El estado de guerra entre España y Francia, desde el a ajusticiamiento da Luis XVI, terminó el 7 de marzo de 1795 con el tratado de paz de Basilea, y poco después, por obra de Manuel Godoy, el favorito de la reina de España y el eje de la política española durante varios años, el 19 de agosto de 1796 se firmó el tratado de alianza de San Ildefonso, y España volvió a encontrarse ligada a los avatares de Francia y frente a los ingleses.
La familia real española, Carlos IV, María Luisa, y en general la clase dirigente de la península, civil y religiosa, ofrecían un espectáculo deplorable de decadencia moral - y de incompetencia política, movidos por intereses mezquinos, dinásticos y de clase, con total despreocupación por la suerte del país y del pueblo.
En 1799 entra en escena como primer cónsul Napoleón Bonaparte y no se equivocó al juzgar que podía manejar a España a través de a sus dirigentes máximos según le conviniese; se equivocó de un modo total y fatal al juzgar al pueblo español.
Para asegurar un trono en Etruria para Luis de Borbón, hijo de Carlos IV, España perdió Trinidad, la Luisiana, que cedió a Francia en 1801, los siete pueblos de las misiones orientales. Napoleón obligó a España a declarar la guerra a Portugal, la llamada burlescamente guerra de las a naranjas, por alusión a una comunicación de Manuel Godoy, generalísimo en esa contienda. En 1803-04 España se mantuvo neutral, pero se comprometió a pagar a París - una suma mensual de 6 millones de libras, suma que luego no pudo hacer efectiva, con lo que agravó la situación financiera francesa, embarcada en guerras continentales absorbentes.
Pero Napoleón, cegado por sus victorias, no quedó satisfecho, y como Manuel Godoy, amo de todos los resortes de la vida española a través de su condición de favorito de la reina, comprendiese que su posición no era segura en España, pidió a Napoleón que le formase un reino independiente a expensas de Portugal;
Carlos IV y su familia en 1084
El emperador de los franceses exigió que el gobierno de Madrid declarase la guerra a Inglaterra, que había atacado a cuatro fragatas españolas que se dirigían de Montevideo a Cádiz; las hostilidades se abrieron en diciembre de 1804.
No contento con eso, a Napoleón, que despreciaba a Godoy, prometió a éste su a apoyo a cambio de la cooperación marítima de la escuadra española, y España puso sus mejores naves de guerra al servicio de Francia y sufrió las consecuencias en la batalla de Trafalgar el 21 de octubre de 1805, en la que experimentó una gravísima derrota su poder naval. Manuel Godoy, que ostentaba el título de Príncipe de la Paz, que encontró en el camino de sus ambiciones la oposición de Talleyrand, anduvo oscilante entre la alianza con Napoleón y su alejamiento del mismo; pero ya era a tarde y además Napoleón no consentía en que el gobierno español resistiese a sus planes.
Manuel Godoy fue un noble y político español, favorito y primer ministro de Carlos IV entre 1792 y 1798, y hombre fuerte en la sombra de 1800 a 1808. Con el pretexto de que Godoy favorecía a los ingleses, Napoleón obligaba a España, con amenazas, a ejecutar sus designios. Así, arrancó primero a Carlos IV un convenio de neutralidad y después una nueva alianza (1805), que trajo la derrota de la flota franco-española en Trafalgar (21 de octubre de 1805) a manos británicas. Entonces Godoy se dio cuenta de que su privanza tocaba a su fin Napoleón apreciaba a Godoy como hombre y como ministro, pero fomentó aquellos recelos y ambiciones para sus fines. Entre 1805 y 1806, Godoy le propuso entrar en un reparto de Portugal y que le concediera una de las porciones. Al parecer incluso planeó cambiar el orden de sucesión al trono español para eliminar al príncipe heredero Fernando o ejercer él la regencia.
