No faltaron en algunas provincias simpatizantes de los hombres de Buenos Aires, por razones de adhesión a su causa o por motivos de amistad personal, pero en general las provincias repudiaron el alzamiento porteño y se pusieron del lado del general Urquiza.
Ya el 15 de setiembre, Carlos Tejedor, desde El Nacional, insinuó la conveniencia de proceder a la nacionalización de la revolución, pues el triunfo de la plaza de la Victoria no era el triunfo de la revolución.
Para triunfar definitivamente, asegurar el bien del país, el movimiento de Buenos Aires debía ser admitido por el resto de las provincias hermanas y destruido el congreso nefando que iba a reunirse en Santa Fe, después de lo cual se prepararía el que había de sucederle. La verdad es que fueron las provincias las que libertaron a Buenos Aires de la tiranía y después de Caseros el meridiano político, la iniciativa, pasó a ellas, las vencedoras. Y Buenos Aires quería arrancar a Urquiza la bandera de la organización nacional y dictar las normas de esa organización a las provincias. El abanderado de la posición nacionalizadora contra ciertas miras localistas fue siempre Mitre.
"La provincia de Buenos Aires —decía el manifiesto de la Sala de representantes —se presenta hoy ante el mundo y sus hermanas en la actitud guerrera y decidida que asumió el 25 de Mayo de 1810, cuando inauguró el imperio de la democracia y la justicia, y proclamó la rehabilitación de la dignidad del hombre vilipendiado".
Las provincias reaccionaron contra las pretensiones de Buenos Aires, con los mismos sentimientos de autonomía con que Buenos Aires reaccionó contra Urquiza, aunque el objetivo declarado fuese en unos y otros el mismo: la organización nacional.
El gobernador de Mendoza comunicó el 29 de setiembre al ministro de la Peña el "horror que le inspiraba un acontecimiento tan escandaloso y tendiente a anarquizar nuevamente a la República". En un mensaje a la legislatura, al día siguiente, condenó con energía el movimiento porteño y la Sala se pronunció en el mismo sentido.
Por consejo del gobernador Lucero, a pedido de Delfín B. Huergo, la legislatura de San Luis se pronunció violentamente contra Buenos Aires el 27 de setiembre, ofreciendo todos los recursos de la provincia en obsequio del orden y la organización de la República.
Alejo del Carmen Guzmán, gobernador de Córdoba, dirigió el 24 de setiembre a su colega de Entre Ríos una nota condenando la revolución del 11 del mismo mes y poniendo a disposición de Urquiza todos los elementos de la provincia para reprimirla; la legislatura reiteró la adhesión a la causa proclamada por Urquiza.
El nuevo gobernador de Corrientes, Juan Pujol, escribió al ministro de la Peña el 25 de setiembre:
"Sintiendo sobremanera la noticia de haberse alterado el sosiego de aquel pueblo, aun le es más dolorosa la circunstancia de que las fuerzas de su patria natal figuren en esos desgraciados incidentes, sin otro motivo quizás que el cansancio de una dilatada ausencia de su país, y el ardiente deseo de regresar a él con sus hermanos después de una jornada victoriosa, circunstancia que tal vez han sabido explotar a su favor los factores del motín".
El gobernador Pujol empleó un lenguaje más benévolo que los demás mandatarios de las provincias, no injurió a los hombres de Buenos Aires, y expresó su confianza en que la provincia momentáneamente separada habría de participar en el movimiento general que conducirá a la organización del país; expresa también en otra carta su conformidad con la decisión de Urquiza de no llevar la guerra a Buenos Aires y continuar en el cumplimiento del acuerdo de San Nicolás con las demás provincias.
Por una ley del 30 de setiembre, Catamarca responsabiliza a la provincia de Buenos Aires de todos los hechos que retarden la organización.
El gobernador Pedro P. Segura escribe al ministro de relaciones exteriores sobre la increíble actitud de Buenos Aires, que alza "él trono para un nuevo déspota o abre de par en par las puertas de la anarquía".
Manuel Vicente Bustos, gobernador de La Rioja, hizo llegar al ministro de la Peña una copia de la ley dictada por la Sala de representantes condenando el movimiento del 11 de setiembre y ofreciendo cooperación para el restablecimiento del orden.
Urquiza escribió una carta amistosa al gobernador Lucero:
"Hoy, mi buen amigo, tengo más interés en que formemos una Nación, prescindiendo de Buenos Aires, y en ese sentido me encontrarán mis amigos dispuesto a hacer nuevos y mayores sacrificios, para enseriar a los malvados que nosotros somos capaces de organizarnos".
La provincia de San Luis, en manos de Lucero, acordó poner sus recursos y elementos al servicio de los planes de Urquiza.
El 5 de octubre, la legislatura de Tucumán declaró su adhesión a Urquiza y aplaudió fervorosamente su obra. El gobernador de San Juan, Nazario Benavídez, condenó el movimiento porteño en nota del 8 de octubre al ministro de la Peña y ofreció concurrir con un millar de hombres a reprimir el movimiento rebelde.
Tomás Arias, gobernador de Salta, comunicó a la legislatura los sucesos de Buenos Aires y elogió los acuerdos de San Nicolás. El 21 de octubre aprobó la conducta de Urquiza de prescindir de Buenos Aires para las tareas de la organización nacional.
En el mismo sentido se expresa la provincia de Jujuy por medio de su gobernador José Benito Bárzena.
El gobernador de Santiago del Estero, Manuel Taboada, comunicó la decisión de la legislatura de poner a disposición del director provisional todos los recursos de la provincia, ofreciéndose el gobernador a concurrir al lugar que se le indique en defensa de los intereses de la legalidad. No obstante, algunas personas, entre ellas el hermano del gobernador, Antonino, hicieron llegar a Valentin Alsina su adhesión y su aplauso.
Desde Chile, Sarmiento justifica la decisión de los hombres de Buenos Aires y el general Las Heras se pone igualmente del lado de los porteños, lo mismo que el general Paz, desde Montevideo.
En general la opinión mayoritaria de las provincias condenó la segregación porteña. Los hombres de Buenos Aires no atribuyeron mucha importancia a las manifestaciones hostiles de las provincias, recordando que hacía poco tiempo habían estado unánimes del lado de Rosas y contra Urquiza; pero se olvidaba al mismo tiempo que Buenos Aires no había contribuido con ningún signo externo al derrocamiento de la tiranía y que Rosas se habría hallado en el poder sin la decisión de las provincias.