, pero los adelantos de la frontera fueron mucho menos espectaculares que los logrados en la Conquista del Desierto emprendida muy posteriormente por el general Julio Argentino Roca en 1879.
Lo más importante que logró Rosas fue poner de su lado al ejército, a los estancieros y la opinión pública. Y el agradecimiento de las provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, que se vieron libres de saqueos importantes por muchos años. Sin embargo, el único grupo de aborígenes que no fue totalmente dominado, los ranqueles, siguieron siendo vistos como un problema para los habitantes de estas provincias.
El precio a pagar por la paz fue sostener a las tribus amigas con entregas anuales de ganado, caballos, harina, tejidos y aguardiente. A partir de este momento, las tribus cazadoras dependieron de las entregas de alimentos, y fueron considerados por los bonaerenses como costosos parásitos del erario público, olvidando que ―desde el punto de vista de Rosas― los pagos eran un precio a pagar por el uso de territorios que ellos consideraban suyos. Esta actitud pacificadora, y el cumplimiento de los pactos celebrados, le ganaron a Rosas el respeto de algunos de los jefes de los indios amigos. Cuando este asumió por segunda vez la gobernación de la provincia, el cacique Catriel en Tapalqué declaró:
Juan Manuel es mi amigo. Nunca me ha engañado. Yo y todos mis indios moriremos por él. Si no hubiera sido por Juan Manuel no viviríamos como vivimos en fraternidad con los cristianos y entre ellos. Mientras viva Juan Manuel todos seremos felices y pasaremos una vida tranquila al lado de nuestras esposas e hijos. Todos los que están aquí pueden atestiguar que lo que Juan Manuel nos ha dicho y aconsejado ha salido bien.
Años después de la caída de Rosas, el mismo Catriel señalaba:
Nuestro hermano Juan Manuel indio rubio y gigante que vino al desierto pasando a nado el Samborombón y el Salado y que jineteaba y boleaba como los indios y se loncoteaba con los indios y que nos regaló vacas, yeguas, caña y prendas de plata, mientras él fue Cacique General nunca los indios malones invadimos, por la amistad que teníamos por Juan Manuel. Y cuando los cristianos lo echaron y lo desterraron, invadimos todos juntos
citado por Julio A. Costa en Roca y Tejedor
Más tarde, el propio Rosas dirigió la redacción de una Gramática de la lengua pampa.
En esta campaña se destacaron algunos oficiales que formaron la siguiente generación de militares porteños: Pedro Ramos, Ángel Pacheco, Domingo Sosa, Hilario Lagos, Mariano Maza, Jerónimo Costa, Pedro Castelli y Vicente González (el Carancho del Monte).
Un elemento característico de la campaña fueron los llamados santos que eran pequeños mensajes que servían de comunicación entre Buenos Aires y la expedición por intermedio de un sistema de 21 postas establecidas durante la campaña.
La Revolución de los Restauradores
Mientras Juan Manuel de Rosas estaba en su campamento del río Colorado, los desacuerdos internos del partido federal iban en aumento. Una de las fracciones era ideológicamente liberal, y deseaba la organización constitucional; en sus filas militaban el gobernador Balcarce y sus ministros Enrique Martínez y Félix Olazábal. Sus adversarios, leales a Rosas, los llamaban lomos negros, debido a que el reverso de la lista en la cual se postulaban era de color negro. En el partido de Rosas figuraban estancieros, militares y comerciantes minoristas.
El enfrentamiento se condujo principalmente en la prensa, dividida en dos bandos, que se atacaban escandalosamente; el gobierno decidió procesar a varios periódicos tanto opositores como oficialistas. Entonces se puso en acción Encarnación Ezcurra, esposa y consejera de Rosas, que reunía diariamente a sus aliados en su casa, y organizaba las manifestaciones y agresiones contra los opositores.
Cuando se anunció el juicio a los periódicos, uno de ellos era llamado «El Restaurador de las Leyes». Encarnación hizo empapelar la ciudad con la noticia de que iba a ser enjuiciado el Restaurador, lo que la gente interpretó como un juicio al jefe del partido federal. Se produjo una gran manifestación, y sus participantes se reunieron en las afueras de la ciudad; en su ayuda vino el general Agustín de Pinedo, que puso a sitio a la ciudad, provocando unos días más tarde la renuncia de Balcarce.
En su lugar fue nombrado el general Juan José Viamonte, y en los días siguientes abundaron las agresiones de los partidarios de Rosas, organizados en la Sociedad Popular Restauradora, formada por las clases medias de la ciudad y parte de los oficiales de origen humilde. Su brazo armado era la Mazorca, un grupo de agitadores que atacaba las casas de los opositores a Rosas, causando desmanes y agresiones físicas a quienes eran considerados opositores. Hubo unos pocos crímenes, pero por el momento no tuvieron la extensión que tendrían en el futuro.
Unos meses después llegaba Rosas de regreso a Buenos Aires, y Viamonte se vio obligado a renunciar. En su lugar fue elegido Rosas, pero no aceptó porque no se le concedían las facultades extraordinarias. No se sentía capaz de gobernar ―ni le interesaba hacerlo― bajo las limitaciones de un estado de derecho. Fue electo gobernador su amigo Manuel Vicente Maza, presidente de la legislatura.
Al estallar un conflicto que se había suscitado entre Salta y Tucumán, Rosas logró que el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Manuel Vicente Maza, enviara como mediador al general Facundo Quiroga, que residía en Buenos Aires, en el viaje, este fue emboscado y asesinado en Barranca Yaco, provincia de Córdoba, el 16 de febrero de 1835 un sicario vinculado a los hermanos Reynafé, que gobernaban Córdoba.
La muerte de Quiroga provocó un estado de inestabilidad y violencia, por lo que Maza presentó su renuncia el 7 de marzo de ese año. La Legislatura de Buenos Aires llamó entonces a Rosas para que se hiciera cargo del gobierno provincial. Rosas condicionó su aceptación a que se le otorgase la «suma del poder público», por la cual la representación y ejercicio de los tres poderes del estado recaerían en el gobernador, sin necesidad de rendir cuenta de su ejercicio. La legislatura aceptó esta imposición, dictando ese mismo día la correspondiente ley.
La suma del poder público se le otorgó con el compromiso de:
No disolvió la legislatura ni los tribunales; por el momento, la suma del poder aparecía como la sanción legal del carácter excepcional que tenía su mandato. La naturaleza dictatorial de esa institución política afloraría más tarde, cuando Rosas hiciera uso de todo ese poder.
Por otro lado este asesinato le dio a Rosas la oportunidad única de no compartir el mando del partido federal, que hasta entonces se había repartido con Quiroga y López.
