La historia oficial redactada por Bartolomé Mitre se ha empeñado en presentarnos a un San Martín prescindente de la política en las guerras civiles entre federales y unitarios, pero la realidad histórica, a cada paso, desmiente la monumental construcción intelectual del fundador del diario La Nación.
San Martín siempre se consideró americano y, una vez dividido y arrasado el territorio nacional por las sangrientas disputas entre Buenos Aires y las provincias, no tuvo dudas al momento de asociar la causa de la libertad americana con la gesta del Partido Federal y por cierto que lo desgarraba la guerra intestina entre hermanos.
Pero fue muy claro al momento de afirmar que quien mejor expresaba su idea sobre la construcción del nuevo orden era Juan Manuel de Rosas , y de calificar como “la segunda independencia argentina” al legendario combate de Vuelta de Obligado.
Del otro lado estaban los unitarios afincados en Buenos Aires, que querían que la provincia se convirtiera en metrópoli de sus hermanas que planteaban la construcción de un orden basado en el privilegio que, bajo un discurso liberal, en realidad propiciaban un futuro colonial para la Argentina unidos al oro inglés la dueña del orden imperial del momento
Habían sido, justamente, esos mismos unitarios de los cuales Rivadavia era su lider los que lo habían declarado “traidor a la Patria” cuando San Martín se negó a renunciar a la campaña Libertadora de América del Sur para venir con sus ejércitos a aplastar la rebelión de las provincias litorales en 1820 las que simplemente querian ser tratados de manera digna, que su opinión fuese tenida en cuenta en el proceso de toma de decisiones. en un orden auténticamente federal, opuesto al centralismo exacerbado de los unitarios porteños.
Los unitarios habían urdido planes para asesinarlo, aunque fracasaron al momento de aplicarlos y fueron los mismos que en 1823 le habían impedido visitar a su mujer, Remedios de Escalada , en su lecho de agonía.
Después de la renuncia de Rivadavia a la presidencia cuando Manuel Dorrego asumió la gobernación de Buenos Aires, el 13 de agosto de 1827, San Martín ofreció sus servicios a las autoridades argentinas con motivo de la guerra con Brasil pero la guerra ya casi había terminado , después de mucho meditarlo, finalmente tomó la decisión .
Algunos días atrás, en la escala de Río de Janeiro, el general había tomado conocimiento de la terrible noticia de un golpe de estado organizado por los unitarios, con Rivadavia como uno de sus principales instigadores, que había depuesto y asesinado al gobernador Dorrego. El brazo ejecutor había sido uno de los antiguos oficiales del propio San Martín en el Ejército de los Andes: el general Juan Lavalle, un hombre valiente sin dudas, pero escasamente reflexivo , a punto tal que, más adelante, en vista de las consecuencias que su propia conspiración había causado, los unitarios trataron de desentenderse del asunto, y denominaron a Lavalle “la espada sin cabeza”.
El 6 de febrero de 1829 llegó al Puerto de Buenos Aires, a bordo del buque “Contess of Chichester”. sin embargo, no desembarcaría en su estadía. En marzo de 1829 intentó regresar nuevamente a Buenos Aires, al saber que había vuelto a estallar la guerra civil, permaneció a bordo de incógnito, aunque fue descubierto.
El arribo del general San Martín causó revuelo en Buenos Aires de los unitarios, nuevamente al mando, aunque en precaria situación, desesperaron. Con su criminal proyecto habían reavivado la llama de la guerra civil en la Argentina. y la presencia de San Martín, su enemigo más calificado, no les auguraba nada bueno. Desde las páginas del periódico rivadaviano El Pampero, uno de los jefes de la sangrienta conspiración, Florencio Varela, no se animaba a descargar frontalmente sus cañones cargados de odio y resentimiento sobre el general. Prefirió sembrar la sospecha sobre los verdaderos fines de San Martín, en un artículo titulado “Ambigüedades”: “En esta clase reputamos el arribo inesperado a estas playas del general San Martín, sobre lo que diremos, a más de lo expuesto por nuestro coescritor El Tiempo, que este general ha venido a su país a los cinco años, pero después que ha sabido que se han hecho las paces con el emperador del Brasil”.
El gobernador de facto, Juan Lavalle, cada vez más aislado y abandonado por quienes lo habían utilizado como instrumento, decidió por su cuenta hacerle llegar a San Martín el ofrecimiento de convertirlo en presidente, para aplicar su prestigio a la pacificación de una situación que él mismo, con total irresponsabilidad, había hecho estallar.
En el barco fondeado en el Puerto de Buenos Aires, San Martín recibió la visita del coronel Manuel de Olazábal y el sargento mayor Pedro N. Alvarez de Condarco, ambos amigos y antiguos subordinados. Allí el general les comunicó su terrible decisión: había renunciado a desembarcar en territorio argentino. Las luchas entre hermanos lo desesperaban. No estaba dispuesto a aceptar el poder de una espada manchada de sangre. Sólo aceptaría esa responsabilidad por delegación del pueblo argentino.
“Yo supe en Río de Janeiro sobre la revolución encabezada por Lavalle y en Montevideo el fusilamiento de Dorrego -les comentó-. Entonces me decidí venir y por nada desembarcar, atendiendo desde aquí algunos asuntos que tenía que arreglar, y regresar a Europa. Mi sable no se desenvainará jamás en guerras civiles”.
