Las referencias aparecen a partir de 1819. Bartolomé Mitre, un gran biógrafo de Belgrano, resalta la disminución psicofísica del prócer, y opinó que sus enfermedades "son del cuerpo y del espíritu". La primera referencia a su enfermedad, que al año siguiente acabará con su vida, está consignada en una carta que desde la Posta de la Candelaria, escribió el 7 de Abril de 1819, a su sobrino político el Coronel don Ignacio Álvarez Thomas, en la que le manifestaba: "Nuestro Cruz viene bastante enfermo, agradece las atenciones de Usted. Yo las del compañero Viamonte, a quien leerá todo esto y le dirá que siento su mal del pulmón, que lo atienda con tiempo"; y agrega; también "me resiento algo de él y del pecho, y además del muslo y pierna derechos que me tienen que ayudar a desmontar".
Esta es la primera referencia a su mal al pecho y el pulmón que ratificará un año después en la nota que dirigió al Gobernador de Buenos Aires, don Manuel de Sarratea, del 13 de Abril de 1820, en la cual especifica que "su enfermedad comenzó el 23 de Abril de 1819".
En mayo de 1819 se instaló en Cruz Alta, localidad situada en la provincia de Córdoba y allí se instaló en un mísero rancho de adobe. Al acercarse la primavera el ejército se trasladó a La Capilla del Pilar, sobre el Río Segundo. Pocos días después el Gobernador de Córdoba recibió una carta de los jefes de los cuerpos, quienes le anunciaban la gravedad de las dolencias de Belgrano. Hasta allí llegó acompañado por el facultativo Dr. Francisco de Paula Rivero, quien comprobó los síntomas de una hidropesía avanzada. "Le insté, le supliqué porque fuésemos a la ciudad y me contestó: la conservación del ejército pende de mi presencia; sé que estoy en peligro de muerte, pero aquí hay una capilla donde se entierran los soldados y también se puede enterrar a un General".
El gobernador, Dr. Manuel Antonio de Castro refiere que mientras permaneció en la Capilla del Pilar, comprobó que Belgrano sufrió privaciones, necesidades, clamores de soldado, miserias increíbles, "Yo sabía la situación de su ánimo, porque como jefe de la Provincia participaba de sus aflicciones, pero jamás vi turbada su serenidad ni alterada su firmeza; clamaba que con urgencia le enviaran ganado, no tenía con que alimentar a la tropa y hasta faltó el alimento para los jefes; el prócer comía carne cuando la podía brindar a sus subordinados. Cuando el gobierno le instaba a tomar la hacienda en disponibilidad en los campos, siempre se resistió a la propuesta y si alguna vez hizo uso de la oportunidad, y la caja del ejército estaba exhausta, pagó el ganado con dinero de su bolsillo".
La enfermedad lo venció y sus males se agravaron y el 11 de septiembre entregó el mando al general Francisco Fernández de la Cruz y partió hacia Tucumán, con la esperanza de mejorar su estado de salud. Al pasar por los suburbios de Córdoba recibió una emotiva demostración 25 hombres de su escolta, espontáneamente descendieron de su cabalgadura, se descubrieron ante él y sollozando le dijeron: "Adiós mi general; Dios nos lo devuelva con la salud y lo veamos pronto". Belgrano se conmovió profundamente y al llegar a la posta le escribió al Dr. Castro que había tenido un día de abatimiento. Esta fue la última ovación que el vencedor de Tucumán y Salta recibió en vida.
Cuando el 1° de Octubre pasó por Santiago del Estero, Belgrano le escribió al Gobierno, comunicándole: "Mi enfermedad se agrava manifestándose en la fatiga que me aqueja y en la hinchazón de las piernas y los pies". El Gobierno al recibir la comunicación, emitió un decreto concediendo al General amplias facultades para proveer a su asistencia. El creador de la Bandera falleció el 20 de junio de 1820.
Abatimiento anímico
Según los historiadores no existen antecedentes patológicos en la infancia y la adolescencia de Belgrano. Su patología comenzó en 1794 cuando retorno al país y asumió secretario del Consulado. El día de inauguración de las sesiones, el 2 de junio de 1794 sufrió una gran desilusión que el prócer relató así: "No puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nombrados por el Rey para la Junta, quienes lejos de cumplir con la misión encomendada, de propender a la felicidad de las provincias del virreinato de Buenos Aires, eran todos comerciantes españoles, exceptuando uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolista a saber comprar por cuatro para vender por ocho". Ante este panorama, Belgrano se desmoralizaba y su ánimo se abatió. Sus padecimientos fueron de índole espiritual y orgánica. La salud delicada de Belgrano, según Bartolomé Mitre, no le permitía contraerse intensamente a los deberes de su empleo. Los episodios de abatimiento anímico se repitieron infinidad de veces.