Este, en tanto que protector de los Reynafé, quedó muy debilitado; y moriría a mediados de 1838. Incluso los caudillos con poder propio cayeron en su órbita, como Juan Felipe Ibarra, de Santiago del Estero, y José Félix Aldao, de Mendoza.
Debido a que el país no contaba por entonces con una constitución propia ―su caída sería, en 1853, condición necesaria para su sanción― los poderes de los que gozó Rosas en su segundo mandato han sido superiores a los de un presidente de facto, ya que dentro de estos incluyó el de administrar justicia. Gran parte de la historiografía argentina sigue considerando a Rosas un dictador o un tirano, mientras que la corriente revisionista le niega tal carácter, considerándolo un defensor de la soberanía nacional.
Antes de asumir como gobernador, el Restaurador exigió que se realizara un plebiscito que confirmara el apoyo popular a su elección. El plebiscito se realizó entre los días 26 y 28 de marzo de 1835 y su resultado fue 9.713 votos a favor y 7 en contra. Por esos tiempos la provincia de Buenos Aires contaba con 60.000 habitantes, de los cuales no accedían al sufragio las mujeres ni los niños.
La Sala de Representantes nombró gobernador a Rosas el día 13 de abril de 1835 por el quinquenio que comprendía de 1835 a 1840.
El discurso que pronunció Rosas en el Fuerte, sede del gobierno provincial, al momento de la asunción de su segundo mandato como gobernador caracterizaría su posición frente a sus opositores:
¡Que de esa raza de monstruos no quede uno entre nosotros y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y de espanto a los demás que puedan venir en adelante!
Rosas asumió su nuevo gobierno con la suma del poder público que utilizó para hostigar a sus disidentes fueran estos federales o unitarios.
No se tiene aún noticia de ciudadano alguno que no fuese a votar. Debo decirlo en obsequio de la verdad histórica, nunca hubo un gobierno más popular, y deseado, ni más bien sostenido por la opinión. Los unitarios que en nada habían tomado parte, lo recibían al menos con indiferencia, los federales lomos negros, con desdén, pero sin oposición; los ciudadanos pacíficos lo esperaban como una bendición y un término a las crueles oscilaciones de dos largos años; la campaña, en fin, como el símbolo de su poder y la humillación de los cajetillas de la CIUDAD. [...]
Concibese como ha podido suceder que en una provincia de cuatrocientos mil habitantes, según lo asegura la Gaceta, solo hubiese tres votos contrarios al gobierno? Seria acaso que los disidentes no votaron? Nada de eso! No se tiene aún noticia de ciudadano alguno que no fuese a votar; los enfermos se levantaron de la cama a ir a dar su asentimiento, temerosos de que sus nombres fueran inscritos en algún negro registro; porque así se había insinuado. [...]
El terror estaba ya en la atmósfera, y aunque el trueno no había estallado aún, todos veían la nube negra y torva que venía cubriendo el cielo.
Domingo Faustino Sarmiento
En este sentido, un retrato vívido de esa época ha sido el legado por la pluma de Esteban Echeverría en El matadero, cuento precursor del realismo rioplatense que transcurre en la provincia de Buenos Aires durante la década de 1830. Desde la óptica opositora, Echeverría describió las contiendas entre unitarios y federales, y las figuras del caudillo Rosas y sus seguidores, atribuyendo a estos últimos cualidades brutales y sanguinarias.
En cuanto asumió, Rosas ordenó la captura de Santos Pérez y los Reynafé, y tras un juicio que tardó años, fueron condenados a muerte y ejecutados. El juicio le dio a Rosas una autoridad nacional en un ámbito inesperado: su provincia tenía un tribunal penal de autoridad nacional. Esa autoridad no era legal, pero era real, y aportó cierta unidad a la administración nacional.
Eliminó de todos los cargos públicos a sus opositores: expulsó a todos los empleados públicos que no fueran federales «netos», y borró del escalafón militar a los oficiales sospechosos de opositores, incluyendo a los exiliados. A continuación hizo obligatorio el lema de «Federación o muerte», que sería gradualmente reemplazado por «¡Mueran los salvajes unitarios!», para encabezar todos los documentos públicos; e impuso a los empleados públicos y militares el uso del cintillo punzó, que pronto sería usado por todos.
Entre los funcionarios separados de su cargo por orden del gobernador estuvo el doctor Miguel Mariano de Villegas que fuera decano del Superior Tribunal de Justicia, por no merecer la confianza del gobierno.
Por oposición, más tarde los unitarios llevarían divisas celestes, lo que tendría un resultado inesperado: la bandera argentina era, hasta ese momento, de color azul y blanco. Los ejércitos de Rosas la empezaron a usar con un color azul oscuro, casi violeta; para diferenciarse, los unitarios la utilizaron de color celeste y blanco.
Para conseguir sus objetivos políticos Rosas contó también con el apoyo de la Sociedad Popular Restauradora, con la cual en esa época se vinculaba especialmente su esposa Encarnación, integrada por el grupo más leal de sus partidarios. Y a través del cuerpo parapolicial de la Mazorca, que volvió a actuar en la persecución de sus adversarios.
Una vez que logró consolidar su poder impuso los criterios federales y formó alianzas con los líderes de las demás provincias argentinas, logrando el control del comercio y de los asuntos exteriores de la Confederación.
La Ley de Aduanas
El gobernador de Corrientes, Pedro Ferré, realizó un enérgico planteo reclamando medidas proteccionistas para los productos de origen local, cuya producción se deterioraba debido a la política de libre comercio de Buenos Aires.
El 18 de diciembre de 1835, Rosas sancionó la Ley de Aduanas en respuesta a ese planteo, que determinaba la prohibición de importar algunos productos y el establecimiento de aranceles para otros casos. En cambio mantenía bajos los impuestos de importación a las máquinas y los minerales que no se producían en el país. Con esta medida buscaba ganarse la buena voluntad de las provincias, sin ceder lo esencial, que eran las entradas de la Aduana. Estas medidas impulsaron notablemente el mercado interno y la producción del interior del país. Sin embargo, Buenos Aires se consolidó como la principal ciudad.
Se nacía de un impuesto básico de importación del 17% y se iba aumentando para proteger a los productos más vulnerables. Las importaciones vitales, como el acero, el latón, el carbón y las herramientas agrícolas pagaban un impuesto del 5%. El azúcar, las bebidas y productos alimenticios el 24%. El calzado, ropas, muebles, vinos, coñac, licores, tabaco, aceite y algunos artículos de cuero el 35%. La cerveza, la harina y las papas el 50%.