Manuel Dorrego
Manuel Dorrego había sido sancionado por San Martín por nuevas actitudes de indisciplina -entre ellas por haber faltado el respeto a Belgrano- lo que le valió un retraso en su ascenso militar y no participar tampoco en la tercera campaña al Alto Perú.
Cuando Manuel Dorrego asumió la gobernación de Buenos Aires, el 13 de agosto de 1827, el libertador comenzó a pensar su retorno a esa amada patria que era el motivo de sus desvelos a la distancia y después de mucho meditarlo, finalmente tomó la decisión y fue así que el 6 de febrero de 1829 llegó al Puerto de Buenos Aires, a bordo del buque “Contess of Chichester”. sin embargo, no desembarcaría en su estadía.
Juan Lavalle
Juan Lavalle intentó convencer a San Martín, que había regresado a su país, de que asumiera el gobierno de la provincia. Pero este, en una nota que entrega a sus emisarios, le contestó que "los medios que me han propuesto no me parece tendrán las consecuencias que usted se propone". Y sugiere rendirse a los de López y Rosas: "Una sola víctima que pueda economizar al país le será de un consuelo inalterable". Indignado por la guerra civil que Lavalle había provocado, prefirió volver al exilio.
El fusilamiento de Dorrego, Pintura de Antonio Ballerini.
Juan Lavalle se negó a conversar con Manuel Dorrego e inmediatamente ordenó que se lo fusilara por traición, tal como se lo había instigado en la reunión del 30 de noviembre a la que fueron, entre otros, Julián Segundo de Agüero, Salvador María del Carril, los hermanos Florencio y Juan Cruz Varela, Martín Rodríguez, Ignacio Álvarez Thomas y Valentín Alsina. Antes del fusilamiento fue asistido por su amigo y compadre Gregorio Aráoz de Lamadrid y un religioso.
Olazábal, en sus memorias, apunta que el libertador había engordado y estaba canoso, pero que conservaba los ojos centelleantes que lo caracterizaban. En carta a su amigo Bernardo O’Higgins, San Martín daría una prueba más de su grandeza. Si bien la situación era inmejorable para tomar revancha sobre los unitarios que habían mancillado su honor y agraviado a sus más caros afectos, no estaba dispuesto a aprovecharla, en esas circunstancias es cuando puede medirse la valía de alguien.
“Los autores del movimiento del 1 de diciembre son Rivadavia y sus satélites -le anoticiaba a su entrañable amigo chileno-, y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no solamente a este país, sino al resto de América, con su conducta infernal. Si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay entre un hombre honrado y uno malvado”.
Entristecido y preocupado por el futuro de la patria, el general San Martín decidió retornar a su exilio europeo para nunca más volver. Sin embargo, ese dolor no le impediría seguir prestando sus servicios a la distancia hasta el día de su muerte. En este nuevo renunciamiento quedaría sellada su grandeza, su estatura moral frente a la miseria unitaria. Sin caer en la soberbia a la que tan afectos eran sus enemigos, ya que, en sus propias palabras:
“La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”.
La opinion del cónsul francés
El cónsul francés Mandeville da invalorables precisiones sobre los responsables en un informe a su gobierno: “Rivadavia no ha dejado de trabajar ocultamente para minarlo [a Dorrego], y sobre todo a preparar el ejército, que hacía la guerra al Brasil, para una revolución, en cuanto la paz lo permitiera (…) Desde este momento, el Sr. Rivadavia fue el alma de los consejeros secretos, y la pretensión que él tenía de disimular su participación en estos acontecimientos está más que desmentida por sus comunicaciones continuas con los jefes del partido. Cuando vio que su causa era desesperada, lejos de llegar a un entendimiento, para poner fin a las desgracias de su patria, prestándose a un acuerdo, por el que todo el mundo suspiraba, él empleó toda su influencia en aumentar la irritación de los partidos; buscó los medios de poner su persona en seguridad y, cuando vio llegar el peligro, se fue, dejando su país en todos los horrores de una guerra civil espantosa, de la cual había sido él, el principal causante.”
La idea de San Martin sobre la oferta de Lavalle
A través de las memorias del general Tomás de Iriarte nos enteramos de la reacción de San Martín ante la oferta de Lavalle de sumarse a su gobierno:
"‘Sería yo un loco si me mezclase con esos calaveras: entre ellos hay algunos, y Lavalle es uno de ellos, a quienes no he fusilado de lástima cuando estaban a mis órdenes en Chile y el Perú. Los he conocido de tenientes y subtenientes, son unos muchachos sin juicio, hombres desalmados”.
El arrepentimiento de Lavalle
En los apuntes de don Jacinto Rodríguez Peña pueden leerse estas palabras de Lavalle;
“Yo fui el que abrió la puerta a Rosas, para su despotismo y arbitrariedades sin ejemplo. Los hombres de casaca negra, ellos, con sus luces y su experiencia me precipitaron en ese camino, haciéndome entender que la anarquía que devoraba a la gran república, presa del caudillaje bárbaro, era obra exclusiva de Dorrego. Más tarde, cuando varió mi fortuna, se encogieron de hombros (…) Si algún día volvemos a Buenos Aires juro sobre mi espada y por mi honor de soldado, que haré un acto de expiación como nunca se ha visto; sí, de suprema y verdadera expiación”.