En una obra que se ha publicado en Buenos Aires sobre las campañas del general Arenales, se hace referencia a la jornada de Cancha Rayada, y se dice ser célebre "por las particulares circunstancias que la caracterizaron, y por la brillante retirada que ejecutó el general Las Heras, salvando 4.000 hombres de la ala derecha que estaba a sus órdenes, con un buen tren de artillería". El autor de esta obra quiere aparecer instruido a fondo de estos sucesos; sería de desear que ilustrase la materia. Entre tanto, yo que estuve en esa jornada, voy a describirla como realmente acaeció."La derecha de nuestro ejército estaba a mi mando, y no al de Las Heras, y la izquierda al del general O'Higgins. Yo había formado en batalla, y viendo que el enemigo se dirigía hacia mi ala, envié a los ayudantes a decir a nuestra caballería desordenada e interpuesta, que le haría fuego si no pasaba inmediatamente a retaguardia, por el claro que quedaba entre mi fuerza y la del general O'Higgins.
"Nuestra situación era a corta distancia de Talca, en dirección hacia el N.E. Nuestra artillería rompió un fuego vivísimo, y contenido el enemigo por la vista de nuestras columnas, logró retirarse y entrar en la ciudad.
"Llegada la noche, variando nuestras posiciones vino a mí el ingeniero D. Antonio Arcos para situar el ala de mi mando; en esta operación tardó demasiado tiempo y me detuvo, ya por razón de reconocer el terreno, ya por exigirme banderolas para alinear la tropa. No dudaba yo que el enemigo en esa noche intentaría una sorpresa, tanto por el suceso inesperado de la tarde, como porque le era imposible pasar en la obscuridad el caudaloso río Maule para tomar el lado del sud.
"Situado, al fin, al norte de Talca, llame los ayudantes de los cuerpos (no los tenía jamás particulares desde la jornada de Sipesipe), y di la orden para que cada cuerpo pusiese 25 hombres al otro lado del Zanjón que teníamos al frente, y que aquéllos adelantasen centinelas, los que en caso de ataque hiciesen fuego y se replegasen todos a la línea, manteniéndose entre tanto los cuerpos en descanso, pero sin salir de la formación, ni fumar.
"Di por señal de fuego un redoble a la cabeza, que repetiría cada regimiento y por la de cesar dicho fuego, otro redoble a la cabeza. Tenía yo también mi artillería competente.
"A las 8 de la noche, rompió el fuego el enemigo: le contestamos; pero se oyeron voces de que lo hacíamos sobre nuestra ala izquierda que se suponía en marcha variando de posición, y lo mandé cesar. D. Juan Gregorio Las Heras, comandante del batallón Nº 11, notó que el costado derecho de la división no estaba cubierta por caballería. Llamé dos ayudantes para avisar al general que mi costado derecho estaba descubierto, y tardando éstos, porque sus caballos se habían espantado, me resolví a partir en persona a esta diligencia que no permitía demora, y dije a Las Heras que volvería pronto.
"Al separarme, me avisó el comandante de la artillería que no tenía municiones a causa del fuego de la tarde. ¡Cuál sería mi incomodidad! Le hice notar su descuido en esperar aquella hora para dar este aviso, y le hice responsable de esta falta; pero ya era doble motivo para fiar a mí solo el remedio a los dos males tan urgentes.
"Llegaron los ayudantes del regimiento Nº 11 y salí con ellos; al llegar a mi costado izquierdo, vi la tropa no muy en orden, a pesar de que no había silbado aún entre nosotros una bala enemiga; sobre lo que hice las advertencias convenientes a su jefe. Seguí costeando al E. la retaguardia de mi división para que los ayudantes, que ya conocían el terreno, despuntasen la zanja que daba vuelta al S.E. como se hizo; volví sobre el Sud, donde estaba el fuego del enemigo, para buscar el cuartel general situado en un cerro pequeño a cuya vanguardia había estado yo en la tarde.
"El enemigo dirigía sus fuegos sobre mi camino, y entonces era que nuestra ala izquierda empezaba a moverse. Encontré al comandante D. Mariano Necochea formado, quien, reconvenido porque no se había unido a mi división me contestó que no había recibido orden al efecto, y que no sabía del general.
"Me dio un soldado que le pedí, con calidad de ser el más valiente, y mandé a uno de los dos ayudantes, Quiroga, a saber el estado de mi división. Más adelante, hallé también formado al comandante Viel, quien me dio las mismas contestaciones que el referido Necochea. Volvió Quiroga con la noticia de que el ala derecha de mi mando había abandonado su posición. De todos estos sucesos intermedios fue testigo el mismo Necochea, y no sé si también Viel.
"Se presentó entonces el general San Martín con su escolta, y otro ayudante (creo que a su presencia) ratificó la ausencia del ala de mi mando. El comandante del S., D. Enrique Martínez, que había quedado en el cerrito que dije antes, venía, (dudo si con orden para ello) retirándose formado en cuadro, y el enemigo había suspendido ya sus fuegos.
"El campo era todo confusión; entre tanto, inclinándome sobre la silla, descubrí la inmediación de los enemigos sobre nosotros. El general San Martín y D. Enrique Martínez, aseguraban que no había sino un corral o palizada; pero yo me mantuve en mi juicio anterior, porque antes de ponerse el sol había pasado por allí, y no había visto semejante estacada; repetí mi advertencia y se me contestó lo mismo. En el momento sonó el toque de degüello y haciendo fuego nos dieron una carga: se les contestó, y Necochea y Viel con sus cuerpos de caballería los acometieron y contuvieron. La infantería de Martínez seguía en retirada, a pesar de los esfuerzos que hacía el general para contenerla, la que emprendimos los demás luego que se nos replegó la caballería, defendiéndonos así (en retirada) una larga distancia de varias cargas, hasta que cesaron.
"Habíamos sufrido el fuego de artillería que nos hacían
(según creo, aunque no lo puedo asegurar) las piezas que habían
caído en poder del enemigo en el cerrito. Zanjas escarpadas, tropiezos
en bestias cargadas, ya andando, ya tiradas sobre cl campo, todo expresaba
nuestra derrota.
"Era imposible que guardásemos unión: una zanja hondísima
y a pique, no nos dejaba lugar sino de defendernos de no ser oprimidos
por las mulas que subían o caían cargadas desde su borde,
así es que el cuerpo de Martínez, se nos separó; pero
el enemigo había ya dejado de perseguirnos.
"Quedó abandonado un parque inmenso y útiles de guerra
sin número. Seguimos nuestra retirada, y al amanecer nos sorprendimos
agradablemente al reunirnos con el general O'Higgins, que iba con sus ayudantes,
aunque herido en un brazo. Supimos que mi división con parte de
la de dicho general O'Higgins, iba marchando por nuestra izquierda. Llegamos
a San Fernando, que encontramos abandonado, y el depósito de nuestros
equipajes saqueado. Al día siguiente se nos presentó Las
Heras. Algo desazonado el general con Brayer, oficial francés, que
había hecho de mayor general, y a quien, no sé si con razón
o sin ella, se atribuía no haber colocado bien las centinelas avanzadas
en la noche de la sorpresa, me encomendó aquel cargo y comisionó
a Las Heras para que siguiese conduciendo la división."
Hilarión de la Quintana