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Entretanto, Fernando, hijo de Carlos IV, enemigo acérrimo de Godoy, buscaba una princesa imperial francesa para ligarse por un casamiento con Napoleón. Como estaban penetrando en la península tropas francesas, Godoy temió ser desplazado y Fernando fue arrestado en El Escorial el 27 de octubre de 1807.
El ejército de Junot, en unión con tropas españolas, avanzó a marchas forzadas, agotadoras, hacia Portugal; pero antes de llegar a la vista de Lisboa, una escuadra inglesa hizo su aparición e invitó a la familia real portuguesa a embarcar para el Brasil, ya que la resistencia era imposible e Inglaterra no podía entonces comprometer su ayuda. Juan VI y la princesa Carlota Joaquina, su esposa, de la que estaba separado, llegaron a Río de Janeiro y establecieron allí la corte portuguesa.
Con el pretexto de la guerra con Portugal, Napoleón introdujo fuertes contingentes de sus tropas en la península sin hallar ninguna resistencia. En vista de ello concibió la idea del destronamiento de los Borbones españoles, si es que no la había tenido antes. Hizo avanzar al ejército de Dumont hacia Madrid y convino con su hermano José en que asumiría el trono de España.
Cuando el gobierno y el pueblo de España se fueron dando cuenta de la situación creada, Francia tenía ya suficientes tropas en la península para dar cuenta de cualquier veleidad de resistencia.
Liniers recibió en su casa a Sassenay, a quien hizo una serie de confidencias, quejándose de la supuesta ingratitud de la corona hacia él, héroe de las Invasiones Inglesas. También habló maravillas del Emperador y pidió el envío de armas francesas al Río de la Plata. Y unos días más tarde emitió una proclama, pidiendo a la población que se mantuviera neutral en el conflicto dinástico que había estallado en España. El resultado fue la rebelión de Montevideo, donde se creó una junta de gobierno presidida por Elío, y el rechazo absoluto de parte del Cabildo de toda posibilidad de desconocer a Fernando VII
Hallándose la corte en Aranjuez, una riña cualquiera degeneró en motín y Godoy fue encarcelado por los amotinados; bajo la presión de los dirigentes del movimiento, Carlos IV abdicó en favor de Fernando, reconocido como Fernando VII, habiendo decretado antes que Manuel Godoy quedaba desposeído de sus empleos y dignidades. El motín de Aranjuez. que culminó en la abdicación forzada del rey en su hijo, fue bienvenida para Napoleón, que se dispuso a librarse de los Borbones.
Su agente Savary supo llevar la familia real española a Bayona para celebrar una reunión con Napoleón, y en Bayona la corona de España, con todos sus derechos, pasó a Napoleón; la familia real quedó de hecho prisionera en Francia.
Esos sucesos no podían menos que repercutir en las colonias de América. En el virreinato del Río de la Plata hubo aparentemente una situación favorable para los planes napoleónicos.
Después de la reconquista de Buenos Aires, en poder de los ingleses, Santiago de Liniers informó a Napo¬león de lo ocurrido, y la toma ulterior de Montevideo en febrero de 1807 hizo pensar al corso en la lejana colonia española. Liniers volvió a informarle en julio de 1807 de la capitulación de Whitelocke y ante el temor de una nueva invasión pidió a Napoleón ayuda en armamentos.
Después de lograr la abdicación de los Borbones en Bayona, quiso Napoleón entrar en relación con Liniers, de origen francés, y envió al marqués de Sassenay con pliegos para informarle de la situación real de España, de Francia y de Europa y sobre la satisfacción de los españoles por el cambio de dinastía.
El emisario llegó a Montevideo, donde Elío había hecho jurar fidelidad a Fernando VII, y el 13 de agosto fueron abiertos los pliegos de que era portador en el fuerte de Buenos Aires, en presencia del cabildo, de la audiencia y de Liniers. La llegada de Sassenay, aunque el virrey había tomado todas las precauciones para obrar con cartas descubiertas, alentó la oposición que germinaba entre los españoles peninsulares contra el virrey. Se manifestaron en esa ocasión diversas opiniones; algunos deseaban que Sassenay quedase en prisión en Buenos Aires, otros que se le hiciera salir inmediatamente a Montevideo, adonde llegó en efecto y fue detenido; diez días después logró fugarse y fue detenido de nuevo; Elío lo sometió a proceso, lo mantuvo preso dieciséis meses, fue luego conducido a Buenos Aires y tras nuevas peripecias llegó a Sevilla en mayo de 1810. Entre los españoles y los soldados franceses en Madrid, que procedían con escasa disciplina y como en territorio ocupado, se sucedían a diario riñas más o menos sangrientas.