Las infecciones
Durante su estada en Europa, Manuel Belgrano contrajo una enfermedad infecciosa que lo tuvo a maltraer por el resto de su vida. El cuadro infeccioso recrudeció mientras era Secretario del Consulado desde 1794 hasta septiembre de 1810, por lo que se vio obligado a pedir licencia en varias ocasiones; esto abatía moralmente a Belgrano, pues su deseo era dedicarse de lleno y sin descanso a su empleo. Cuando inició la expedición al Paraguay, en setiembre de 1810, aún estaba enfermo. La Junta dio crédito a un informe equivocado creyendo se trataba de una empresa fácil. Por el contrario fue una expedición riesgosa y sumamente penosa. Belgrano confiesa: "Admití ser el General en Jefe a pesar de estar convaleciente para que no se creyese, repugnaba los riesgos y además deseaba hallarme en un servicio activo".
Reumatismo
Algunos historiadores plantean la posibilidad de que el general padeció una afección reumática. Está bien fundada la sospecha pues la cardiopatía que lo llevó a la muerte, según la opinión del anátomo patólogo profesor Dr. Laureano García Dadoni pudo haberse tratado de una valvulopatía de insuficiencia aórtica, o combinada, de origen reumático.
Afección ocular
En 1800 Belgrano padeció una afección ocular, más precisamente, un principio de fístula en ambos conductos lagrimales. Según manifiesta Belgrano en una carta a su amigo Manuel Salas; "He estado bastante enfermo de mis ojos y aún actualmente no noto mejoría mayor. Este, junto a otras atenciones benéficas de mi país me han hecho posponer mi viaje a Europa, aún prometiéndome ventajas, y me hallo aquí engolfado, sin tener tiempo muchas veces para curarme". Enterado el Rey le invitó que pasase a España a curarse. Le concedía licencia por un año con goce de sueldo. Belgrano rechazó el ofrecimiento, firme en su convicción de anteponer su patria a su persona y enfermedades.
En el Ejército del Norte
En vísperas de la batalla de Salta y al amanecer del día 20 de febrero de 1813, fecha de la memorable acción, tuvo vómitos de sangre. En determinado momento pareció que tenía que dirigir la batalla desde un carruaje, la carretilla, que se conserva en el Museo Histórico de Luján, pero se recuperó y pudo montar a caballo, circunstancia que le permitió movilizarse rápidamente y recorrer todo el frente de batalla. El general Paz ratifica el episodio, que Belgrano mandó preparar una carretilla que no utilizó al cesar la hemorragia. Los historiadores suponen casi con certeza que provienen del aparato digestivo, porque tienen una iniciación y una terminación bruscas, en oposición a la hemoptisis, sangre proveniente del aparato respiratorio, en que la duración es más prolongada, además se acompaña de golpes de tos.
Dispepsia
El General Belgrano sufrió padecimientos gástricos, se indigestaba con facilidad es decir tenía una dispepsia, que significaba digestión difícil. Este problema se acentuó en la noche de la retirada de Vilcapugio: Tanto la tropa como el jefe no descansaban ni comían desde hacía 24 horas; el único alimento que pudieron proporcionarle fue carne de llama que es muy nauseabunda y le provocó un gran malestar. Bernardo González Arrilli ratifica el episodio y agrega que ese alimento le provocaba dolor de estómago. En Tucumán pedirá que le cocinen la poca verdura que su estómago acepta. En Córdoba se indigestó con caldo de perdiz.
Paludismo
Después de la batalla de Salta, el gobierno exigió a Belgrano que persiguiera a los realistas y realizara un avance rápido hacia Potosí. El 3 de mayo, el héroe envió una comunicación al gobierno en la que manifestaba: "Estoy atacado de paludismo - fiebre terciana, que me arruinó a términos de serme penoso aún el hablar; felizmente lo he desterrado y hoy es el primer día, después de los doce que han corrido que me hallo capaz de algún trabajo".
Belgrano, enfermo, realizó la campaña por el Altiplano, libró las batallas de Vilcapugio y Ayohúma. Regresó a Jujuy, Salta y Tucumán en iguales condiciones de salud. En la última localidad transmitió el mando del ejército al Libertador San Martín y según su confesión: "seguía afectado por la terrible terciana y se vio obligado a pedir licencia para atender a su quebrantada salud". El gobierno no le concedió la licencia, pues debía responder a un consejo de guerra por las derrotas de Vilcapugio y Ayohúma. Para cumplir con la orden hizo un penoso viaje; se sabe que el 8 ó 9 de Junio de 1814, en muy mal estado de salud pasó por Rosario. El 12 ya se hallaba en Luján, donde permaneció arrestado algunos días. Su enfermedad se agravaba circunstancia que le obligó a pedir permiso a las autoridades para permanecer en la quinta de un pariente en San Isidro. Su espíritu no se abatió y comenzó a escribir sus memorias. Tenía 44 años. En todo el periplo por el altiplano y el viaje a Buenos Aires le acompañó su gran amigo y abnegado médico, el Dr. Joseph Readhead.
