La revolución de Buenos Aires podía hacer peligrar la tendencia a la organización nacional en las provincias; pero cuando Urquiza decidió llevar adelante sus planes sin la presencia de los diputados de Buenos Aires, privó a los porteños de la bandera que querían enarbolar como aglutinante de las provincias: el libre tránsito y el depósito libre de mercaderías.
Fue en esa situación cuando Buenos Aires pensó en el envío de un emisario a las provincias para convencerlas de viva voz de los sentimientos nacionales que alentaba y de la razón de ser de la rebelión contra Urquiza, que se había operado sobre todo en defensa de la autonomía provincial.
El 4 de octubre entró en la Sala un proyecto del poder ejecutivo, aprobado el mismo día, para invertir fondos en el envío de una comisión a las provincias, "con el objetivo de promover los intereses comunes de todo género y fortificar las relaciones recíprocas".
Al día siguiente fue designado el general José María Paz encargado del cumplimiento de esa misión.
Paz había estado vinculado con hombres del litoral y del interior en el curso de su actuación desde 1830; le rodeaba el prestigio que había ganado por su acción política y militar; tenía la ventaja de no ser porteño y eso suscitaría menos recelos y suspicacias. Ninguno de los hombres de Buenos Aires podría lograr tanto eco como él.
El general José M Paz después de la revolución del 11 de septiembre de 1852, el gobernador Manuel Guillermo Pinto le encargó una misión en las provincias del Interior: debía atraerlas hacia la causa de Buenos Aires, para rechazar el Acuerdo de San Nicolás y formar un Congreso Constituyente dominado la provincia de Buenos Aires, del cual quedarían excluidos los federales.
El general Paz opinaba que "el programa de Caseros no podía cumplirse con la Nación dividida. ¿Cómo admitirse que se constituyera sin Buenos Aires? Tampoco podía negarse su derecho a ser oída".
Alsina fijó en once puntos su cometido: . . .
“era pacífico, conciliador y armonizador de las miras políticas y mercantiles de todas las provincias de la República".
Explicaría los alcances de la revolución; Buenos Aires no reconocería jamás el Congreso de Santa Fe, las provincias debían retirar sus diputados del mismo, porque de la reunión de una asamblea nacional sin la presencia de todas ellas, sólo podrían esperarse malas consecuencias. Gestionaría especialmente la anulación de la facultad concedida a Urquiza para dirigir las relaciones exteriores, asegurando a las provincias que tan pronto se desligasen de esos compromisos, Buenos Aires acordaría por intermedio del mismo comisionado la reunión de un nuevo congreso "sobre las bases que han servido en otras ocasiones a la reunión de nuestros cuerpos nacionales o bien en la forma que se convenga entre ellas".
Estaba autorizado Paz para mediar en posibles conflictos interprovinciales y para asegurar que las fuerzas de Buenos Aires acudirían para asegurar la tranquilidad interior. Con respecto a San Juan, utilizaría todos los medios tendientes a poner fin al gobierno de Benavídez.
En lo relativo a los asuntos económicos, aseguraría a las provincias que Buenos Aires, además del libre tránsito y la libre navegación, estaba dispuesta a asegurar otras franquicias; en reciprocidad debía lograr la supresión de todas las trabas que entorpecían el comercio con el interior.
Buenos Aires, al romper los vínculos con la autoridad central encarnada entonces por Urquiza, buscaba la adhesión de las provincias a la revolución de setiembre.
Los objetivos de la misión del general Paz no fueron ocultados y era de suponer que, aparte de la desconfianza tradicional de las provincias a lo procedente de Buenos Aires, los señalados para ser desplazados o perjudicados por la misión porteña, procurarían poner dificultades a su eliminación.
El hombre que podía pesar en el ánimo de las provincias había sido bien elegido, pero la misión que se le encomendaba, sin embargo, era de difícil cumplimiento. Urquiza representaba la victoria sobre la tiranía de Rosas y el congreso de unidad nacional estaba en marcha. Buenos Aires había intentado la unidad nacional varias veces y otras tantas fueron frustradas sus esperanzas; no era fácil pensar que esta vez sería distinto.
Las provincias debían abandonar la bandera de unión de Urquiza, a la que se habían adherido, para seguir la del 11 de setiembre, que habían repudiado.
El 11 de octubre el gobernador Pinto expidió una circular a los gobiernos provinciales haciéndoles conocer la misión que acababa de ser encomendada al general Paz. Este partió de Buenos Aires el 16 de octubre; le acompañaban Carlos Tejedor y Adolfo Alsina, los hombres que habían de representar el más agudo porteñísimo años después.