"San Martín es una personalidad sobre la cual es necesario que Vd. tenga todos
los datos que estoy en condiciones de hacerle conocer, aunque no sean muy prolijos
ni nada parecido a una biografía regular. Sin embargo, trataré de esbozar algunos
de sus rasgos más salientes. Es nativo de la región del Virreinato de Buenos
Aires colonizada en forma tan original por los jesuitas y que se llama el territorio
de Misiones. San Martín vio la luz en un pueblo denominado Yapeyú. Tiene, según
creo, 39 años; es hombre bien proporcionado, ni muy robusto ni tampoco delgado,
más bien enjuto; su estatura es de casi seis pies, cutis muy amarillento, pelo
negro y recio, ojos también negros, vivos, inquietos y penetrantes, nariz aquilina;
el mentón y la boca, cuando sonríe, adquieren una expresión singularmente simpática.
tiene maneras distinguidas y cultas y la réplica tan viva como el pensamiento.
Es valiente, desprendido en cuestiones de dinero, sobrio en el comer y beber;
quizás esto último lo considere necesario para conservar su salud, especialmente
la sobriedad en el beber. Es sencillo y enemigo de la ostentación en el vestir,
decididamente retraído y no le tienta la pompa ni el fausto. Aunque un tanto
receloso y suspicaz, creo que esta personalidad sobrepasa las circunstancias
de tiempo en que le ha tocado actuar y las personalidades con quienes colabora.
Habla francés y español y fue ayudante del Marqués de la Solana en la guerra
peninsular. Tiene predilección por el arma de caballería, en la que se distinguió
por primera vez en la batalla de San Lorenzo. Confía mucho, según creo, en sus
cualidades de estratega militar y en su sagacidad y fineza en materia de partidos
y de política; sin embargo parece haber encontrado en sus cualidades militares
los mejores y más eficaces medios para seguir adelante. Me temo que si lo hacen
Director, en Buenos Aires no tardará en descubrir algún complot y si ocupa el
sillón de gobernante aunque sea por un año, su salud, lo mismo que su fama,
sufrirán mucho, si no resultan destruidas para siempre. Cuando se reconcentra
demasiado en asuntos políticos y diplomáticos, suele sufrir hemorragia de los
pulmones y es de natural predispuesto a la melancolía, con alguna sombra de
superstición. Sin embargo, en materia de religión es liberal y ha sido el primero
en ocuparse de que sean tolerados los matrimonios de extranjeros no católicos
con señoritas sudamericanas pertenecientes a esa religión, sin que se obligue
a cambiar de credo a los maridos. Es verdad que en un gran Te Deum le he visto
conducirse con una especie de estudiada formalidad y no pude menos de recordar
en determinado momento a Oliverio Cromwell, porque San Martín debe darse cuenta
de que muchas de esas costumbres y ceremonias religiosas son contrarias a la
nueva situación creada, si es que en realidad se trata de liberarse del Rey
de España y del Papa de Roma. Mi primera entrevista con él tuvo lugar después
del desastre de Talca (Cancha Rayada). Me pareció que lo había conmovido mucho,
pero lo soportaba como un hombre. Yo había recibido la adjunta carta original
que me escribió desde San Fernando y que instruirá a Vd. sobre su cortesía de
maneras, etc. En cuanto a las cartas a que se refiere y que me fueron dadas
por personas muy distinguidas de Buenos Aires, debo decir que la esposa del general fue tan amable que me dio una carta de presentación muy gentil para
él. Cuando llegué a Buenos Aires, no tenía más que una carta conmigo y era del
Departamento de Estado para Mister Halsey. Cuando partí de esa ciudad para Chile,
llevaba todo un baúl de ellas. "En mi primera visita, me sentí muy bien impresionado
por el general y antes de pedir permiso para retirarle, le dije:
"- Señor, quisiera manifestar a Vd. algo por lo cual le pide
previamente disculpas. Parece que en diversas oportunidades Vd. ha creído
que los norteamericanos venidos a Sudamérica con el general Carrera,
le son a Vd. hostiles, y ha obrado de acuerdo a esa convicción.
Yo estoy seguro de que, tratados ellos de otra manera, hubieran sido sus
amigos; la misma adhesión al general Carrera, demostraría
la firmeza de sus principios, y puesto que venían a servir a la
causa de América y no a Carrera, habrían sido tan fieles
a Vd. como lo han sido a él, de haber sido tratados, no como partidarios
de Carrera, sino como voluntarios de la causa americana. "
Este era un asunto muy delicado pero yo iba dispuesto a terminar con
él.
