Al formalizarse en la Sala de representantes el gobierno legal de la provincia de Buenos Aires, Valentín Alsina y Manuel de Escalada renunciaron a sus cargos y el gabinete fue integrado por Juan María Gutiérrez, Casto Cáceres y Vicente Fidel López.
El coronel Cáceres se hizo cargo del ministerio de guerra y marina y Vicente Fidel López del ministerio de instrucción pública, el primero de esa especie que se creó en el país, por inspiración directa de Urquiza, propiciado ya por Sarmiento en Facundo. Sobresalía en el gabinete el hijo del gobernador, el futuro historiador, con antecedentes meritorios para el cargo que desempeñaba.
Los actos del gobierno fueron examinados con lupa e interpretados nerviosamente por el espíritu apasionado. La prensa sembraba alarmas por cualquier motivo aparente o real. Se pedía la pronta convocatoria del congreso nacional, promesa que no debía retardar su cumplimiento, pues la sola convocatoria habría aplacado los ánimos inquietos y hecho renacer esperanzas. Ya antes de Caseros se había discutido acerca del futuro congreso. Sarmiento opinaba que los cuatro firmantes del pacto federal de 1831 debían designar a Urquiza presidente efectivo de la Confederación. Ese nombramiento sería confirmado por las juntas provinciales, y con esa garantía Urquiza debía dejar de lado toda intervención personal en la marcha de la política y reunir el congreso para que discutiese libremente la constitución nacional.
Vicente Fidel López había opinado en carta del 7 de enero de 1852, transcrita por Juan Pujol, que se debía
Manuel de Escalada después de la batalla de Caseros fue ministro de guerra del gobernador Vicente López y Planes durante su gobierno provisional, allí organizó la Guardia Nacional pero renuncio junto a Valentín Alsina al formalizarse en la Sala de representantes el gobierno legal de la provincia de Buenos Aires
"tratar de reunir inmediatamente una convención en Santa Fe, con uno o dos diputados enviados de cada provincia.El único objeto de esa convención debe ser nombrar el jefe de la república; porque lo primero es que haya república, que haya quien simbolice y tenga el poder y la entidad nacional argentina. Lo primero es que haya ser. ... Consagremos como poder nacional al mismo libertador. Nada es más natural, ni más legítimo, ni más fácil. La creación del ejecutivo nacional primero, con dos o tres leyes orgánicas, fundamentales, bastan para romper nuestra marcha. Hecho esto, que se disuelva la convención y se convoque un congreso legislativo para emprender la organización en detalle".
Santiago Derqui, por su parte, influyente en la opinión de algunas provincias, desconfiaba de Buenos Aires y veía en ella un obstáculo para la reunión del congreso constituyente en un pie de igualdad. Quería liberar al país de las "garras del exclusivismo porteño", y. para ello opinaba que la única razón de peso podía ser una "espada de filo y temple" como la de Urquiza (carta del 12 de julio de 1852).
Otros proponían el restablecimiento de la Comisión representativa del pacto federal con carácter nacional; Urquiza sería su brazo y su símbolo para marchar rápidamente al objetivo de la organización del país.
José Luis de la Peña propuso dirigir una circular a las provincias para que se pusieran de acuerdo con el fin de reunir el congreso nacional. Urquiza estimó que el procedimiento era demasiado lento; y pensaba que llevaría a la aparición de diferencias de opinión que ocasionarían demoras; según él era preferible reunir en conferencia a los gobernadores y salir pronto del paso. Lo que se creyó una vía más rápida y corta para llegar a la constitución na-cional, no lo fue y retardó en diez años la unidad deseada.
La reunión de los gobernadores fue considerada coma el camino más corto y fue desechada toda otra proposición. Urquiza estaba impaciente por culminar la obra emprendida antes de que el triunfo de Caseros se convirtiese en una reacción de los vencedores que impidiese la colaboración pacífica y eficaz de los vencidos. Por eso resolvió convocar a los gobernadores a una reunión inmediata en San Nicolás a fin de establecer allí el "preliminar de la constitución nacional".
Pero la desinteligencia había cavado hondo en Buenos Aires y las discrepancias personales y las ilusiones frustradas por el momento de algunos proscriptos habían encontrado el cauce de la hostilidad hacia la persona de Urquiza. Los cortesanos que le rodearon en Palermo no quisieron o no supieron decirle la verdad y hacerle ver una realidad insoslayable