Para los organismos terrestres es esencial conservar el agua que forma parte de sus cuerpos. Por ello, la mayoría tiene cubiertas protectoras impermeables que evitan que el agua se evapore. Esto plantea un problema con el intercambio de gases. Los seres acuáticos intercambian los gases a través de todo su cuerpo, como las algas, o mediante branquias expuestas al medio, como los peces.
Los terrestres, en cambio, realizan el intercambio a través de orificios de la pared corporal:
La mayor parte de los animales se desplaza sobre el suelo, mediante apéndices articulados llamados patas o por movimientos de su cuerpo (lombrices,
serpientes...). En ambos casos es importante la existencia de un esqueleto. En las lombrices (anélidos), esta función la cumple el espacio interno del cuerpo, lleno de líquido, que sirve como soporte.
En los animales con patas, estas se han adaptado al tipo de locomoción; además, reflejan la dureza y el tipo de sustrato por el que se desplazan.
Otros animales son capaces de volar. Lo han conseguido los insectos, las aves y los murciélagos. También los pterosaurios, un grupo de reptiles hoy extintos, podían volar. Todos ellos emplean alas similares.
Las plantas y los hongos son sésiles; es decir, no se desplazan. Sin embargo, pueden colonizar áreas distantes, pues sus semillas y sus esporas sí se desplazan, por la acción del viento, de los animales, por el agua…
La extremidades de los animales terrestres están adaptadas a su tipo de locomoción.
El medio terrestre, en general, es más variable que el acuático. Al separarnos de los trópicos nos encontramos con la existencia de estaciones, de modo que cambian la temperatura y las precipitaciones. Por tanto, los seres vivos han desarrollado adaptaciones de distinto tipo a estas diferencias climáticas. Normalmente, los períodos desfavorables son debidos a la falta de agua o alimento, o a temperaturas demasiado bajas.
Adaptaciones de las plantas
Adaptaciones de los animales
Los seres vivos se adaptan a los cambios del medio: