Asumió Rosas el poder el 13 de abril de 1835 en una ceremonia imponente y en un espectáculo de gran teatralidad. Su carroza fue arrastrada por 25 miembros de la Sociedad Popular Restauradora, presididos por Salomón. No había engañado a nadie; aceptó la primera magistratura provincial y la suma del poder público con el voto casi unánime de la Sala de representantes y del pueblo convocado a un plebiscito: podía, por tanto, usar el poder sin limitaciones, a su plena voluntad, para dominar la llamada anarquía política y social, restaurar el orden y defender la religión católica.
Con el triunfo de la tendencia federal se inició la nueva y prolongada etapa de la Confederación que, tal como la desearon los federales netos, se afirmó en todo el país con sus características inconfundibles de personalismo y radicalismo. Entre los gobernadores-caudillos provinciales descolló Rosas, gobernador de Buenos Aires. Su influencia extendida a toda la esfera nacional presupuso el predominio de Buenos Aires sobre las otras provincias.
El asesinato de Quiroga, atribuido en los primeros momentos a intrigas de los unitarios, la conspiración con los opositores emigrados y el gobierno de Montevideo, en el litoral, y la intervención de López (o su ministro Cullen) en la confabulación, fueron factores que movieron a la Sala de Representantes a votar, el 7 de marzo de 1835, contrariando su criterio anterior, la elección de Rosas como gobernador, otorgándole facultades extraordinarias y la suma del poder público.
Antes de aceptar el amplísimo poder que se le otorgaba, con las únicas limitaciones de defender la causa federal y la religión católica, Rosas pidió se meditara sobre esa grave concesión y se compartiera la responsabilidad, e indicó el deseo de ser confirmado por la Sala en pleno y por el voto directo de los ciudadanos. Ambos pedidos fueron satisfechos: la Sala lo confirmó por 36 votos contra 4, y el plebiscito popular, efectuado los días 26, 27 y 28 de marzo, también le fue favorable por 9.312 votos contra 8.
La campaña no fue consultada, porque, según Rosas, allí la adhesión a su persona era total.
Juan Manuel de Rosas político argentino que en el año 1829 ―tras derrotar al general Juan Lavalle― fue gobernador de la provincia de Buenos Aires llegando a ser, entre 1835 y 1852, el principal caudillo de la Confederación Argentina. Su influencia sobre la historia argentina fue tal que el período marcado por su dominio de la política nacional es llamado a menudo época de Rosas. Era sobrino bisnieto del conde Domingo Ortiz de Rozas, gobernador colonial de Buenos Aires y de Chile.
Para el instinto de Rosas y para muchos otros; la muerte de Juan Facundo Quiroga había sido inspirada por los Reinafé, que habían tenido diversos motivos de divergencia con el caudillo riojano y que no olvidaban que había amparado a los fugitivos de Córdoba, el obispo Lazcano y el cabecilla del Castillo, entre otros
Rosas asumió el mando el 13 de abril y publicó una proclama en la cual encarecía la necesidad de ejercer un poder fuerte, sin límites ni formalidades, para perseguir a muerte «al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida y, sobre todo, al pérfido traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe». Uno de sus primeros actos consistió en castigar a los autores y cómplices del asesinato de Quiroga. Los presuntos culpables fueron remitidos a Buenos Aires, y Rosas interrumpió las relaciones con Córdoba mientras el gobernador Reinafé no cesase en sus funciones; esta actitud fue imitada por las demás provincias. Separado Reinafé, Rosas impuso a Manuel López como su sucesor.
En el proceso instruido, Manuel Vicente Maza declaró culpables a los Reinafé, y a otras personas, y condenó a todos ellos a la pena de muerte, sentencia firmada por Rosas como «juez delegado de las provincias confederadas».
Así, el 25 de octubre de 1837 fueron fusilados, en la plaza de Mayo, Santos Pérez, José Vicente y Guillermo Reinafé. Los cuerpos ensangrentados quedaron colgados bajo los arcos del Cabildo durante seis horas. También fueron ejecutadas simultáneamente otras cinco personas en el Retiro. Los hermanos Reinafé eran cuatro; pero, de los otros dos, uno murió encerrado en la cárcel y el otro no pudo llegar a ser apresado.
Indudablemente, en el año 1835, la mayoría acompañaba a Rosas; la gravedad de la situación, la naturaleza inusitada del plebiscito, el instante de tensión y de inminente guerra civil, más las amenazas dentro y fuera del país, impulsaron a la mayoría a resolver la situación apoyando al caudillo. Así surgió una fuerza centralizadora en las Provincias Unidas, ya no gracias al clásico partido unitario, sino por obra del partido federal, de su jefe máximo y de la Confederación, que se impusieron a los caudillos más autonomistas.
Luego de la muerte de Quiroga, Rosas ordenó que comparecieran ante un tribunal nacional, pero al no recibir respuesta alguna, puso a la provincia bajo sitio, apoyado por Estanislao López que quería despegarse de los acontecimientos de Barranca Yaco, interrumpiendo todas las comunicaciones y el comercio de Córdoba. Cuándo José Vicente Reinafé terminó su mandato, junto a dos de sus hermanos, fueron enjuiciados en Córdoba y se los declaró a todos inocentes de la muerte del caudillo riojano. No contento con el resultado del tribunal cordobés, Rosas invoca inmediatamente el Pacto Federal y ordena que los hermanos Reinafé, juntamente con los otros conspiradores, fueran llevados a Buenos Aires para ser juzgados. Luego de un vasto proceso judicial, se los declaró culpables y el 25 de octubre de 1837 José Vicente y Guillermo Reinafé, junto con Santos Pérez y otros diez, fueron colgados en la Plaza de la Victoria. Días antes, José Antonio Reynafé había muerto en la cárcel.