El ejército de Urquiza hizo su entrada triunfal en Buenos Aires el 20 de febrero en una ciudad de fiesta con una muchedumbre en las calles presenciar el paso de las tropas que se realizaría a lo largo de la ciudad
La batalla ganada de antemano, fue un lucimiento del talento táctico del general Urquiza con casi cincuenta mil hombres en combate decidieron el futuro del Río de la Plata. Aunque victorioso y lleno de gloria don Justo, el ganador fue el Imperio Brasileño el que impuso el ingreso del ejercito el 20 de febrero, aniversario de Ituzaingó, desfiló la división del mariscal Caxias vengando la derrota de 1827. Suena cómico. La llegada de un ejército extranjero fue saludada por varios conspicuos escritores de la cultura nacional con una mentalidad colonial que arruinaría la Nación, figúrense: hubieran sido británicos cuando 1807 (lo fueron, y en Obligado) y sostenedores de Cisneros en mayo de 1810. ¿Se nos va la mano? No crea. Pónganse cómodos. El despilfarro de la Argentina empezará en ese momento y se profundizará después de Pavón. Correrían tiempos donde las mayorías no tendrían nada que hacer. Al menos hasta 1916.
Tras el saqueo perpetrado entre las noche del 3 de febrero y la madrugada del 4 de febrero el ejercito permanecio en Caseros hasta el 20 de febrero donde ingreso a la ciudad en forma triunfal. Los bonaerenses recibieron al ejercito en fomra trinunfal y el mismo desfilo por las calles.
La fragata Maipú y la goleta Santa Clara hicieron varios viajes a Montevideo en busca de las familias exiladas, y así volvieron a Buenos Aires, Valentín Alsina, Vicente Fidel López, Andrés Somellera, José Mármol, Hilario Ascasubi y otros, asi pudieron presenciar el desfile de los vencedores de Caseros por las calles de la capital.
Un decreto del gobierno provisional fijó para el 19 de febrero la entrada triunfal del ejército libertador en Buenos Aires, que había acampado hasta allí en Palermo. Como el 19 llovió torrencialmente, el acto fue diferido para el 20.
Fue aquél un día de júbilo popular; las calles se colmaron al paso de las tropas a lo largo de la calle Perú (hoy Florida), desde el campo de Marte (hoy plaza San Martín) a la plaza de la Victoria, donde se había levantado un arco triunfal.
Los disparos de las baterías del Fuerte y las del ejército se hicieron oír desde temprano, el desfile comenzó a medio día; iniciaban la marcha los clarines de la escolta entrerriana; detrás de ellos el general Urquiza, con el uniforme de Caseros, galera y cintillo punzó, montado en un brioso caballo moro, en compañía de un brillante estado mayor: el general Benjamín Virasoro, el general Tomás Guido, los generales Pirán, Madariaga, Francia, Medina, Juan Pablo López, Oroño, su ayudante de campo Indalecio Chenaut, y sus secretarios Angel Elías y Juan Francisco Seguí. En la columna victoriosa desfilaron dos futuros presidentes de la República, Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento, y muchos otros hombres ilustres; Donato Alvarez, Eustaquio Frías, etcétera.
A la cabeza de las tropas iba la infantería argentina a las órdenes de José María Galán; detrás la división oriental al mando de César Díaz; la división brasileña, a las órdenes de Márquez de Souza, cerraba la marcha. El desfile continuó hasta el oscurecer y el entusiasmo de la multitud no decayó en todo el tiempo. Cuando la infantería volvía a Palermo, se acercaban al Fuerte las últimas fracciones de la caballería.
Detrás de la infantería seguía el tren de artillería imperial y las cuarenta piezas argentinas a las órdenes de Pirán, Mitre y Bernabé Castro. Durante tres horas desfilaron los 10.000 jinetes entrerrianos y correntinos, a cuyo frente iban Galarza, Hornos, Basavilbaso, Virasoro, Undinarrain, Ávalos, Salazar, López Jordán, Leguizamón y Ocampo. A la cabeza de los 5.000 jinetes restantes iba el general Aráoz de Lamadrid, que fue desmontado por la muchedumbre al llegar a la plaza de la Victoria y conducido en hombros al pie de la pirámide de Mayo.
En la catedral se cantó un tedéum en homenaje al restablecimiento de la paz y de la libertad, el 27 de febrero; ofició el obispo Mariano José de Escalada, que había estado alejado doce años del altar por no querer cantar loas al despotismo. El sermón de circunstancias fue obra de Martín Avelino Piñeiro, que hizo oir una de las más fuertes requisitorias contra la tiranía depuesta.