Aparte de la rebeldía latente de las provincias contra la hegemonía de Buenos Aires, que monopolizaba los beneficios de la aduana única y del comercio exterior, había descontento entre los mismos federales de la línea de Dorrego que querían la federación, pero había también federales que lo encarnaban todo en Rosas, para quienes la federación era Rosas, es decir el polo opuesto.
En ese clima tirante, brotaban los recelos, la desconfianza, la sospecha; Rosas acusaba a la facción federal doctrinaria de cualquier interrupción o demora que sufriesen los abastecimientos para su división expedicionaria; y por otra parte se temía la consecuencia de poner las mejores tropas de la provincia en manos de un hábil y ambicioso político que no dejaría de valerse de ese privilegio.
Las provincias reiniciaron en el período del gobierno de Balcarce sus exigencias en favor de la soberanía provincial y de la organización nacional. Se planteó también el problema de las atribuciones de Buenos Aires para entender en causas judiciales que tenían interés nacional, como el caso del agente de Fructuoso Rivera, Lecoq, detenido en Entre Ríos, y el de Toribio Salvadores, apresado en Tucumán y que había escrito a los emigrados argentinos en Bolivia con desprestigio para los gobiernos federales, por cuyo delito el gobierno tucumano lo remitió a Buenos Aires para que se le juzgase. El fiscal de Estado, Pedro José Agrelo, dictaminó en contra de esa irregularidad, arguyendo contra el procedimiento. ¿Por qué leyes debían ser juzgados los delincuentes, por los de la provincia donde delinquieron o por las de Buenos Aires donde no cometieron ningún delito?
Contra esas tesis de Agrelo se habría de levantar Rosas, que además de la representación de las provincias para entender en las relaciones exteriores, reclamó la facultad para juzgar a los reos políticos de las provincias.
Aprovechando el hecho de haber sido rechazado en Bolivia el representante argentino Pedro Feliciano Cavia como encargado de negocios, Estanislao López escribió el 7 de junio a Balcarce para señalar que la causa del rechazo del comisionado era el estado de inconstitución en que se halla la patria de los argentinos después de 24 años de multiplicados y costosos sacrificios, y le exhortaba a aprovechar las ventajas de su posición para satisfacer los votos de los pueblos en favor de la organización nacional. El gobernador de Entre Ríos, Pascual Echagüe, escribió al mismo destinatario el 12 de junio acerca de la necesidad de que se constituyese la República, pues en su estado de aislamiento está expuesta al desprecio de las otras naciones.
Balcarce respondió a López y a Echagüe mostrándose conforme con ellos en el sentido de organizar constitucionalmente el país; "Nada ha omitido ni omite el gobierno de Buenos Aires para que cuanto antes la República Argentina pueda dar principio a su organización general en tiempo y oportunidad". . . El camino consiste en que las provincias todas se constituyan en forma regular para responder a sus exigencias domésticas, porque es imposible que cuerpos informes constituyan un sistema de asociación federal que marche con orden.
El núcleo que componía la mayoría del equipo de gobierno de Balcarce se apartaba del camino que había seguido Rosas. La presencia del general Martínez en el gobierno acabó por arrastrar a Balcarce en su favor. Ya antes de partir la expedición al desierto habían chocado Rosas y Mar-tínez y la ruptura franca podía ser provocada por cualquier asunto intrascendente. Por el nombramiento de un celador de la costa de Ensenada, Rosas renunció a la jefatura de la expedición al desierto y denunció la hostilidad de Enrique Martínez y sus desaires; Martínez le respondió altivamente y le aconsejó que no se dejase llevar por chismes. Inició Rosas la marcha el 22 de marzo, pero lleno de prevenciones y de desconfianza en el gobierno.
La división entre los federales se planteó en el mismo seno del gobierno y la discordia se expresó con virulencia extraordinaria en la prensa y acabó por manifestarse explosivamente en la calle.
El 28 de abril tuvieron lugar las elecciones de diputados; los federales se presentaron con dos listas, ambas encabezadas por Rosas; Gregorio Tagle también figuraba en ellas.
