Los acontecimientos del litoral, formaron parte de un vasto plan para derribar a Rosas entre 1838 y 1841. Al bloqueo de Francia se agregaron las confabulaciones de militares y de civiles de la capital, de muchos hacendados del sur de la provincia, de los emigrados, de Fructuoso Rivera y, por fin, de grupos prominentes del mismo federalismo, temerosos del poder cada vez más autoritario y personal de Rosas.
Un grupo de jóvenes que habían sido conmovidos por la Asociación de Mayo, formó el llamado Club de los cinco, conspirativo, integrado por Enrique Lafuente, empleado de la cancillería de Rosas, Carlos Tejedor, Jacinto Rodríguez Peña, Santiago Rufino Albarracín y Rafael Jorge Corvalán.
Esos jóvenes fueron perfilando la posibilidad de un movimiento militar en la ciudad y un levantamiento en el campo, todo ello simultáneo con la invasión preparada por Lavalle. Por medio de José Lavalle, hermano del general, los miembros del Club supieron que el coronel Ramón Maza coincidía con los objetivos de la conspiración; creía Maza que no sería tampoco difícil contar con el coronel Nicolás Granada y con los batallones al mando de Mariano Maza y Mariano Benito Rolón.
Iniciada la revolución, Manuel Vicente Maza, padre de Ramón, se pondría a la cabeza de una evolución análoga en la legislatura; lo que importaba sobre todo era la caída de Rosas.
El núcleo porteño pudo contar pronto con la adhesión de personas bien caracterizadas y de responsabilidad: Diego Arana, Pedro Castelli, Marcelino Martínez Castro, José Barros Pazos, Avelino Balcarce, Matías y Ezequiel Ramos Mejía, Francisco Madero, Benito Carrasco, Pastor Obligado, Juan Bautista Peña, Diego Alcorta, José y Rafael Lavalle, Joaquín Cazón, José María Ladines, Juan José Montes de Oca, José Corvalán, Manuel Belgrano, Juan José Rocha, Nicolás Albarellos y Antonio Somellera. Se trataba de hacendados, comerciantes, militares, profesionales, etcétera.
Ramón Maza deseaba que Lavalle desembarcase en un punto de la costa de Buenos Aires coincidentemente con el levantamiento en la ciudad; y se preocupó también de movilizar a sus amigos de la campaña, para que secundasen a la capital.
Ramón Maza confiaba poder movilizar el regimiento en el que se había desempeñado como segundo, que mandaba en Dolores el coronel Narciso del Valle pese a que Del Valle era partidario de Rosas. Habló con los coroneles Celestino Vidal (Patricios), Mariano Benito Rolón (Guardia Argentina) e Hilario Lagos y los generales Agustín de Pinedo (inspector general) y Manuel Guillermo Pinto, así como los comandantes de los acantonamiento de San Nicolás (teniente coronel Patricio Balsa) y Zárate (Facundo Borda). La respuesta coincidió en que no confiaban en poder mover tropas para apoyar el desembarco de Lavalle pero tampoco se opondrían.
Rosas había advertido ya movimientos sospechosos y se puso en guardia; su hermano Prudencio se dedicó a reunir las milicias y cuando Maza se disponía a salir hacia el sur para ponerse al frente de la rebelión, Rosas recibió confidencias precisas sobre la conspiración tramada. Los Martínez Fontes, coronel y sargento mayor respectivamente, delataron el plan y como premio a la hazaña recibieron quince mil pesos cada uno por el servicio prestado; también alcanzó el premio de la traición a los sargentos mayores Lorenzo y Paulino Medina.
El 24 de junio, Ramón Maza fue detenido y trasladado a la cárcel pública; el mismo día entraron en la jefatura de policía los reos parricidas de lesa América, como fueron calificados por Rosas, los jóvenes Albarracín, Ladines y Tejedor, a quienes se puso doble barra de grillos.
El general Paz había sido invitado a sumarse al movimiento en gestación casi al tiempo en que era descubierto.
Instantáneamente se movilizaron los adictos de la Sociedad Popular Restauradora y Manuel Vicente Maza fue denunciado por ellos como jefe del movimiento descubierto, cuya destitución comenzaron a pedir jueces de paz - y numerosos ciudadanos en los términos más exaltados y con adjetivos como "traidor, inmundo, feroz".
El asesinado de Manuel Vicente Maza fue un crimen político ocurrido el 27 de junio de 1839, este crimen conmocionó a la sociedad argentina y que tuvo como víctimas al Presidente de la Sala de Representantes, Manuel Maza, una vez descubierta en la madrugada de ese día, una conjura para deponer a Juan Manuel de Rosas, cerca de las ocho de la noche, un grupo de la Mazorca comandados por el capitán Gaetan y otro caudillo barrial ingresaron en el recinto de la Legislatura y ocuparon todas sus salidas con la orden de no dejar salir a nadie. Gaetán penetró en el salón principal de la Presidencia de la Sala de Representantes y apuñaló al presidente de la misma, doctor Manuel Maza, en momentos que luego de comprobar el fracaso de la intentona golpista , escribía su renuncia al alto cargo que ocupaba para elevarla a Juan Manuel de Rosas.
Pero la Sala de representantes no tuvo oportunidad de pronunciarse, pues en la noche del 27 de junio de 1839 su presidente fue asesinado por el capitán Manuel Gaetán, que hundió su cuchillo en el pecho del magistrado que acababa de redactar su renuncia. En la madrugada del 28 de junio, es decir unas horas después, Ramón Maza fue fusilado en la cárcel por orden de Rosas.
Se desató en seguida una ola de terror contra los unitarios y desafectos, reales o presuntos. Rosas negó que hubiese mediado directamente en el asesinato del doctor Maza, pero no negó su plena responsabilidad en la orden de fusilamiento del hijo, Ramón. Cumplidas las venganzas iniciales con que se dio rienda suelta al fervor federal, comenzaron las glorificaciones de Rosas y los himnos apoteóticos por haberse salvado de la venganza de los conspiradores, vendidos al oro francés.
Hubo un periodo de pánico, de malestar, de duelo; para borrar el aspecto lúgubre de la ciudad y de los semblantes, se dio salida a la oleada de festejos y ditirambos y demostraciones en honor del gobernador; y las demostraciones repercutieron también en la campaña. La situación así creada afianzó más el absolutismo, doblegó toda resistencia en las provincias, estimuló a los adeptos del régimen a la venganza, al espionaje y al terror.
Rosas no extremó entonces el rigor punitivo; se contentó con fortalecer sus posiciones y prevenirse contra futuras amenazas del mismo género, para lo cual reajustó su máquina policial y su mecanismo represivo. Supo obrar con cautela, con frío cálculo, aun allí donde dejaba a los adversarios que no le eran desconocidos una cierta apariencia de seguridad.