La llamada generación romántica estaba formada por jóvenes educados en otra concepción de lo tradicional y lo clásico, robustecidos espiritual y científicamente por la enseñanza universitaria o superior, influidos por ideas liberales e imbuidos del concepto de progreso constante, muy propio del siglo XVIII.
Marcos Sastre, escritor rioplatense nacido en Montevideo (1808-1887), se radicó en Buenos Aires y abandonó sus estudios de derecho, dedicándose a la política y a la literatura. En 1833 instaló en Buenos Aires la Librería Argentina y se destacó por su saber, corrección y buen trato, llegando a ser su librería centro de reuniones de los espíritus más esclarecidos de la época. En enero de 1835 decidió fundar, en su local del número 72 de la calle Reconquista, un gabinete de lectura, que llegó a contar con mil volúmenes escogidos. Muy pronto, debido al éxito alcanzado, debió ampliarlo, trasladándolo a un local del número 136 de la calle Victoria, y allí fundó la primera biblioteca circulante del país. Los jóvenes tuvieron en él a un maestro y bibliófilo desinteresado, y fue así como se formó alrededor suyo una pléyade de hombres con avidez de saber y llenos de entusiasmo y patriotismo. En 1849 fue designado por Urquiza director general de escuelas de Entre Ríos. Tras la caída de Rosas, se desempeñó como regente de la Escuela Normal de Buenos Aires, director general de escuelas de esta provincia y miembro del Consejo Nacional de Educación. Es autor de diversos trabajos sobre pedagogía y enseñanza, y de obras como Anagnosia, libro de lectura durante mucho tiempo en las escuelas, y Tempe argentino, amena descripción de tipo romántico del paisaje y la vida en las islas del delta del Paraná.
Marcos Sastre abrió la «Librería Argentina», en cuya trastienda comenzó a funcionar desde 1835 el «Salón Literario». Los participantes habituales de las tertulias del Salón eran jóvenes interesados en la cultura, la política y el progreso científico: Miguel Cané, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Esteban Echeverría, Vicente Fidel López. Sus tertulias se orientaban inicialmente a discutir sobre literatura, arte y moda, influidos por el auge del romanticismo en Europa. Secundariamente – al principio – también discutían sobre cultura y política, temas que gradualmente se volvieron centrales.
El 8 de julio de 1838, Esteban Echeverría celebró con un discurso la creación de una sociedad secreta, de carácter netamente político, llamada La Joven Argentina y conocida tradicionalmente como Asociación de Mayo. Formaban parte de ella Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Félix Frías y Vicente Fidel López. En su discurso, Echeverría planteó los fines y propósitos de la entidad. Una comisión integrada por éste, Alberdi y Gutiérrez redactó después la doctrina de la Asociación; de este trabajo surgió más tarde el Dogma Socialista de Echeverría. La vigilancia avizora de Rosas impidió actuar a la Asociación, debiendo emigrar la mayoría de sus integrantes. Alberdi lo hizo en 1838, llevando consigo las Palabras Simbólicas, que se unieron al Dogma Socialista y fueron publicados en Montevideo en 1839; otros integraron en Buenos Aires el Club de los Cinco, y otros se ocultaron. Algunos de estos últimos participaron en la conspiración de Maza. La Asociación de Mayo creó filiales en el interior, sobre todo en Tucumán, de actuación decidida contra la dictadura. Los que no estaban de acuerdo con la política oficial empezaron a abandonar el país. Al principio, Rosas no se oponía a esta emigración, pero, cuando vio que los exiliados organizaban en el exterior grupos de resistencia, ordenó a la policía y a los mazorqueros la vigilancia estricta de los bajos del río, lugar donde los fugitivos solían embarcar en forma clandestina. Los federales disidentes, o «lomos negros», los unitarios directoriales, presidenciales y congresistas, y los jóvenes de la Asociación de Mayo y sus simpatizantes emigraron. Echeverría, Rivera Indarte, Juan Cruz, Rufino y Florencio Varela, Vicente Fidel López, Mitre, Gutiérrez, Alberdi, Sarmiento y otros fijaron su residencia en Uruguay y en Chile, y algunos, en menor número, en Brasil y en Bolivia. En Montevideo funcionó la llamada Comisión Argentina, que recolectó fondos para organizar tropas y negociar el apoyo de Francia, Gran Bretaña y Brasil. En Montevideo, El Comercio del Plata, periódico dirigido por Florencio Varela, polemizaba con La Gaceta Mercantil de Buenos Aires, que dirigía De Angelis. En Chile, el periódico El Progreso mantenía controversias con La Gaceta por cuestiones de límites, y en el mismo diario chileno, Sarmiento, que había conquistado gran prestigio, publicó su obra Facundo, biografía literaria de Quiroga y estudio del ambiente social y político de la época. Entre 1838 y 1841 se extendieron cuatro años de crisis, de medidas extremas en ambos bandos y de incertidumbre en el destino de los partidos y de la nación toda. Después de ataques interiores y exteriores, triunfó nuevamente la causa federal, aunque a costa de una nueva y sangrienta división; también, paulatinamente, el poder absoluto pasaba a manos de un solo hombre: Rosas.