Los demás son de franca filiación rosista unos y dorreguista los otros. En la lista dorreguista se ven los nombres de Mateo Vidal, Francisco Silveira, José Francisco Ugarteche, Félix Olazábal, Ignacio Martínez, Diego Alcorta, Epitacio del Campo, Juan José Cernadas, Miguel Riglos y Vicente Arraga. Los dorreguistas obtuvieron la mayoría de los votos y los adeptos del rosismo sufrieron un golpe rudo y desencadenaron una campaña virulenta contra el gobierno y especialmente contra el ministro de guerra Martínez, en torno del cual se fueron agrupando personas de diversa procedencia, pero coincidentes en la oposición a las formas dictatoriales de gobierno.
Hubo elecciones complementarias el 16 de junio de 1833 y las dos fracciones federales chocaron con apasionamiento y los rosistas fueron movilizados por doña Encarnación Ezcurra de Rosas; los que se agrupaban en torno al general Martínez fueron calificados de lomos negros.
Fue tal la violencia desplegada que el gobierno se vio obligado a suspender las elecciones antes de la hora en que debían terminar; en la jornada hicieron su aparición los que habían de adquirir fama como mazorqueros, Cuitiño y Parra, y los militares Celestino Vidal, Prudencio Rosas, Fabián Rosas y Manuel A. Pueyrredón.
Rosas renunció a la legislatura el 22 de junio, aduciendo como motivos su alejamiento mientras durase la camparía emprendida y sucesos y circunstancias que son bien notorios. Con ese gesto dejaba a sus fieles libertad para hostigar al gobierno.
Encarnación Ezcurra reunió a los rosistas y los incitó a la lucha contra una logia encabezada por el ministro de guerra Enrique Martínez y el general Olazábal, de acuerdo con el gobernador, los cuales quieren unirse con los unitarios más exaltados (carta del 20 de junio a Vicente González).
Rosas escribió a Guido antes aún de presentar su renuncia como representante: "El diablo se los ha de llevar luego que yo sepa de cierto quiénes son los que forman la logia; porque, amigo, le aseguro que me he de ir del país o no he de permitir, estando en él, que tome cuerpo una sociedad de esa clase cuando estoy cierto que uno de sus primeros cuidados ha de ser decretar mi muerte".
Encarnación Ezcurra se puso a la cabeza de los núcleos federales rosistas y en pocos meses terminó con el gobierno de Balcarce, azuzando las pasiones y no deteniéndose ante ninguna valla y ante ninguna reputación. En toda la historia política del país, jamás se descendió a un nivel semejante de procacidad y de desenfreno.
En lo sucesivo fue difícil reunir en un solo bloque a los llamados cismáticos, federales que rechazaban el absolutismo y el gobierno federal, y los apostólicos, que seguían las sugestiones de Rosas y de su mujer.
En el seno del gobierno, los representantes incondicionales de Rosas, Maza y García Zúñiga, renunciaron a sus cargos el 5 de agosto.
Pasó a desempeñar el ministerio de gobierno Gregorio Tagle, que inició una política de conciliación, a la que se mostraban accesibles Tomás Anchorena, García Zúñiga, Mansilla y Guido, pero chocó con la intransigencia inflexible de Encarnación Ezcurra, que mantuvo la unidad combativa del núcleo rosista valiéndose de los medios más procaces, de la injuria, de la amenaza, de la violencia. Tagle tuvo que renunciar a su cargo en el gobierno. El hombre fuerte fue Enrique Martínez, pero el gobierno carecía de fuerza militar para hacerse respetar y Encarnación Ezcurra había conquistado la calle y contaba con elementos de acción militar y caudillesca.
Enrique Martinez a la caída del jefe unitario, apoyó al nuevo gobernador Juan José Viamonte. Acompañó a Juan Ramón Balcarce como jefe de estado mayor en la campaña de Córdoba, contra el general José María Paz y su Liga Unitaria del Interior. Cuando Balcarce fue nombrado gobernador, en 1832, lo nombró su ministro de guerra y marina. Se enfrentó al sector dirigido por Juan Manuel de Rosas y, con la alianza de algunos unitarios, intentó formar un partido federal independiente. Sus principales aliados eran los generales Tomás de Iriarte y Manuel Olazábal. Negó toda ayuda a la campaña de Rosas al Desierto y convenció a Balcarce de unirse a su proyecto. Participaron en las elecciones legislativas con una lista federal sin los amigos de Rosas, y vencieron a la lista de éstos con la ayuda de la presión de los regimientos leales. Curiosamente, el primer candidato en ambas listas era el mismo Rosas.