Mientras se intensificaban de una y otra parte los preparativos para la guerra, intervino como mediador el ministro de los Estados Unidos, Mr. Benjamín Yancey, que propuso al general Urquiza sus buenos oficios a fin de evitar el derramamiento de sangre.
Urquiza admitió el ofrecimiento y Mr. Yancey, contando con la buena disposición del presidente, marchó a Buenos Aires para hacer la misma propuesta al gobierno.
Al comienzo, Alsina se mostró contrario a todo acercamiento; quería ver en la buena voluntad de Urquiza maniobras hipócritas y no quiso pactar ningún armisticio previo, como el que pedía el ministro norteamericano.
Después de varias conferencias con los comisionados del gobierno de Buenos Aires, Vélez Sarsfield y Mármol, éstos propusieron como condición previa e ineludible el retiro del general Urquiza de la vida pública, después de lo cual se entraría en el asunto de la revisión de la Constitución de 1853 por una convención nacional integrada por diputados de Buenos Aires.
Ante una actitud de esa naturaleza, inesperada, Mr. Yancey dio por terminada su intervención amistosa y oficiosa. Esa actitud de Buenos Aires fue juzgada como una descalificación política de Urquiza, a quien sostenían trece provincias, y como una descortesía para el mediador.
Los ejércitos entretanto se fueron acercando para buscar el terreno favorable para la lucha y dejar al azar de la batalla la solución que no se lograba por otro camino.
En 1858, el presidente Buchanan nombró al señor Benjamin Yancey ministro de Estados Unidos ante la Confederación Argentina, y estuvo allí durante la guerra en la que se hizo un esfuerzo para obligar a Buenos Aires, uno de los estados, a adoptar la nueva constitución. El decreto de defunción emitido por el gobierno de Paraná contra todos los capitanes que debían tomar buques extranjeros en los puertos de Buenos Aires, fue resistido por el Sr. Yancey como una violación de los derechos del tratado, y ordenó a la fuerza naval de los Estados Unidos en la costa en su ayuda. Los representantes de otras potencias concurrieron en su protesta, y el presidente Urquiza no intentó imponer su meditada barbarie.
En agosto ya había intervenido el Paraguay como mediador en el conflicto y fue enviado en calidad de comisionado el general Francisco Solano López, hijo del presidente paraguayo Carlos Antonio López. Y a fines de setiembre hubo otra tentativa pacificadora por iniciativa de los plenipotenciarios de Brasil, Francia e Inglaterra. Urquiza aceptó nuevamente los buenos oficios de esos diplomáticos, haciéndoles presente que su mediación no dejaba sin efecto la continuación de análogas negociaciones abiertas por el gobierno del Paraguay.
Los ministros del Brasil, Francia e Inglaterra dieron pronto por fracasadas sus gestiones en vista de la inflexibilidad del gobierno porteño.
El que no se dio por vencido fácilmente fue Francisco Solano López. Después de conferenciar con Urquiza en su campamento el 9 de octubre, se dirigió al gobernador de Buenos Aires, proponiéndole la suspensión de las hostilidades hasta que se hallase el modo de concertar una paz honrosa para ambos bandos. Inició su negociación con Vélez Sarsfield, a quien hizo saber el acuerdo de Urquiza respecto a las bases para la, transacción, y propuso la celebración de un armisticio por breve tiempo para discutirlas. Vélez Sarsfield respondió en términos que mostraban la decisión de no admitir ninguna medida conciliatoria. En su respuesta del 11 de octubre expuso juicios lesivos para el general Urquiza y se negó a cualquier armisticio con el adversario.
Decía Vélez Sarsfield. . .
”que el general Urquiza, después de haber agotado todos los medios de una guerra comercial contra el Estado de Buenos Aires; después de haber implorado alianzas de gobiernos extranjeros para hacerle la guerra, y después, en fin, de haber reunido desde largas distancias de la Confederación Argentina, numerosas fuerzas sobre los límites de este Estado, uniós a los indios salvajes para asolar este territorio. El gobierno no comprende ahora los deseos de paz del general Urquiza, si los compara con los actos espontáneos, ya que él no puede decir que por parte del gobierno de Buenos Aires hubiese recibido la Confederación Argentina la menor injuria ni la menor provocación a la guerra . . . Respecto al segundo punto que contiene la nota del señor ministro, relativa a la proposición de un armisticio de diez días, se ve en la necesidad de declarar que tales son los medios de que el general Urquiza se sirve para hacer la guerra a Buenos Aires, que no le permiten a este gobierno suspender las hostilidades, ni por un solo día. El general Urquiza se ha aliado con los feroces bárbaros del desierto, los ha armado, los ha vestido, y los ha puesto bajo la dirección de jefes de su ejército, para que incesantemente ataquen la frontera de este Estado".
Replicó el mediador que el general Urquiza le había declarado que no tenía alianza alguna con indios ladrones, y que, aunque era cierto que existían algunas tribus de indios amigos, éstos servían y obedecían al gobierno de la Confederación, del mismo modo que servían y obedecían al gobierno de Buenos Aires otras tribus, también amigas de Buenos Aires. El 17 de octubre, Vélez Sarsfield volvió a rechazar el armisticio propuesto por Francisco Solano López:
"El armisticio mismo podría venir a ser un obstáculo a la paz... V. E. sabe que el señor Yancey hizo igual propuesta de armisticio en el mes de julio y que también el gobierno de Buenos Aires se negó tenazmente a aceptarlo, sin que entonces estuviera ni aun formado el ejército”...
Explicó el mediador paraguayo a Alsina la naturaleza de su gestión y aseguró los buenos sentimientos de Urquiza, que ya había designado comisionados para tratar la suspensión de las hostilidades, el gobernador quiso saber quiénes eran los designados y puso de antemano el veto a algunos nombres: Guido, Pujol, Luis José de la Peña, Derqui. El mediador estuvo varios días sin respuesta alguna, pero no estaba dispuesto a dar por terminada su misión.