El efecto inesperado, pero que Rosas había considerado correctamente, era que disminuyeron las importaciones, pero el crecimiento del mercado interno compensó esa caída. De hecho, los impuestos por importación aumentaron significativamente. Más tarde, bajo el efecto de los bloqueos, se redujeron estas tasas de importación (sin llegar a ser tan bajos como lo fueron antes y después del gobierno de Rosas).
Simultáneamente pretendió obligar a Paraguay a incorporarse a la Confederación Argentina ahogándola económicamente, para lo cual impuso una fuerte contribución al tabaco y los cigarros. Como temía que entraran de contrabando por Corrientes, esos impuestos alcanzaron también a los productos correntinos. La medida contra el Paraguay fracasó, pero tendría graves consecuencias respecto de Corrientes.
Su política económica fue decididamente conservadora: controló los gastos al máximo, y mantuvo un equilibrio fiscal precario sin emisiones de moneda ni endeudamiento. Tampoco pagó la deuda externa contraída en tiempos de Rivadavia, salvo en pequeñas sumas durante los pocos años en que el Río de la Plata no estuvo bloqueado. El papel moneda porteño mantuvo muy estable su valor y circuló por todo el país, reemplazando a la moneda metálica boliviana, con lo cual contribuyó a la unificación monetaria del país. El Banco Nacional fundado por Rivadavia estaba controlado por comerciantes ingleses y había provocado una grave crisis monetaria con continuas emisiones de papel moneda, continuamente depreciado. En 1836, Rosas lo declaró desaparecido, y en su lugar fundó el Banco de la Provincia de Buenos Aires.
Su administración era sumamente prolija, anotando y revisando puntillosamente los gastos e ingresos públicos, y publicándolos casi mensualmente. Incluso, cuando más tarde castigó a sus enemigos con embargos de sus bienes ―no realizó confiscaciones, a diferencia de lo que hizo Lavalle antes que él, o Valentín Alsina y Pastor Obligado después―, hizo que se les entregaran a los parientes de los así castigados recibos detallados de todo lo embargado.
La política exterior
En el norte, las ambiciones del dictador boliviano Andrés de Santa Cruz, que dominaba la recién fundada Confederación Perú-Boliviana y quiso invadir Jujuy y Salta con el apoyo de algunos emigrados unitarios, llevaron a una guerra entre esos países y Argentina. La guerra estuvo a cargo de Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán, siendo este era el último de los caudillos federales que hizo alguna sombra a Rosas, pero el Restaurador logró disciplinarlo por medio de la financiación de esta guerra.
A fines de 1838, con el asesinato de Heredia a manos de uno de sus oficiales, se paralizaron las operaciones y desapareció su último competidor federa y los adversarios internos que aparecerían desde el año siguiente ya no serían competidores por el control del federalismo, sino decididamente enemigos del sistema rosista.
Las relaciones con Brasil fueron muy malas, pero nunca se llegó a la guerra, por lo menos hasta la crisis que desembocaría en la Batalla de Caseros.
Nunca hubo problemas con Chile, aunque en ese país se refugiaban muchos opositores, que llegaron a lanzar algunas expediciones desde allí contra las provincias argentinas.
El Paraguay proclamó su independencia y la anunció oficialmente a Rosas, que respondió que no estaba en condiciones de reconocer ni desconocer esa declaración, en la práctica, tenia la pretensión era reincorporar la antigua provincia del Paraguay a la Confederación, por lo cual mantuvo el bloque de los ríos interiores, a fin de forzar al Paraguay a negociar. El Paraguay respondió aliándose con los enemigos de Rosas, pero nunca hubo enfrentamiento alguno entre ambos ejércitos ni escuadras.
En Uruguay, el nuevo presidente Manuel Oribe se libró de la tutoría de su antecesor Fructuoso Rivera; pero este, con apoyo de unitarios de Montevideo entre los que estaba Lavalle y de los brasileños establecidos en Río Grande del Sur, formó el partido «colorado» ―al que Oribe le opuso el partido «blanco»― y se lanzó a la revolución iniciándose la llamada Guerra Grande.
A mediados de 1838 comenzó el sitio de parte de los colorados al gobierno, resguardado tras los muros de Montevideo. Los colorados tuvieron desde el primer momento el apoyo de la flota francesa y el protectorado brasileño. Ante esto, Oribe renunció en octubre de 1838, dejando en claro que lo había obligado una flota extranjera, y se retiró a Buenos Aires.
El bloqueo francés
Los peores problemas empezaron con Francia, la política exterior francesa había permanecido en un perfil bajo por dos décadas, hasta que el rey Luis Felipe intentó recuperar para Francia su papel de gran potencia, obligando a varios países débiles a hacerle concesiones comerciales y, cuando era posible, reducirlos a protectorados o colonias. Ese fue el caso de Argelia, por solo citar un ejemplo.
Desde 1830, Francia buscaba aumentar su influencia en América Latina y, especialmente, lograr la expansión de su comercio exterior, consciente del poder inglés, en 1838 el rey Luis Felipe exponía ante el parlamento que «solo con el apoyo de una poderosa marina podrían abrirse nuevos mercados a los productos franceses».
En noviembre de 1837, el vicecónsul francés se presentó al ministro de relaciones exteriores, Felipe Arana, exigiéndole la liberación de dos presos de nacionalidad francesa, el grabador César Hipólito Bacle, acusado de espionaje a favor de Santa Cruz, y el contrabandista Lavié. También reclamaba un acuerdo similar al que tenía la Confederación Argentina con Inglaterra y la excepción del servicio militar para sus ciudadanos que en ese momento eran dos.
Arana rechazó las exigencias, y meses más tarde, en marzo de 1838 la armada francesa bloqueó «el puerto de Buenos Aires y todo el litoral del río perteneciente a la República Argentina». Y lo extendió a las demás provincias litorales, para debilitar la alianza de Rosas con ellas, ofreciendo levantar el bloqueo contra cada provincia que rompiera con él.
