El Congreso recibió, en setiembre, comunicaciones del general Güemes y del coronel Campero en las que se le prevenía sobre el peligro del avance de los realistas en dirección a Tucumán y se invitaba a la Asamblea a ponerse a cubierto de riesgos eventuales.
A medida que transcurría el año 1816 se generalizó la idea sostenida desde un principio por los diputados porteños- tendiente a trasladar el Congreso a Buenos Aires.
Existían temores por los avances de los realistas en la frontera Norte y también era probable un golpe de mano efectuado por los caudillos, disconformes con la marcha de las deliberaciones.
Por otra parte, y debido a la situación anárquica de algunas provincias, era necesario que el Congreso estuviera cerca del Director para favorecer la centralización del poder, tendencia a la que se inclinaba la mayoría de los congresales; además, las tramitaciones diplomáticas con el extranjero y la celeridad en los procedimientos exigían una estrecha colaboración con el Poder Ejecutivo.
Aunque a fines de 1816 ya se había aprobado el cambio de residencia, el Congreso sesionó en Tucumán hasta el 4 de Febrero de 1817, fecha en que se levantaron las deliberaciones para reanudarlas el 12 de Mayo en Buenos Aires.
El Congreso recibió, en setiembre, comunicaciones del general Güemes y del coronel Campero en las que se le prevenía sobre el peligro del avance de los realistas en dirección a Tucumán y se invitaba a la Asamblea a ponerse a cubierto de riesgos eventuales.El 17 de enero se produjo una rápida votación que decidió la mudanza, y esa sesión fue la última realizada en Tucumán. Los diputados cordobeses se opusieron a la decisión, sin que previamente se consultara a las provincias. La respuesta fue su expulsión del Congreso.
Se había concretado así el primer y principal objetivo del Congreso: la Independencia nacional. A través de su fórmula, la Asamblea subrayaba el triunfo de la idea americanista de la revolución.
No se declararon emancipadas las Provincias Unidas del Río de la Plata, sino las de Sud América, en un gesto de dramática amplitud que importaba un compromiso hacia el resto del continente y una vocación de unidad.
También representaba el Congreso el ideal de la unidad nacional frente a un localismo disolvente y, por fin, en sus próximos pasos, representaría el ideal monárquico como solución de orden interno y de aceptación internacional.