"San Martín me respondió un tanto alterado: - ¿Sabe
Vd. que había dos partidos en Chile? "
- Sí, le contesté, y por lo mismo creo que la mejor política
consistiría en fortalecer su partido de Vd. con elementos del bando
opuesto, en vez de irritarlos o anularlos.
"El general respondió con afabilidad: - Bien, ya pensaremos
todo eso.
"Lo cierto es que, después, ha dispensado atenciones y favores
a algunos de esos jóvenes que en un principio le habían sido
sospechosos.
"Poco antes de iniciarse la batalla de Maipú, lo visité en su tienda. Estaba
muy ocupado, pero le presenté dos oficiales que me acompañaban, uno suizo y
otro norteamericano. Recordando que en Talca (Cancha
Rayada) le habían tomado de sorpresa, me aventuré a decirle:
- Parece, General, que Osorio avanza con mucha precaución.
"Por el énfasis con que contestó, comprendí que
había comprendido mi intención.
"- Nous le verrons...(Veremos ...). Fue toda su respuesta y no en tono
de duda, antes bien como si tuviera puestos los ojos sobre el enemigo.
Me acompañó hasta fuera de la tienda y me agradeció
-dijo- el honor de mi visita. Al estrechar su mano y en momentos en que
el choque de los ejércitos parecía inminente, le dije:
"- De esta batalla, Señor General, depende, no solamente la
libertad de Chile, sino acaso de toda la América Española.
No sólo Buenos Aires, Chile y Perú tienen los ojos puestos
en Vd. sino todo el mundo civilizado.
"Dije esto sin presunción y con cierta tímida solemnidad
como lo sentía, y como lo sintió él, por la forma
en que escuchó mis palabras, y luego se inclinó y se volvió
a su tienda.
"Vi a San Martín después de la batalla de Maipú,
porque estuve por la noche a congratular al Director. San Martín
estaba sentado a su derecha. Me pareció despreocupado y tranquilo.
Vestía un sencillo levitón azul. Al felicitarlo muy particularmente
por el reciente suceso, sonriendo con modestia, me contestó: "-
Es la suerte de la guerra, nada más. "Acompaño a Vd. la proclama
que dio después de la derrota de Cancha Rayada; me parece que es
una muestra de sinceridad, no diferente al reconocimiento que hizo Napoleón
de su desastre en la Campaña de Rusia. Le he visto en otras ocasiones
-como lo tengo escrito- después de su vuelta de Buenos Aires (a
través de los Andes). Estuve con él en casa del Director
y demostró particular alegría en saludarme. Como yo sabía
que estaba afectado de una hemorragia de los pulmones o del estómago,
le expuse mi satisfacción, por cuanto había llegado bien.
"- Sí señor, gracias a dios, me contestó. "Según
mis noticias, su salud mejora siempre en el clima despejado y seco de Chile.
"Concurrí también a la colocación de la piedra
fundamental de una iglesia o capilla en los llanos de Maipú. El
acto tuvo gran solemnidad. Formaron las tropas con cañones y músicas;
asistieron el obispo y el clero; el Director, el general San Martín
y casi todos los habitantes de la capital. Yo llegué al campo mientras
el Director, el general San Martín y oficiales estaban en un almuerzo
campestre, dentro de un edificio arreglado al efecto. Entré poco
después y los encontré comiendo, sin platos, y casi todos
con una pierna de pavo en una mano y con un trozo de pan en la otra. Enseguida
me invitaron a participar de la comida. San Martín, levantándose,
me ofreció un trozo de pan y otro de pavo, que tenía ante
él. Brindé con el Director, bebiendo hasta la última
gota de un vaso de vino Carlón, a la usanza soldadesca. Estaban
los oficiales vestidos de gala, con insignias y medallas.
"Con lo que dejo escrito estará Vd. en condiciones de formar
una opinión sobre el Héroe de los Andes, a quien considero
el hombre más grande de los que he visto en la América del
Sur; creo que, de haber nacido entre nosotros, se hubiera distinguido entre
los republicanos; creo también que, si se dirige al Perú,
habrá de emanciparlo y que será el Jefe de la Gran Confederación."
W. G. D. Worthington |