Producida la divergencia franca entre liberales y absolutistas, que tales eran los cismáticos, por un lado, y los apostólicos, por otro, para Rosas los disidentes fueron motivo de mayor encono aún que los unitarios.
Había hallado eco entre la juventud porteña la prédica en torno a las palabras constitución, libertad, instituciones; para contrarrestar esa corriente fomentada por los dorreguistas, Nicolás Anchorena presentó a la Sala de representantes un proyecto para que la comisión de negocios constitucionales presentase a la Sala un proyecto de constitución de la provincia bajo la forma federal; una vez sancionada la constitución, se votaría una amnistía por delitos políticos. La propuesta de Anchorena tenía objetivos oportunistas, según explicó García Zúñiga a Rosas en carta del 6 de junio: "Si estuviese usted en Buenos Aires y pudiera oír sobre la materia a hombres sensatos y que le merecen el mejor concepto por su juicio no trepidaría en aprobar dicha moción en todas sus partes".
Tomás Iriarte puso a discusión en la Sala el examen de todos los decretos expedidos en uso de facultades extraordinarias, pues desde "que no tienen la sanción del cuerpo legislativo todos son reprobables por su origen".
Los rosistas, autorizados por Rosas, pero puestos en movimiento por su mujer, recurren a todos los medios: la prensa sin freno, la Sala de representantes, el pasquín, la chismografía, la correspondencia epistolar, la conversación de todo momento. Una carta de Encarnación Ezcurra de Rosas pinta así la situación en Buenos Aires.
"La política está dada al diablo, esta ciudad está hecha un laberinto, sólo gobierna don Enrique Martínez con facultades extraordinarias, se llama a los hombres para reconvenirlos por cualquiera conversación que hayan tenido en contra de don Enrique; si nos hablan con el mayor descaro lo mejor que dicen es que sois un ladrón, doña Trinidad Balcarce está como una excomulgada y como es loca se anda metiendo hasta en casas que nunca ha visitado, sólo a desacreditarme; lo mejor que dice es que siempre he vivido en la prostitución co,rno todas mis hermanas, en fin esto no es más que un laberinto donde no se puede vivir, pues estaba mejor sin comparación después del motín que ahora"
Encarnación Ezcurra fue la más fiel seguidora política de su marido, ayudándolo en las circunstancias más difíciles. Su rol como impulsora de la Revolución de los Restauradores e impulsora de la Sociedad Popular Restauradora —mientras su marido se encontraba sobrellevando la Campaña al Desierto— le aseguró a su esposo los 17 años de control después de 1835, ya que la mencionada revolución derrocó a Juan Ramón González Balcarce. Poco después, se creó la Mazorca, brazo armado de la Sociedad, y ésta presionó a todos los gobiernos interinos, asegurándole a Rosas el deseo público de que se hiciera efectivo su retorno al gobierno y provocó que la Junta de Representantes, la encargada de designar gobernadores, viera a su esposo como la única opción para restablecer el orden social en la provincia.
El 14 de setiembre, informa Encarnación Ezcurra a su esposo:
"Estamos en campaña para las elecciones, no me parece que las hemos de perder, pues en caso que por debilidad de los nuestros en algunas parroquias se empiece a perder, se armará bochinche y se los llevará el diablo a los cismáticos. . . Las masas están cada día más bien dispuestas, y lo estarían mejor si tu círculo no fuera tan cagado, pues hay quien tiene más miedo que vergüenza, pero yo les hago frente a todos y lo mismo me peleo con los cismáticos que con los apostólicos débiles, pues los que me gustan son los de hacha y chuza".
Tal es la manera de ver y de intervenir en la cosa pública de la verdadera autora y responsable de la revolución de los restauradores.
La correspondencia de Rosas desde el campamento sobre el Colorado, ilustra acerca de la manera como seguía los acontecimientos y los inspiraba desde lejos. Decía a Juan Manuel Terrero el 12 de setiembre:
"Dime cómo se conduce el Dr. Paso y demás unitarios de su categoría. Al fraile canónigo Vidal es preciso perseguirlo: es un facineroso. El tiene la principal parte en las desgracias presentes".
Para poner coto a los desafueros y violencias de la prensa, el fiscal Pedro J. Agrelo acusó el 2 de octubre a los periódicos El restaurador de las leyes, El defensor de los derechos del pueblo, El Relámpago y el Dime con quién andas.
El 11 de octubre a las diez de la mañana se reunió el jurado para decidir si había lugar o no a la acusación del fiscal contra El restaurador de las leyes. Grandes carteles en letra roja anunciaban que iba a ser juzgado el Restaurador de las Leyes.
Los adictos de Encarnación Ezcurra se dirigieron a la plaza próxima y frente a la casa de justicia. Entre ellos fueron identificados José María Benavente, Manuel Alarcón y Castillo, Bernardino Cabrera, Ciriaco Cuitiño, Pedro Chanteiro, Pablo Castro Chavarría, Carmelo Piedrabuena, José María , Francisco Wright y Nicolás Parra.
Por falta de uno de sus miembros, el jurado no pudo reunirse y los rosistas se dirigieron a Barracas dando vivas al Restaurador de las Leyes; eran unos cien e iban capitaneados por José M. Benavente, B. Cabrera, Bernardino Parra y el comandante Montes de Oca. Después de muchas vacilaciones, se encomienda a Agustín de Pinedo a las 11 de la noche que vigile a los colorados que se reúnen en las afueras de la ciudad.
Al día siguiente Pinedo aparece al frente de los grupos que debía disolver. La Sala de representantes comunicó al gobernador Balcarce que no debía emplearse la fuerza contra los ciudadanos en armas hasta que una comisión de la Sala intentase persuadirlos a deponer su actitud.
Los grupos revolucionarios pusieron sitio a la ciudad; la comisión nombrada para entrevistarse con ellos estaba subrepticiamente en su favor. Pineda entró en negociaciones con Balcarce por medio de Eustoquio Díaz Vélez y Gervasio Rosas y parece que éstos lo persuadieron a renunciar al cargo; se produjo un armisticio por cuatro días; abandonaron el 30 de octubre el gobierno Enrique Martínez y José Francisco Ugarteche, pero Balcarce quiso afirmarse en su puesto desesperadamente.
Las tropas de la provincia se desgranaron y pasaron al bando de los restauradores; así lo hicieron el general Izquierdo y Cortinas con las fuerzas de su mando engrosando las filas de Pinedo. Se unieron a la rebelión Rolón y los coroneles Rabelo y Quesada.
Rosas aprobó el movimiento armado de resistencia y anunció que se uniría a él si los amotinados de diciembre eran armados contra el pueblo.
Las fuerzas antigubernamentales fueron avanzando hacia la ciudad, y llegaron al mercado del Oeste; la Sala de representantes deliberó y por último resolvió exonerar del cargo de gobernador y capitán general de la provincia de Buenos Aires al brigadier general Juan Ramón Balcarce el 3 de noviembre.