Esteban Echeverría recién vuelto de sus estudios en Francia publicó en un diario local en forma anónima en 1832 lo que sería considerado el primer relato romántico, Elvira o la novia del Plata, mientras que El matadero se considera el primer relato realista argentino. El matadero, de estilo diferente de sus otras obras fue publicado muchos años después de su muerte y atribuido a su persona, pero fue más relevante por sus obras de contenido político que desde el contenido literario; fue el líder natural del movimiento en el seno del cual se formaría la Asociación de Mayo que le daría nombre a la generación del 37, fue el redactor de la revista la Moda y del Dogma Socialista y la ojeada retrospectiva que lo acompaña en 1846,considerado un escrito germinal inspirador de la Constitución de 1853.
La llamada generación romántica estaba formada por jóvenes educados en otra concepción de lo tradicional y lo clásico, robustecidos espiritual y científicamente por la enseñanza universitaria o superior, influidos por ideas liberales e imbuidos del concepto de progreso constante, muy propio del siglo XVIII.
Pero lo que más gravitó en sus espíritus fue el romanticismo, que sirvió para hacerles concebir el pasado como forjador del presente.
El romanticismo les hizo ver también que las instituciones y los logros políticos, sociales y económicos eran siempre graduales, producto tanto más de la evolución y educación constante, espontánea y dirigida, como de la revolución. Les inculcó, además, el concepto de nacionalidad, con las naturales semejanzas entre todos los hombres, por ser todos obra de un mismo Creador.
Así mismo, como una novedad exclusiva de Buenos Aires, estos jóvenes aunaron otros contenidos al romanticismo: Echeverría, Sarmiento, Alberdi, Juan María Gutiérrez, Miguel Cané (padre), Marco Avellaneda, Vicente Fidel López, Pío Tedín, Aberastain y muchos otros, que, a la vez que eran románticos, también eran liberales y progresistas, y endiosaban al pasado que iba desde mayo de 1810 hasta los tiempos cercanos. Fueron, sobre todo, afectos á la lectura, la historia, la filosofía y la ciencia moral. Quisieron que toda la realidad, a la que conocían mejor que los viejos unitarios, aunque menos que los federales prácticos, se ajustase a esquemas rígidos y preconcebidos. Entre 1833 y 1835, los unitarios llegaron a formar, primero, una Sociedad de Historia; luego, merced a la biblioteca y librería de Marcos Sastre, ampliaron sus conocimientos y se dieron a las discusiones públicas, así como también a la redacción de ensayos.
Muchos de los miembros del Salon Literario fueron exalumnos del Colegio de Ciencias Morales (el actual Colegio Nacional de Buenos Aires), formado por Bernardino Rivadavia durante su presidencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata: Esteban Echeverría, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez, Miguel Cané (padre), José Mármol, Félix Frías, Carlos Tejedor, Luis Domínguez, Marco Avellaneda, Antonino Aberastain, Marcos Paz y Juan Bautista Alberdi.
Sus reuniones tomaron estado público en 1837, en el nuevo y amplio negocio del ilustrado librero Marcos Sastre. Fue entonces cuando Esteban Echeverría creó el Salón Literario (junio de 1837), ensalzando Sastre en el acto inicial a la juventud, a la misión de ésta y al libro como vehículo de una cultura universal y formativa. En ese mismo acto, Alberdi disertó sobre la Revolución de Mayo, que consistió no sólo en derribar a un virrey ineficaz, sino que fue además signo inequívoco de la evolución americana; Juan María Gutiérrez, por su parte, efectuó un análisis crítico del reconocimiento.
Aparecieron también durante breve lapso los periódicos Semanario de Buenos Aires y La Moda. Echeverría, además de romántico, era evolucionista y crítico, y se convirtió en el orientador de esos jóvenes; en sus disertaciones les hizo comprender el sentido que, a su criterio, tenía la historia del país. Para él existieron un momento de la espada, de 1810 a 1816, y un momento posterior, que debió ser de organización pero no lo fue por egoísmos, incomprensión, ineficacia, luchas, mezquindades, carencia de hombres de estado e improvisaciones. También les habló del absolutismo español, considerándolo perjudicial, y en igual carácter les presentó luego al general Rosas.
Aquellos jóvenes románticos consideraban a Rosas un producto de la evolución nacional o americana, algo propio del nuevo medio en formación, una etapa ineludible y necesaria hasta alcanzar realidades mejores.
Alberdi, en su Fragmento preliminar al estudio del Derecho (1837), en un capítulo en el cual se refiere a los límites del derecho y a la soberanía del pueblo, presentó la situación del país como muy especial. Más tarde, los jóvenes románticos y del Salón Literario cambiaron de posición, en parte por la prédica, pero también por sus ideas liberales, que contrastaron cada vez más con las situaciones y hechos violentos que veían y que no toleraban. Así fue como, apartándose de un romanticismo total, seleccionaron momentos del pasado, dividiéndolos en aceptables y no aceptables; la Revolución de Mayo fue aceptable, y descubrieron aquello que, por no cumplido hasta entonces, apuntaba como promesa y programa de acción. Consideraron pasado no aceptable el absolutismo español, y juzgaron que se estaba proyectando en Rosas, prolongado en odios, luchas, descuido del pueblo y de los intereses de la patria. Esto los hizo apartarse del unitarismo, pero más aún del federalismo.