En 1831, San Martín y su hija viven cerca de París, en una casa de campo. En marzo de ese año, llegó de visita, procedente de Londres el joven Mariano Balcarce, hijo del vencedor de la batalla de Suipacha. Al día siguiente de su llegada, Mercedes contrae cólera y poco tiempo después cae San Martín. Los dos son atendidos por Balcarce y, entre atención y atención, nació el noviazgo. Con tal motivo, el 7 de diciembre de 1831 , el héroe así escribía a Dominga Buchardo de Balcarce, madre de Mariano: "Antes del nacimiento de mi Mercedes, mis votos eran porque fuese varón; contrariado en mis deseos, mis esperanzas se dirigieron a que algún día se uniese a un americano, hombre de bien, si posible, el que fuese hijo de un militar que hubiese rendido servicios señalados a la dependencia de nuestra patria. "Dios ha escuchado mis votos, no sólo encontrando reunidas estas cualidades en su virtuoso hijo don Mariano, sino también coincidir en serlo de un amigo y compañero de armas. Sí como espero este enlace es de aprobación de usted, sería para mí la más completa satisfacción. La educación que Mercedes ha recibido bajo mi vista, no ha tenido por objeto formar de ella lo que se llama una dama de gran tono, pero sí el de hacer una tierna madre y buena esposa; con esta base y las recomendaciones que adornan a su hijo de usted, podemos comprometernos en que estos jóvenes sean felices, que es lo que aspiro." Mercedes y Mariano se casaron el 13 de septiembre de 1832, siendo testigos José Joaquín Pérez y el general Juan Manuel Iturregui, ministro de Chile en Francia y agente diplomático del Perú, respectivamente. Los esposos viajaron prontamente a Buenos Aires, donde residieron un par de años; aquí nació María Mercedes, la primera nieta del Libertador. La segunda hija del matrimonio, Josefa, nació en Francia, adonde el matrimonio retornó a vivir. Feliz, el ilustre abuelo le cuenta por carta, el 1º de febrero de 1837, a su gran amigo Pedro Molina: "La mendocina dio a luz una segunda niña muy robusta: aquí me tiene usted con dos nietecitas cuyas gracias no dejan de contribuir a hacerme más llevaderos mis viejos días." Cuando los síntomas de la vejez se presentan, San Martín testimonia por escrito su agradecimiento a su adorada hija: "Aunque es verdad que todos mis anhelos no han tenido otro objeto que el bien de mi hija amada, debo confesar que la honrada conducta de esta y el constante cariño y esmero que siempre me ha manifestado han recompensado con usura todos mis esmeros, haciendo mi vejez feliz". |