También en octubre de 1838, la escuadra francesa atacó la isla Martín García, derrotando con sus cañones y su numerosa infantería a las fuerzas del coronel Jerónimo Costa y del mayor Juan Bautista Thorne. Debido al desempeño honroso y valiente demostrado por los argentinos, fueron conducidos a Buenos Aires y dejados en libertad, con una nota del comandante francés Hipólito Daguenet, haciendo saber tal circunstancia a Rosas, en los siguientes términos:
...Encargado por el Señor Almirante Le Blanc, comandante en jefe de la estación del Brasil, y de los mares del Sud, de apoderarme de la isla de Martín García con las fuerzas puestas a mi disposición para tal objeto, desempeñé el 14 de este la misión que me había sido confiada. Ella me ha presentado la oportunidad de apreciar los talentos militares del bravo coronel Costa, gobernador de esa isla y de su animosa lealtad hacia su país. Esta opinión tan francamente manifestada es también la de los capitanes de corbetas francesas la Expeditive y la Bordelaise, testigos de la increíble actividad del señor coronel Costa, como de las acertadas disposiciones tomadas por este oficial superior, para la defensa de la importante posición que estaba encargado de conservar. Lleno de estimación por él he creído que no podría darle una prueba mejor de los sentimientos que me ha inspirado, que manifestando a V. E. su bizarra conducta durante el ataque dirigido contra él, el 11 del corriente, por fuerzas muy superiores a las de su mando...
El bloqueo afectó mucho la economía de la provincia, al cerrar las posibilidades de exportar, dejando muy descontentos a los ganaderos y a los comerciantes, muchos de los cuales se pasaron silenciosamente a la oposición.
Sobre el reclamo particular de Francia, esto es, la exención del servicio de armas para sus súbditos, el gobierno de Buenos Aires retrasó la respuesta por más de dos años.
Rosas no se oponía a reconocer a los residentes franceses en el Río de la Plata el derecho a un trato similar al que se daba a los ingleses, pero solo estuvo dispuesto a reconocerlo cuando Francia envió un ministro plenipotenciario, con plenos poderes para la firma de un tratado. Eso significaba un trato de igual a igual, y un reconocimiento de la Confederación Argentina como un estado soberano.
El periodismo controlado
Con la llegada de Rosas al poder se dio por finalizada cualquier posibilidad de libertad de expresión en el periodismo de Buenos Aires.
A partir de 1829 ya no se publicaron periódicos de orientación ideológica unitaria o que simpatizaran con los unitarios. Hubo emigraciones en masa de periodistas y hombres de letras a Montevideo. Toda la prensa de Buenos Aires fue oficialista y apoyó las políticas de Rosas sin ningún cuestionamiento. Competía para ver quien apoyaba más al gobierno de Rosas.
En el breve plazo de dos años, entre 1833 y 1835 desaparecieron la mayoría de los periódicos. En 1833 había 43 periódicos en total. En 1835 quedaban solamente tres, entre los periódicos más importantes clausurados por el restaurador estaban El Defensor de los Derechos Humanos, El Constitucional, El Iris, El Amigo del País, El Imparcial y El Censor Argentino.
Los rosistas se encargaron de abrir nuevas publicaciones, siendo algunos de los periódicos más importantes de esa época fueron El Torito de los muchachos, El Torito del Once, Nuevo Tribuno, El Diario de la Tarde, El Restaurador de las Leyes, El Lucero y El Monitor, todos ellos fuertemente rosistas, dedicados a exaltar la figura del Restaurador de las Leyes, y criticar a los unitarios.
La generación del '37
En 1837 surgió un grupo de jóvenes intelectuales que comenzó a reunirse en la librería de Marcos Sastre. Entre ellos se contaban Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, José Mármol y Vicente Fidel López. Su pensamiento se identificaba con la clase política que había protagonizado el proceso independentista hasta la organización unitaria de 1824 y adhería a las ideas del romanticismo europeo y la democracia liberal.
Este grupo logró cierta influencia a partir de dos instituciones: el Salón Literario, clausurado por orden de Rosas, y La Joven Argentina, sociedad secreta fundada por Echeverría en 1838.
Estos jóvenes, constituyentes de la segunda generación criolla, intentaron ser una alternativa a federales y unitarios. Ellos propiciaron una organización nacional mixta, la modificación de las costumbres sociales y la necesidad de contar con una literatura nacional. Tanto sus ideas como sus acciones tuvieron una gran influencia en la organización nacional y el proceso constitucional posterior a la caída de Rosas. Algunos historiadores revisionistas los acusan de considerar todo lo europeo superior a lo americano o español, de querer trasplantar Europa a América sin considerar a los americanos, y de aliarse a los enemigos extranjeros de su gobierno traicionándolo.
Todos ellos se pronunciaron en contra de las políticas de Rosas y respecto de su política contra las potencias extranjeras, especialmente de Francia. Todos ellos fueron perseguidos por la Mazorca, brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora. Todos ellos terminaron por exiliarse. La gran mayoría pasó a Montevideo. Otros, como Domingo Faustino Sarmiento, emigraron a Santiago de Chile. En el exilio se confundieron con los opositores refugiados, los más antiguos de los cuales eran los unitarios, a los que se habían sumado los lomos negros de la época de Balcarce; formarían un grupo más o menos homogéneo, globalmente llamados «unitarios» por los partidarios de Rosas.
Palermo de San Benito
Mientras tanto, Juan Manuel de Rosas había avanzado en la compra de una gran cantidad de terrenos y propiedades en la zona conocida como «bañado de Palermo», en Buenos Aires. Aunque las fuentes arrojan diversas fechas, sería entre 1836 y 1838 que el Gobernador habría comenzado con su proyecto personal para construir su nueva residencia y quinta en esta región alejada del centro porteño.
Durante los siguientes diez años, Rosas emprendió el ambicioso y costoso proyecto, que incluía no solo una imponente casona, la más grande de Buenos Aires en aquel momento, sino un estanque artificial con un canal, varias dependencias y el arbolado y parquizado de un área importante. Hacia 1848, se habría instalado definitivamente en la estancia que él mismo bautizó Palermo de San Benito y también conocida como San Benito de Palermo, nombre sobre el cual existen aún hoy diversas hipótesis que no pudieron ser confirmadas.
En junio de 1838 llegó a Buenos Aires el ministro de gobierno santafesino Domingo Cullen, con la misión de obtener un acercamiento entre Rosas y la flota francesa. Pero al parecer se extralimitó en sus órdenes, y negoció con el jefe de la flota el levantamiento de la misma para su provincia, a cambio de ayudar a Francia contra Rosas y suprimir la delegación que su provincia había hecho de las relaciones exteriores en la de Buenos Aires. Pero a mitad de la negociación murió el gobernador Estanislao López, por lo que Cullen huyó a Santa Fe. Allí se hizo elegir gobernador, pero Rosas y el entrerriano Pascual Echagüe lo desconocieron como tal, con la excusa de que era español. Fue depuesto y reemplazado por Juan Pablo López, hermano de su antecesor.
Cullen huyó a Santiago del Estero y se refugió en casa del gobernador Ibarra, desde donde logró organizar una invasión a la provincia de Córdoba por parte de los opositores al gobernador Manuel López. Estos fueron derrotados, e Ibarra envió a Cullen preso a Buenos Aires. Al llegar al límite de la provincia de Buenos Aires, fue fusilado por el coronel Pedro Ramos en junio de 1839.