El día 20 de Junio de 1820 moría el general don Manuel Belgrano, después de catorce meses de una larga agonía. Después de las humillaciones sufridas a consecuencia del motín de Tucumán. Belgrano cayó presa de una profunda melancolía. Reducido a una extrema pobreza, sólo era visitado por dos o tres amigos, no más, quienes generosamente le adelantaron algunos fondos, para paliar sus necesidades. El prócer dijo: "Yo quería a Tucumán como a la tierra de mi nacimiento, pero han sido aquí tan ingratos conmigo, que he determinado irme a morir a Buenos Aires; pues mi enfermedad se agrava cada día más". Pero su acuciante economía le impedía costearse el viaje de regreso, por lo que tuvo que recurrir a don José Celedonio Balbín, que era uno de los dos amigos que lo visitaban en su desgracia: "Ya no podré ir a morir a Buenos Aires; no tengo recurso alguno para moverme. ¡He escrito al Gobernador pidiéndole algún dinero y caballos para mi carruaje, y me ha negado todo!" Balbín puso inmediatamente a su disposición la cantidad de 2000 pesos plata, que él aceptó agradecido, con cargo de devolución.
En los primeros días de febrero, el General se puso en marcha con destino a Buenos Aires. Lo acompañaban su médico de cabecera el doctor Joseph Redhead, su capellán el padre Villegas y sus fieles ayudantes de campo, don Gerónimo Helguera y don Emilio Salvigni. Sus piernas estaban tan hinchadas y su estado de postración era tal, que cuando llegaban a alguna posta, sus ayudantes lo cargaban en hombros para bajarlo del carruaje y conducirlo a la cama. Belgrano llegó a Buenos Aires en el mes de marzo. Desde entonces pasó sus días sentado en un sillón, y la noche en vigilia, incorporado en su cama, porque no podía acostarse del todo. Sus hermanos y los pocos amigos que le habían quedado, lo rodeaban a todas horas del día y de la noche. El gobernador de Buenos Aires, Ramos Mejía, sabedor del estado de indigencia en que se encontraba, le envió un día 300 pesos, con destino a los gastos de su curación.
El 25 de mayo, 25 días antes de morir, había dictado su testamento, "encomendando su alma a Dios, que la formó de la nada, y su cuerpo a la tierra de que fue formado", según sus propias palabras. El día antes de morir, pidió a su hermana Juana que lo asistía con el amor de una madre, que le alcanzase su reloj de oro que tenía colgado a la cabecera de la cama. "Es todo cuanto tengo que dar a este hombre bueno y generoso", dijo dirigiéndose a su médico Redhead.
Sopanda del General Belgrano.
Belgrano lo usó durante la batalla de Salta, en 1813, porque no estaba bien de salud. Es el más antiguo conservado en el país y se encuentra en el museo Enrique Udaondo en Luján (Archivo General de la Nación)
El reloj de oro de Belgrano
Belgrano utilizó su reloj de oro para recompensar a su médico personal, Redhead, por los servicios que éste le había prestado durante su cruel enfermedad (padecía de hidropesía). Poco antes de fallecer le dijo a su hermana Juana que le entregase el reloj a aquél.
El reloj se trataba de un reloj de bolsillo con cadena, de oro y esmalte, que el rey Jorge III de Inglaterra había obsequiado a Belgrano durante su estadía diplomática de 1815 .
Casa del General Belgrano
Belgrano sufría de hidropesía, de problemas cardíacos y de riñones, en febrero de 1820 se puso en marcha hacia Buenos Aires, acompañado de su médico y de un par de ayudantes. Llegó a Buenos Aires en marzo de 1820 y se estableció en la casa paterna, donde había nacido.
En los últimos días estuvo rodeado por sus hermanos y por su médico, a quien le obsequió el único bien que le quedaba: un reloj de bolsillo de oro y esmalte, con cadena de cuatro eslabones con pasador, con el monograma Belgrano grabado. Había sido un obsequio del rey Jorge III de Inglaterra.
La muerte de Belgrano
Manuel Belgrano se vio abandonado de todos el general Belgrano, nadie lo visitaba, todos se retraían a hacerlo”, se lamentaba José Celedonio Balbín, tal vez uno de los pocos amigos que le quedaban, de los pocos que no le dieron la espalda en esa larga agonía de indiferencia y enfermedad
Murió a las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820 en una Buenos Aires anárquica y asolada por la guerra civil que llegó a tener ese día tres gobernadores distintos: Ildefonso Ramos Mejía, Estanislao Soler y el Cabildo. Solo los que cinco días después leyeron el Despertador Teofilantrópico Místico Político del Padre Francisco de Paula Castañeda, se enteraron de su muerte. Tan desaparecibida pasó que el gobierno, cuando consideró que el ambiente político estaba un poco más tranquilo, ofició el 29 de julio de 1821 los funerales que habría merecido entonces.
Firma de Manuel Belgrano
Acta de defunción de Belgrano