En una ciudad como Buenos Aires y contando con tan pocos hombres, era difícil para los ingleses controlar los movimientos de la población. Pese a las disposiciones de Beresford, las armas no habían sido entregadas a las autoridades inglesas.
Las armas, escondidas en pequeños bultos, pasaban de mano en mano hasta llegar a la casa del comerciante Santos Incháurregui, donde un grupo de hombres se encargaba de acondicionarlas y preparar los cartuchos.
Las pulperías de la ciudad, más de seiscientas, fueron espacios de reclutamiento de las fuerzas de la resistencia y también sirvieron como centros de distribución de la información.
Las casas contiguas al seminario perteneciente a la orden de San Francisco, fueron desalojadas gradualmente. El seminario estaba separado del lugar de asiento del regimiento 71 por una calle angosta y, desde su sótano comenzó a cavarse un túnel para que llegara hasta la cuadra de los soldados en la Ranchería, con la finalidad de hacerla volar con explosivos. El mismo Santenach obtuvo datos para la excavación, penetró disfrazado en el cuartel y tomó con pasos las medidas y observó donde guardaban la pólvora y donde se juntaba la tropa para dormir. Un miembro de las fuerzas inglesas informó a su superior que oía un ruido persistente durante las noches que provenía desde el subsuelo. Se dispuso que se acomodaran unos fusiles parados y sobre ellos se colocaron algunos alfileres, al otro día los encontraron en el suelo. Se inició una investigación que no logró descubrir el complot para hacer explotar a los soldados ingleses.
En las afueras de la ciudad, la gente de la campaña -de los partidos de Morón, Pilar y Luján- concurrió a reuniones organizadas por Juan Martín de Pueyrredón, quien asistió a sus hombres con su propio dinero y los sumó al regimiento de Blandengues. Los conjurados continuaban acopiando armas y municiones.
Beresford, en un informe enviado a sus superiores, enunció que a mediados de julio tuvo noticias de la conspiración que se preparaba y que Liniers había salido si- gilosamente camino a Montevideo, desde donde preparaba el asalto a la ciudad, pero confiaba en que Pophan lo detendría en el cruce del río. También se anotició acerca de las actividades de leva de hombres en el campo, llevada a cabo por Pueyrredón y otros vecinos. Explicó que era notoria la salida de la ciudad de muchas familias, como también la deserción de gente de sus tropas. Expresó tener conocimiento de las actividades desarrolladas en la quinta de Perdriel, pero consideró que era mejor tener al enemigo fuera de la ciudad y concentrado para poder atacarlo. El gobernador estaba preocupado por el escaso número de hombres con que contaba para asegurarse el dominio de la ciudad; como todas las mañanas formaban en el patio de la Real Fortaleza, hizo vestir con ropas militares a la servidumbre y solicitaba más raciones diarias de comida que las necesarias para tratar de disimular la escasez de hombres.
Mientras tanto, los ingleses continuaban recibiendo los buenos tratos de la po- blación y de las familias que los hospedaban y que los entretenían durante la noche con agradables tertulias. El obispo mostraba su respeto y una engañosa amistad hacia Beresford, mientras los funcionarios del gobierno continuaban saludándolo cordialmente todas las mañanas.