Pero el 2 de mayo de 1808 hubo un hecho de violencia mayor frente al palacio real; una guardia de granaderos franceses hizo fuego contra el pueblo y, como si se hubiese esperado esa señal, todo Madrid se levantó en armas; algunas tropas, con Daoiz y Velarde al frente, hicieron causa común con el pueblo, pero el alzamiento fue sofocado y terminó con la ejecución de un crecido número de patriotas.
El Supremo Consejo de Castilla repudió el alzamiento popular del 2 de mayo, una prueba más del abismo que se había abierto entre el pueblo y las clases dirigentes, lo cual explica que los llamados "afrancesados" hayan sido relativamente numerosos, pues vieron en las primeras medidas de José Bonaparte un progreso y un porvenir mejor que en manos de los Borbones.
La rebelión de Madrid se extendió por toda España sin esperar órdenes y sin contar con fuerzas organizadas; surgieron innumerables partidas sueltas que hicieron una guerra de guerrillas desconcertante. Napoleón no dio demasiada importancia al levantamiento popular, pues no podía concebir que un pueblo sublevado, por heroico que fuese, pudiera poner en peligro a ejércitos veteranos como los suyos.
En junio de 1808 entró José en Madrid y fue proclamado rey, pero ya el 21 de julio sufrieron los franceses el desastre y la capitulación de Bailén.
Emisarios asturianos, y luego de otras regiones, acudieron a Londres en demanda de ayuda; Canning aprovechó la oportunidad y ofreció a los combatientes españoles, hombres y dinero, y los ingleses no tardaron en desembarcar en Portugal con Arthur Wellesley al frente, después lord Wellington.
El territorio peninsular fue visto por Inglaterra como el más adecuado para dar un golpe decisivo al poderío napoleónico. El emperador de los franceses acudió personalmente a España y asestó golpes demoledores a las tropas españolas, y a fines de 1808 creyó que la situación crítica había sido superada y se retiró de la península. Pero la verdad es que fue entonces cuando comenzó propiamente la guerra de la independencia.
Las juntas locales, formadas espontáneamente, aseguraron la dirección y la continuidad del movimiento.
Para dar mayor unidad a la lucha se formó el 25 de setiembre una Junta superior central con 35 representantes de las provincias; sesionó primero en Aranjuez, luego tuvo que retirarse a Sevilla, para no caer prisionera de los franceses, y finalmente se refugió en la isla de León, frente a Cádiz, el 10 de. enero de 1810.
Los conflictos internos de la Junta, compuesta por elementos encontrados, concluyeron en la formación de un Consejo de regencia menos numeroso y ese Consejo de regencia convocó a Cortes, una medida que habían reclamado hacía tiempo las juntas provinciales.
En esas Cortes debían estar representados los súbditos americanos por 23 diputados y las regiones invadidas por 30. Así se reunieron 105 diputados en la isla de León el 24 de setiembre de 1810; desde febrero de 1811 al 14 de setiembre de 1813 sesionaron en Cádiz y de ellas emanó la llamada Constitución de 1812, liberal, una bandera de lucha a través de muchos años.
España quedó libre de la invasión francesa en 1814 y Fernando VII, liberado, regresó a España y quiso anular y desconocer todo lo hecho por aquellos que le devolvieron el trono y afianzar su poder dentro de un régimen absolutista.
Napoleón, que había juzgado bien a las clases dirigentes, se equivocó al juzgar al pueblo español y en España selló su primera y más importante derrota.