El Triunvirato de Buenos Aires designó al general Manuel Belgrano como nuevo jefe del Ejército del Norte, quien comenzó la Segunda Campaña al Alto Perú siendo una de sus primeras medidas el repliegue de las tropas y de toda la población desde Jujuy hasta Tucumán en el denominado Éxodo Jujeño.
Para tal empresa, encomendó a su segundo, el mayor general Eustoquio Díaz Vélez hacerse cargo de la retaguardia del éxodo, el cual para cumplir con este objetivo creó un regimiento de granaderos de caballería, compuesto por gauchos jujeños voluntarios, pero también puneños y tarijeños y lo llamó "Los Patriotas Decididos".
Muchos de estos gauchos colaboraron proveyendo al regimiento de Díaz Vélez de caballos, armas y enseres. Las fuerzas españolas, a las órdenes del brigadier general Pío Tristán acosaban a las columnas posteriores del éxodo. Si bien los patriotas fueron superados en la batalla de Cobos, el 26 de agosto de 1812, las tropas de Díaz Vélez y sus gauchos vencieron a los realistas en la batalla de Las Piedras, el 3 de septiembre de 1812.
El éxito conseguido fue una de las causas que motivó a Belgrano a hacerse fuerte en Tucumán, en franca desobediencia al Superior Gobierno, y presentar pelea. La batalla de Tucumán, librada el 24 de septiembre de 1812, fue el mayor triunfo de las armas de los revolucionarios rioplatenses, de inesperadas consecuencias, que abrió el camino para avanzar sobre el Alto Perú. Luego de los triunfos de Tucuman y Salta Belgrano avanzo en el Alto Perú en donde tuvo las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.
Al conocerse en Buenos Aires la derrota patriota a consecuencia de la Batalla de Ayohuma, el 14 de noviembre de 1813, se nombró como responsable del Ejercito del Norte con la misión de restructurarlo
El Éxodo Jujeño fue la retirada hacia Tucumán que, cumpliendo parcialmente la orden de evacuación hasta Córdoba impartida por el Primer Triunvirato de las Provincias Unidas del Río de la Plata, emprendió —el 23 de agosto de 1812— el Ejército del Norte, comandado por el general Manuel Belgrano, y la población de San Salvador de Jujuy —que abandonó completamente la ciudad y sus campos— como respuesta estratégica ante el avance del Ejército Realista proveniente desde el Alto Perú y cuya retaguardia fue protegida por el mayor general Eustoquio Díaz Vélez, resistiendo el acoso enemigo.23 El rigor de la medida debió respaldarse con la amenaza de fusilar a quienes no cumplieran la orden.