En 1816, la única antorcha de la independencia que quedaba encendida en el continente americano era la que mantenía Buenos Aires, y en esas circunstancias se convocó y reunió el Congreso constituyente de las Provincias Unidas.
La situación interna y exterior en la época de la apertura del Congreso constituyente era de las más sombrías y nada alentaba a abrigar grandes esperanzas. Al agotamiento material, al can-sancio después de seis años de lucha por la independencia en las regiones escasamente pobladas del territorio, expuestas además a los malones indígenas, se sumó la situación exterior.
En diciembre de 1815 fue fusilado José María Morelos en México y con su desaparición pareció haberse eclipsado la revolución mexicana de la independencia. La expedición de Pablo Morillo desbarató en Venezuela y en Nueva Granada las perspectivas de las fuerzas patriotas; Bolívar tuvo que refugiarse en Jamaica y se tuvo la sensación de que la revolución había sido sofocada en el territorio que se extiende desde el Orinoco y el Magdalena hasta el mar de las Antillas. En Chile, las divergencias y los personalismos ambiciosos entre los revolucionarios habían culminado en el desastre de Rancagua el 10 de octubre de 1814 y los restos de las fuerzas patriotas a duras penas pudieron trasponer la cordillera y llegar a Mendoza, con lo cual quedaba abierta la amenaza de una invasión de las Provincias Unidas desde Chile.
El 5 de noviembre de 1815, Morelos fue capturado en Tezmalaca, Guerrero, por las tropas españolas al mando del Coronel Manuel de la Concha , en la madrugada del 21 de diciembre, el tribunal dictó la sentencia de muerte para Morelos, y el coronel De la Concha, su captor, fue el encargado de ir a la prisión y leer la sentencia a Morelos el viernes 22 de diciembre, alrededor de las seis de la mañana Morelos despertó en su celda, comió un pan con café, y después fue encadenado de manos y pies, subió a una carroza custodiada por 50 soldados y marchó a Ecatepec, donde se realizaría la ejecución la cual se realizó ese dia a las 4 de la tarde
En Europa la estrella de Napoleón había declinado en Europa y Fernando VII había vuelto al trono, empeñado en la reconquista de las posesiones americanas. Para colmo, en noviembre de 1815 surgió la Santa Alianza con el objetivo de restaurar el absolutismo de los reyes.
Con los problemas en Chile quedaba abierta la amenaza de una invasión de las Provincias Unidas desde Mendoza. En el norte, Rondeau había sido batido totalmente por Pezuela en Sipe-Sipe, en noviembre de 1815, y con ese contraste quedó abierta la frontera septentrional a la invasión realista, siendo invadidas ya Jujuy y Salta.
En el otro extremo, en el este, la situación no era mejor; los portugueses esperaban la oportunidad para volver a la Banda Oriental; sin contar la preparación en España de una poderosa expedición con destino a Montevideo.
En el orden interno, los problemas candentes eran igualmente graves. Se resistía al centralismo porteño; el artiguismo se había extendido, en esa actitud, por el litoral; a la Banda Oriental se sumaron Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe; de hecho, estaba allí ya el germen de la Liga de las provincias que se enfrentarían en armas con el Directorio.
La situación económica era de agobio; las exigencias de la guerra eran superiores a la capacidad para satisfacerlas. Los indios, sin la barrera de las antiguas compañías de blandengues, operaban devastadoramente; después del combate de Martín García y del bloqueo de Montevideo, las incursiones hostiles asolaban las zonas ribereñas.
Los vecinos con recursos debían pagar fuertes contribuciones para el sostenimiento de la guerra.
En Jujuy los robos y asaltos estaban a la orden del día y además la vinculación comercial con el Alto Perú había sido interrumpida; su campaña había sido arrasada por la guerra y estaba extremadamente exhausta. Salta, que había conocido épocas de opulencia, se hallaba también en la situación más precaria y debía responder a las fuertes contribuciones que exigía Buenos Aires para hacer frente a sus necesidades impostergables, de interés nacional.
En la revolución del Río de la Plata se había operado un proceso contrario al de la revolución norteamericana; en ésta, desde una estrecha franja sobre el Atlántico, el territorio libre se extendió hasta el océano Pacífico; en cambio la lucha por la independencia en el Plata desin-tegró el antiguo virreinato; en el norte perdió el Paraguay y las provincias altoperuanas, con su salida al mar; y en el extremo este perdió la Banda Oriental. Ese proceso puede atribuirse su parte de culpa a las pasiones del caudillismo regional y al localismo, pero también la tiene la actitud intransigente de Buenos Aires, que exigía la total subordinación y que se resistía a reivindicaciones como la de la autonomía provincial de Santa Fe, fuente de tantas desdichas.
Por otra parte, no todas las provincias concurrían al Congreso de Tucumán, y entre las que respondieron a la convocatoria las opiniones no siempre eran coincidentes; los artiguistas se opusieron al Congreso, sosteniendo que la determinación de los vínculos que exigían las relaciones internas era tarea que incumbía a los pueblos mismos.