En la Real Cédula que creaba el Consulado de Buenos Aires, el artículo XXX, dice que el secretario "escribirá cada año una memoria sobre alguno de los objetos propios del instituto del Consulado, con cuya lectura se abrirán anualmente las sesiones". Es preciso entender el propósito del artículo relacionado con la política de la Corona española respecto a los consulados modernos creados por Carlos III y su hijo Carlos IV, y dentro de los objetivos del despotismo ilustrado. Las reformas borbónicas, cuya finalidad era consolidar los lazos de dependencia colonial; son contradictorias en cuanto a lo económico: por un lado apoyan a las nacientes burguesías vinculadas a las manufacturas mientras que en los últimos años prerrevolucionarios, predominan los fines fiscales, necesarios para el mantenimiento de aquellas viejas clases ociosas.
Con el propósito de modernizar la explotación de América, los consulados emergen como instituciones que encierran las tensiones entre la Corona y las burguesías mercantiles, con el fin de conservar el control político de los vínculos materiales y, en definitiva, comerciales entre la metrópoli y las colonias. Ese control discurría, en la concepción ilustrada, sobre dos aspectos: la concesión de un fuero mercantil especial, contenido en la creación del Tribunal consular, y la difusión de la ideología económica, funcional a los cambios necesarios en el sistema colonial, por medio de diversas acciones de planificación, promoción, difusión doctrinaria, educación y premio. Las Memorias anuales fueron un instrumento de difusión de las nuevas ideas económicas pero orientadas al desarrollo colonial. Por eso era importante que el secretario, encargado de su redacción y lectura, fuese alguien instruido en las nuevas ideas económicas y que ofreciera a su vez probadas muestras de compromiso con el orden vigente.
Belgrano leyó, cada mes de junio al iniciarse los períodos de sesiones, una memoria sobre algún tema de interés económico cumpliendo con la disposición real, a partir de 1794 y hasta 1809. Esas reuniones fueron adquiriendo importancia institucional y social en Buenos Aires. Una real orden del 31 de marzo de 1797 dispone que a la lectura "se convide al virrey y demás tribunales y cuerpos de esa capital para que concurran a la Junta de Gobierno, y que se publique por carteles para que asistan los sujetos que quieran, sentándose éstos indistintamente en los lugares que encuentren, y finalmente que cualquiera de los concurrentes pueda manifestar por medio de una memoria algún objeto que conceptúe útil a cualquiera de dichos ramos, para que Vuestra Señoría lo tenga presente en sus operaciones". La orden responde a una solicitud de Belgrano, que la había pedido especialmente para imitar lo que acontecía en las Sociedades Económicas de Amigos del País, que en España había impulsado Jovellanos. Manuel Belgrano convirtió la lectura de la Memoria anual en una verdadera cátedra de economía política, en la que se exponía lo mejor de las novedades en la materia, adaptándolo a la situación local.