Cullen había enviado a su ministro Manuel Leiva a negociar con el gobernador correntino Genaro Berón de Astrada una alianza contra Rosas, que el correntino aceptó. Pero ante la caída de Cullen, buscó apoyo en el uruguayo Rivera, con quien firmó un tratado de alianza, que este nunca cumplió. Y declaró la guerra contra Buenos Aires y Entre Ríos. El gobernador Echagüe invadió Corrientes y destrozó al ejército enemigo en la batalla de Pago Largo, donde Berón pagó la derrota con su vida.
En mayo, con apoyo y dinero porteño, Echagüe invadió Uruguay, con apoyo de gran número de militares «blancos», dirigidos por Juan Antonio Lavalleja, Servando Gómez y Eugenio Garzón. Llegó hasta muy cerca de Montevideo, pero fue derrotado en la batalla de Cagancha.
El gobierno francés no consiguió mucho con su bloqueo, por lo que decidió financiar campañas militares contra Rosas, tanto pagando un fuerte subsidio al gobierno de Rivera, como a los unitarios organizados en la Comisión Argentina, dirigida por Valentín Alsina. Estos buscaron un jefe militar prestigioso para dirigir la revolución, y la elección cayó en Lavalle, a quien Alberdi convenció de ponerse al frente de las tropas.
Al producirse el ataque de Echagüe a Uruguay, Lavalle decidió aprovechar para invadir Entre Ríos. Como no consiguió apoyo alguno en esa provincia para su cruzada contra Rosas, se dirigió a Corrientes, donde el gobernador Ferré lo puso al mando de su ejército.
Lo primero que hizo Ferré fue lanzar contra Santa Fe al fundador de la autonomía provincial, Mariano Vera, pero este fue rápidamente derrotado y muerto.
La revolución de los Libres del Sur
En la propia ciudad de Buenos Aires se gestó un movimiento en contra del gobernador Rosas, para impedir que fuera reelecto como gobernador de la provincia. El mando militar fue asumido por el coronel Ramón Maza, hijo del presidente de la legislatura provincial, Manuel Vicente Maza. Simultáneamente, en el sur de la provincia de Buenos Aires, a 200 kilómetros de la ciudad, se organizó otro grupo opositor, llamado los Libres del Sur, encabezado por los ganaderos alarmados por la caída de las exportaciones y por la posible pérdida de sus derechos que habían obtenido sobre sus tierras por el vencimiento de la ley de enfiteusis, ya que a muchos de ellos, Rosas ―por considerarlos opositores― les había negado la venta de sus campos a pesar de que había sido sancionada una ley provincial que había dispuesto su enajenación. Planificaron una revolución en contra del gobernador que se extendió rápidamente por todo el sur provincial. Contaban con el apoyo de Lavalle, que debía desembarcar en la bahía de Samborombón.
Pero todo salió mal: no pudieron contar con la ayuda de Lavalle quien se dirigió a Entre Ríos para invadirla, privando a los revolucionarios de sus tropas. Asimismo el grupo de Maza fue delatado: el examigo de Rosas fue asesinado en su despacho oficial y su hijo —el propio jefe militar— fusilado por orden de Rosas en la cárcel. Los Libres del Sur, descubiertos, se lanzaron a la insurrección pero apenas dos semanas más tarde fueron derrotados por Prudencio Rosas, hermano del gobernador, en la batalla de Chascomús. Los cabecillas murieron en la batalla, otros fueron ejecutados o encarcelados y algunos debieron exiliarse.
La Coalición del Norte
Desde la muerte de Heredia, los unitarios del norte se habían ido organizando y empezaron a controlar los gobiernos de Tucumán, Salta, Jujuy y Catamarca.
Rosas recordó que tenían en su poder el armamento enviado por él para la guerra contra Bolivia, y decidió mandar un emisario para quitárselo antes de que se pronunciaran contra él. La elección fue uno de los más serios y evidentes errores en toda la carrera del Restaurador: el general Gregorio Aráoz de Lamadrid, líder unitario tucumano de la década anterior, que al llegar a Tucumán cambió de bando y se unió a los rebeldes. Estos se pronunciaron contra Rosas y formaron la Coalición del Norte, dirigida por el ministro tucumano Marco Avellaneda. Intentaron extender la alianza seduciendo a los gobernadores Tomás Brizuela, de La Rioja, e Ibarra, de Santiago del Estero. Ambos eran federales, pero al primero lo convencieron dándole el mando militar supremo; Ibarra se negó.
A fines de 1840, Lamadrid invadió Córdoba, donde un grupo de liberales derrocó a Manuel López. Incluso intentaron revoluciones en San Luis y Mendoza, pero ambas fracasaron.
Campañas de Lavalle
Lavalle invadió Entre Ríos y enfrentó a Echagüe en dos batallas indecisas. Se refugió en la costa sur de la provincia y se embarcó en la flota francesa, desembarcando en el norte de la provincia de Buenos Aires. Esquivó al general Pacheco y se dirigió hacia Buenos Aires, estableciéndose en Merlo, y allí esperó que la ciudad se pronunciara a su favor.
Rosas organizó su cuartel general en los Santos Lugares ―actualmente San Andrés, Partido de General San Martín― el mismo cuartel que más tarde se haría famoso por los prisioneros recluidos allí y por el fusilamiento de Camila O’Gorman. Le cerró el paso hacia la capital, mientras Pacheco lo rodeaba por el norte. Mientras tanto, el ejército de Lavalle se desarmaba por las deserciones, y la ciudad apoyó incondicionalmente a Rosas.
Entonces Lavalle retrocedió. Todos los unitarios lo criticaron mucho por esa decisión, pero realmente no podía hacer otra cosa.
La retirada de Lavalle hizo que los franceses firmaran la paz con Rosas y levantaran el bloqueo. Lavalle, sin apoyo naval, ocupó Santa Fe, pero su ejército seguía disminuyendo. Por su parte, Rosas lanzó en su persecución a Pacheco, y poco después puso a Oribe al mando del ejército federal.
El terror
Cuando se supo que Lavalle huía, estalló el terror general en la ciudad: decenas de personas fueron asesinadas por la Mazorca, centenares de casas saqueadas y las calles quedaron vacías. Los antiguos partidarios de los unitarios fueron perseguidos, y también los que fueran sospechosos de serlo, por cualquier motivo. El mismo Manuel Vicente Maza, uno de los hombres de mayor confianza del gobernador, fue asesinado sospechado de traición.
Los símbolos de los unitarios, y hasta los objetos de colores identificados con los unitarios ―celeste y verde― fueron destruidos. Las casas, la ropa, los uniformes, todo lo que pudiera colorearse fue pintado de color rojo.
Rosas no hizo nada para detener la masacre desatada por sus partidarios con su anuencia, y posiblemente no hubiera podido controlarla una vez iniciada. Solo a fines de ese año, cuando estuvo seguro de que iba a ser obedecido, anunció que a cualquiera que se lo descubriera violando una casa, robando o asesinando sería pasado por las armas. La violencia se detuvo ese mismo día.
El terror del año '40 fue la culminación del uso político de la violencia por parte de Rosas y su partido. Algunos historiadores extienden la imagen de esas semanas de violencia a todo su gobierno, mientras que otros sostienen que no fue así. Hubo varios períodos en los que los opositores fueron perseguidos, pero los crímenes de todos los días solo ocurrieron a fines de 1840. De hecho, Rosas usó más el terror como idea para presionar las conciencias que para eliminar personas.
Final de la guerra civil
Lavalle se retiró hacia la provincia de Córdoba pero al entrar en ella fue derrotado en la batalla de Quebracho Herrado, lo que lo obligó a retirarse a Tucumán. Allí se reunió y se separó nuevamente de Lamadrid, que marchó a invadir Cuyo. El jefe de su vanguardia, Mariano Acha (el que había entregado a Dorrego en manos de Lavalle), venció a José Félix Aldao en la batalla de Angaco, pero fue rápidamente derrotado batalla de La Chacarilla y ejecutado al poco tiempo. Unas semanas más tarde, Lamadrid se hacía nombrar gobernador de Mendoza, munido de las «facultades extraordinarias» tan criticadas, solo para ser pronto derrotado en Rodeo del Medio. Los sobrevivientes emigraron a Chile.
Lavalle esperó a Oribe en Tucumán, y allí fue derrotado en la batalla de Famaillá, en septiembre de 1841. Su aliado Marco Avellaneda fue ejecutado, y el mismo Lavalle murió en un tiroteo casual en San Salvador de Jujuy. Sus restos fueron llevados a Potosí, donde también se refugiaron los últimos unitarios del norte.
Los antirrosistas, sin embargo, tuvieron un éxito inesperado en Corrientes, donde el general Paz destrozó el ejército de Echagüe en Caaguazú. Desde allí invadió Entre Ríos (simultáneamente con Rivera) y se hizo nombrar gobernador. Un conflicto con Ferré le obligó a huir, dejando sus fuerzas en manos de Rivera.
Por esa época hizo algunas campañas navales el futuro héroe nacional italiano Giuseppe Garibaldi, que en los ríos argentinos y uruguayos asoló las poblaciones y caseríos; y aunque el almirante Guillermo Brown resaltó la valentía del italiano, consideró la actuación de sus subordinados pirática.
En Santa Fe, Juan Pablo López se pasó al bando contrario después de la derrota de la Coalición del Norte, de modo que Oribe regresó y lo derrotó fácilmente en abril de 1842. Se refugió junto a Rivera, en el este de Entre Ríos, donde Oribe los derrotó en Arroyo Grande, en diciembre de 1842.
Muchos de los prisioneros de estas batallas fueron ejecutados por orden de Oribe o de Rosas. Al menos, por el momento, la guerra civil había terminado en la Argentina.
La historiografía liberal que tuvo a Bartolomé Mitre y a Vicente Fidel López como sus máximos exponentes y difusores, suele atribuir grandes cambios y transformaciones a los años que siguieron a la caída de Rosas, cuyo gobierno habría sido un largo período de estancamiento, imagen derivada más bien de posturas ideológicas que de un examen atento de los hechos.
La Ley de Aduanas de 1836 tuvo una aplicación variable, y se derogó y volvió a aplicar según las necesidades y los bloqueos. La combinación de ambos procesos llevó a un gran crecimiento económico en las provincias del interio, siendo el caso de Entre Ríos muy claro, pero no exclusivo.
Si bien hubo una fuerte inmigración europea, sus características fueron completamente distintas de la masiva inmigración posterior a su caída.
Llegaron inmigrantes de Irlanda, Galicia, el País Vasco e incluso de Inglaterra, pero no se afincaron en colonias agrícolas sino que debieron integrarse en una sociedad controlada por los criollos.
Muchos irlandeses y vascos se dedicaron a la cría de ganado ovino, y en pocos años lograron convertirse en propietarios. La ganadería exclusivamente vacuna fue reemplazada por otra, dominada por las ovejas, y en la cual el principal renglón de las exportaciones fue, cada vez más, la lana. Eso llevó a aumentar la dependencia económica respecto de Inglaterra, principal compradora de lana del mundo.
La sociedad argentina quedó libre de toda disidencia, pues quienes no se unieron al partido gobernante debieron emigrar o, en muchos casos, fueron muertos. En el interior del país, la adhesión automática a Rosas fue impuesta por los ejércitos porteños o por los caudillos locales. Muchos de estos habían surgido como emanaciones de la voluntad de Rosas, como Nazario Benavídez en San Juan, Mariano Iturbe en Jujuy o Pablo Lucero en San Luis.
Incluso fue obra de Rosas la llegada al poder de Justo José de Urquiza en Entre Ríos, pero era un caso distinto: este era el general más capaz del bando federal, solo comparable a Pacheco. Después de Arroyo Grande, los triunfos más importantes los había obtenido él, con tropas entrerrianas y algunos refuerzos porteños. En segundo lugar, era un hombre muy rico, y aprovechó su situación de poder para enriquecerse aún más. Por último, por su posición militar, Rosas se vio obligado a hacer la vista gorda cuando el entrerriano permitía el contrabando desde y hacia Montevideo.
Política religiosa
Si bien Rosas era católico y tradicionalista en su forma de pensar, durante sus gobiernos las relaciones con la Iglesia católica fueron bastante complicadas debido, principalmente, a que siempre reclamó la continuidad del Patronato de Indias sobre la Iglesia en la Argentina.
El gobernador permitió el retorno de los jesuitas en 1836 y les devolvió algunos de sus bienes pero rápidamente tuvo conflictos con la orden ya que como estos era fieles seguidores del papado en relación al patronatoy se negaron a apoyar públicamente a su gobierno, esta situación derivó finalmente en un enfrentamiento abierto con Rosas. Por este motivo, hacia 1840 los jesuitas terminaron exiliándose en Montevideo.
Rosas extendió sus políticas a la religión. En todas las iglesias, los sacerdotes debieron apoyar públicamente al rosismo. Celebraron misas en agradecimiento a sus éxitos y en desagravio a sus fracasos. Y así como la sociedad civil quedó sometida al pensamiento y a las prácticas uniformes del régimen rosista, similar situación se dio en seno mismo del clero. La intromisión fue tal que hasta a los santos de los púlpitos se les colocó la divisa punzó ―la famosa cintilla roja que caracterizó al rosismo― y el retrato de Rosas se implantó en los altares, compartiendo el lugar que la Iglesia le dedica a los santos.
Rosas toleró al obispo Mariano Medrano, electo durante el gobierno del general Juan José Viamonte, pero no hubiera aceptado ningún otro que no contara con su aprobación ya que se consideró continuador de las políticas regalistas del patronato eclesiástico que habían tenido los reyes de España.
El caso Camila O’Gorman
Uno de los hechos más conocidos de su gobierno fue la aventura de amor de Camila O’Gorman (23) y el cura Ladislao Gutiérrez (24), que se escaparon juntos para formar una familia. Rosas fue azuzado por la prensa unitaria desde Montevideo y Chile.
El 3 de marzo de 1848, Domingo Faustino Sarmiento escribió:
Ha llegado al extremo la horrible corrupción de costumbres bajo la tiranía espantosa del Calígula del Plata que los impíos y sacrílegos sacerdotes de Buenos Aires huyen con las niñas de la mejor sociedad, sin que el sátrapa infame adopte medida alguna contra esas monstruosas [sic] inmoralidades.
Domingo Faustino Sarmiento
El gobernador Rosas fue azuzado por los propios federales, e incluso por el padre de la joven, Adolfo O’Gorman, e inesperadamente ordenó fusilarlos, lo que se cumplió en el campamento de Santos Lugares.
El 26 de agosto de 1849, Domingo Faustino Sarmiento publicó en La Crónica de Montevideo la nota titulada «Camila O’Gorman», donde criticaba el salvajismo puesto de manifiesto en el fusilamiento de la joven.
Algunos autores afirman que ninguna ley del derecho argentino o del derecho heredado de España autorizaba la pena de muerte por los actos cometidos, y que Gutiérrez debía ser enregado a la justicia eclesiástica, donde como autor del rapto sin violencia era pasible de la pena de confiscación de bienes conforme al Fuero Juzgo ley 1.º, libro 3.º, título 3.º y por tratarse de un clérigo liviano debía ser castigado con degradación y destierro perpetuo. En cuanto a Camila, debía solamente ser enviada a su propia casa.
Martín Ruiz Moreno en La Organización Nacional afirmó: «Fue un asesinato vulgar. Sin proceso, juicio, defensa, ni audiencia».
En una carta del 6 de marzo de 1870 dirigida a Federico Terrero, Rosas afirmó:
Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y Camila O’Gorman, ni persona alguna me habló ni escribió en su favor. Por el contrario, todas las personas primeras del clérigo me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen, y la urgente necesidad de un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución.
El sitio de Montevideo y una nueva rebelión correntina
Después de la victoria de Arroyo Grande, Oribe todavía tenía una cuenta que saldar: atacó a Rivera en el Uruguay, y se instaló frente a Montevideo, a la que le puso sitio con el apoyo de varios regimientos argentinos. Apoyado por Francia, Inglaterra y posteriormente Brasil, y defendido por refugiados argentinos y mercenarios europeos, Rivera logró que la ciudad resistiera hasta 1851.
La flota porteña del almirante Guillermo Brown estableció el bloqueo del puerto, lo que hubiera significado la inmediata caída de la ciudad pero la escuadra anglo-francesa al mando del Comodoro Purvis, logró alejar a las embarcaciones de Buenos Aires y mantener así una vía abierta para abastecer a la población.
Rivera fue expulsado de la ciudad, pero Oribe nunca logró capturarla.
Durante todo ese tiempo, las mejores tropas de Buenos Aires quedaron inmovilizadas en el Uruguay. En la historia uruguaya, este período es conocido como la Guerra Grande.
Corrientes se volvió a alzar contra Rosas en 1843, bajo el mando de los hermanos Joaquín y Juan Madariaga, pero no lograron exportar su rebelión a las demás provincias.
Tras más de cuatro años de resistencia, el nuevo gobernador entrerriano Justo José de Urquiza los venció en dos batallas, en Laguna Limpia y en Rincón de Vences. A fines de 1847, la Argentina quedó uniformemente alineada detrás de Rosas.
El bloqueo anglo-francés
El gobierno de Rosas había prohibido la navegación por los ríos interiores a fin de reforzar la Aduana de Buenos Aires, único punto por el que se comerciaba con el exterior. Durante largo tiempo, Inglaterra había reclamado la libre navegación por los ríos Paraná y Uruguay para poder vender sus productos.
En cierta medida, esto hubiera provocado la destrucción de la pequeña producción local, pero la única provincia beneficiada por esa política fue la de Buenos Aires, ya que se prohibía comerciar por los puertos fluviales.
Debido a esta disputa, el 18 de septiembre de 1845 las flotas inglesas y francesas bloquearon el puerto de Buenos Aires e impidieron que la flota porteña apoyara a Oribe en Montevideo. De hecho, la escuadra del almirante Guillermo Brown fue capturada por la flota británica.
Uno de los objetivos políticos fundamentales del bloqueo era impedir que la Banda oriental cayera en poder de Rosas y quedara plenamente bajo soberanía argentina.
La flota combinada avanzó por el río Paraná, intentando entrar en contacto con el gobierno rebelde de Corrientes y con Paraguay, cuyo nuevo presidente, Carlos Antonio López, pretendía abrir en algo el régimen cerrado heredado del doctor Francia. Lograron vencer la fuerte defensa que hicieron las tropas de Rosas, dirigidas por su cuñado Lucio Norberto Mansilla en la batalla de Vuelta de Obligado pero meses más tarde fueron derrotados en la batalla de Quebracho. Esas batallas hicieron demasiado costoso el triunfo, por lo que no se volvió a intentar semejante aventura.
Al saber las noticias sobre la defensa de la soberanía argentina en el Plata, el general José de San Martín, que vivía en Francia, escribió:
Sobre todo, tiene para mí el general Rosas que ha sabido defender con toda energía y en toda ocasión el pabellón nacional. Por esto, después del combate de Obligado, tentado estuve de mandarle la espada con que contribuí a defender la independencia americana, por aquel acto de entereza, en el cual, con cuatro cañones, hizo conocer a la escuadra anglofrancesa, que pocos o muchos, sin contar los elementos, los argentinos saben siempre defender su independencia.
José de San Martín
Ya en su testamento redactado el 23 de enero de 1844 ―un poco más de un año y medio antes de Obligado― ya había legado su sable corvo, la espada más preciada que tenía, la que había usado en Chacabuco y Maipú, al gobernador Rosas, el que la recibirá después del fallecimiento del libertador.
El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas como una prueba de la satisfacción que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla.
José de San Martín
No obstante, San Martín no aprobaba la política interna de Rosas. En una carta a un amigo, escrita cinco años antes, decía:
Mi querido Goyo, es con verdadero sentimiento que veo el estado de nuestra desgraciada patria, y lo peor de todo es que no veo una vislumbre que mejore su suerte. Tú conoces mis sentimientos y por consiguiente yo no puedo aprobar la conducta del general Rosas cuando veo una persecución contra los hombres más honrados de nuestro país.
Carta de José de San Martín a Gregorio Gómez, 21 de septiembre de 1839.
Gran Bretaña levantó el bloqueo en 1847, aunque recién en 1849, con el tratado Arana-Southern, se concluyó definitivamente este conflicto. Francia tardó un año más, hasta la firma del tratado Arana-Lepredour. Estos tratados reconocían la navegación del río Paraná como una navegación interna de la Confederación Argentina y sujeta solamente a sus leyes y reglamentos, lo mismo que la del río Uruguay en común con el Estado Oriental.
La caída de Rosas
Después de la retirada de Francia y Gran Bretaña, Montevideo solo dependía del Imperio del Brasil para sostenerse. Este, que era garante de la independencia de Uruguay, había abusado de esa condición en provecho propio. Juan Manuel de Rosas consideró inevitable una guerra con Brasil, y pretendió aprovecharla para reconquistar las Misiones Orientales. Declaró la guerra al Imperio y nombró comandante de su ejército a Justo José de Urquiza.
Varios personajes del partido federal acusaron a Rosas de lanzarse a esta nueva aventura solo para eternizar la situación de guerra que este usaba como excusa para no convocar una convención constituyente.
Los más inteligentes de sus opositores se convencieron de que no se podía vencer a Rosas solo con los unitarios. El general Paz, por ejemplo, creía que alguno de sus caudillos subalternos era quien lo iba a derribar; y pensó en Urquiza.
Urquiza no sentía ningún anhelo de libertad diferente del de Rosas, aunque su estilo era distinto en varios aspectos. Pero a fines del año 1850, Rosas le ordenó que cortara el contrabando desde y hacia Montevideo, que había beneficiado enormemente a Entre Ríos en los años anteriores.
Afectado económicamente, ya que el paso obligado por la Aduana de Buenos Aires para comerciar con el exterior era un problema económico de magnitud para su provincia, Urquiza se preparó a enfrentar a Rosas.
Pero no pretendió derrotar a un enemigo tan poderoso a la manera de los unitarios, lanzándose a la aventura; tras varios meses de negociaciones, acordó una alianza secreta con Corrientes y con el Brasil. El gobierno imperial se comprometió a financiar sus campañas y transportar sus tropas en sus buques, además de entregar enormes sumas de dinero al propio Urquiza para su uso personal, podemos creer que destinado a fines políticos.
El 1º de mayo de 1851, lanzó su Pronunciamiento, por el que reasumió la conducción de las relaciones exteriores de su provincia, aceptando inesperadamente la renuncia que todos los años Rosas hacía de las mismas.
Urquiza tampoco se lanzó directamente sobre su enemigo, sino que primero atacó a Oribe en Uruguay. Lo obligó a capitular con él y entregar el gobierno a una alianza de los disidentes de su partido con los coloradosde Montevideo. A continuación se apoderó del armamento argentino que formaba parte de las fuerzas de Oribe… y de sus soldados, que fueron incorporados al Ejército Grande de Urquiza como si fueran ganado.
Solo entonces, Urquiza se trasladó a Santa Fe, derrocó allí a Echagüe y atacó a Rosas. Tras la defección de Pacheco, Rosas asumió el comando de su ejército,n 5 al frente del cual fue derrotado en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852. Tras la derrota, Rosas abandonó el campo de batalla ―acompañado únicamente por un ayudante― y firmó su renuncia en el "Hueco de los sauces" (actual Plaza Garay de la ciudad de Buenos Aires):
Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y compañeros. Si más no hemos hecho en el sostén de nuestra independencia, nuestra identidad, y de nuestro honor, es porque más no hemos podido.
Juan Manuel de Rosas
Juan Manuel de Rosas se refugió en el consulado británico, la tarde del día siguiente, protegido por el cónsul real Robert Gore, partió hacia Inglaterra en el buque de guerra británico Conflict. Se instaló en las afueras de Southampton.
Allí vivió en una granja que alquiló, donde intentó reproducir algunas de las características de una estancia de la pampa. Esta fue otra de las tantas contradicciones de su vida, al buscar refugio en un país con el que estuvo repetidamente en conflicto.
En su exilio recibió muy pocas visitas, pero escribió un buen número de cartas a quienes habían sido sus amigos. En general, trataban de su situación económica, de testimonios sobre su propia vida y en algunos casos tocaba temas de política actual.
Complicando aún más su propia imagen, ya bastante controvertida, escribió a Mitre que lo que le convenía a Buenos Aires era separarse del resto del país y establecerse como una nación independiente, nunca aprendió a hablar inglés ni ningún otro idioma.
Aún en vida del exgobernador, José Manuel Estrada opinó que Rosas:
Tiranizó por tiranizar, tiranizó por deleite, por vocación, a impulsos de no sé qué fatalidad orgánica, sin dar al país la paz que prometió, antes más bien llevando de un cabo a otro de la República, la depravación y el hierro y destruyendo todas las condiciones morales y jurídicas sobre las cuales descansa el orden de las sociedades humanas.
José Manuel Estrada
Murió en el exilio el 14 de marzo de 1877, acompañado por su hija Manuelita, en su finca de Southampton, Inglaterra.
Cuando la noticia de su muerte llegó a Buenos Aires, el gobierno prohibió hacer ningún funeral ni misa en favor de su alma, y organizó un inusual responso por las víctimas de su tiranía.
La casona de Rosas, San Benito de Palermo, quedó abandonada con su exilio, y fue una ruina durante la siguiente década.
Luego fue utilizada por el Gobierno Nacional con varios fines: Colegio Militar, Escuela Naval, etc., mientras el presidente Domingo Faustino Sarmiento impulsó la transformación de los terrenos de estancia en un espacio público, el Parque 3 de Febrero, llamado en honor a la batalla de Caseros.
El edificio siguió en pie hasta el 3 de febrero de 1899, cuando el Intendente Adolfo Bullrich ejecutó su implosión, con muy poca oposición social.