El 9 de junio de 1956 se produce un levantamiento peronista cívico-militar conducido por el general Juan José Valle con el fin de derrocar a la dictadura autodenominada Revolución Libertadora. El levantamiento integra el proceso más amplio conocido como la Resistencia peronista.
La conspiración fue encabezada por el general Valle, un militar que había integrado la una Junta Militar de 17 generales que en septiembre de 1955 inició negociaciones con los golpistas y el 21 de septiembre convino con ellos los puntos de acuerdo sobre la base de los cuales se entregaría el poder, lo que se realizó el 23 de ese mismo mes. También estaba comprometido el general Miguel Ángel Iñíguez, quien iba a ser el jefe de estado mayor de la revolución, pero como había sido arrestado tiempo antes de su estallido no participó en el mismo. Los sublevados contaban con sacar partido del resentimiento de muchos oficiales y suboficiales en retiro y de la intranquilidad de los que estaban en servicio activo, pero no lograron el apoyo de Perón, exiliado por entonces en Panamá.
En la noche del 9 de junio de 1956 se inició el levantamiento y fue rápidamente derrotado, con escasos enfrentamientos armados, en los que murieron cinco militares, Blas Closs, Rafael Fernández y Bernardino Rodríguez que resistieron la sublevación y Carlos Yrigoyen y Rolando Zanetta, del bando peronista.
El general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Rojas (Presidente y Vice del gobierno), sabían de la conjura aunque no el día y la hora en que se produciría el levantamiento, pero habían decidido no abortarla. Así, en la noche del 8 de junio, fueron apresados cientos de dirigentes gremiales para restar base social al movimiento. Cuando Aramburu viajó ese día a la provincia de Santa Fe dejó el Decreto 10.362 de Ley Marcial, y preparados los Decretos 10.363/56, de pena de muerte, y el 10.364 de las personas a fusilar. Los decretos eran correlativos y se publicaron así en el Boletín Oficial con posterioridad.
Los sublevados habían previsto leer la «proclama revolucionaria», a las 23:00 del 9 de junio. La instrucción a los insurrectos para lanzarse a la acción debía ser propalada interfiriendo la transmisión radial de una pelea de box por el título sudamericano de los medianos entre el argentino Eduardo Lausse y el chileno Humberto Loayza, a celebrarse en el Luna Park de Buenos Aires. Respecto del propósito de los rebeldes dice Page:
El manifiesto que delineaba los objetivos del movimiento era un tanto vago; llamaba a elecciones a la brevedad posible y exigía la preservación del patrimonio nacional pero no decía nada respecto a Perón. Aunque un grupo de peronistas, individualmente, se unieron a la conspiración y las bases del partido la consideraban como un intento de entronizar nuevamente al conductor, la resistencia peronista se mantuvo a la distancia.
El equipo de Valle estuvo comandado por el coronel José Irigoyen, el capitán Costales y varios civiles. A las 22:00, la radio se instaló en la Escuela Técnica Nº 3 Salvador Debenedetti, en Avellaneda. Pero a las 22:30, un comando del gobierno los arrestó a todos. La proclama solo se escuchó en la provincia de La Pampa, donde actuaba el coronel Adolfo Philippeaux.
Otros lugares de la alzada eran Campo de Mayo, sublevado por los coroneles Ricardo Ibazeta y Alcibíades Eduardo Cortínes; el Regimiento II de Palermo, por el sargento Isauro Costa; la Escuela de Mecánica del Ejército, por el mayor Hugo Quiroga; el Regimiento 7 de la Plata, por Cogorno; el grupo de civiles, entre otros, operando en Florida, en la calle Hipólito Yrigoyen 4519, donde se reunieron los Lizaso, Carranza, Garibotti, Brión y Rodríguez y Troxler, entre otros. Además, hubo civiles armados y militares que intentaron sublevarse en Santa Fe, Rosario (tomaron por varias horas el Regimiento), Rafaela y Viedma. Excepto en La Pampa, la mayoría de los jefes de la sublevación fueron apresados. Ante el fracaso del levantamiento, el general Tanco se dirigió a Berisso y debió huir y esconderse. Mientras el general Valle se ocultó en Buenos Aires, en la casa del político mendocino amigo, Adolfo Gabrielli, ante la certeza de que el movimiento había sido delatado y fracasado.
Juan José Valle fue un militar que alcanzó el rango de teniente general, en 1956 encabezó una fallida sublevación cívico-militar contra la dictadura militar autodenominada Revolución Libertadora del teniente general Pedro Eugenio Aramburu. Derrotado el movimiento, Valle fue fusilado por orden de Aramburu, junto a otras personas que adhirieron al levantamiento. Por este acto algunos sectores han denominado a aquel régimen militar La Fusiladora.
Juan José Valle fue fusilado en la Penitenciaría Nacional el 12 de Junio con tiros de fusil Máuser 7,65mm Modelos Argentino de 1909 , el día anterior fueron fusilados, el suboficial Isauro Costa, el sargento carpintero Luis Pugnetti y el sargento músico Luciano Isaías Rojas. A partir de esto la Resistencia Peronista en lugar de llamar Revolución Libertadora paso a llamarla Revolución Fusiladora.
Los levantamientos se produjeron entre las 22:00 y la medianoche del 9 de junio. A las 0:32 del 10 de junio, el gobierno estableció la Ley Marcial por el decreto de Aramburu, Rojas, los ministros de Ejército, Arturo Ossorio Arana, de Marina; Teodoro Hartung; de Aeronáutica, Julio César Krause y de Justicia, Laureano Landaburu. Por lo tanto, no se podía aplicar la Ley Marcial a los sublevados ya que el supuesto delito cometido ocurrió antes de la puesta en vigencia de la misma, violándose el principio legal de la irretroactividad de la ley penal. Pocas horas después, firmaron el decreto 10.363 que ordena fusilar a quienes violen la Ley Marcial. Entre las 02:00 y las 04:00, se ejecutó a los detenidos en Lanús. Horas más tarde, en los basurales de José León Súarez, la policía bonaerense, a cargo del teniente coronel Desiderio Fernández Súarez le ordenó al jefe de la Regional San Martín, comisario Rodolfo Rodríguez Moreno, que ejecutara, con armas cortas, a 12 civiles, lo que realizó en los basurales de José León Suárez, en el partido de San Martín, Provincia de Buenos Aires, Argentina. De ellos, cinco murieron y siete lograron huir. Uno de estos últimos, Juan Carlos Livraga, fue el «fusilado que vive» que permitiría a Walsh reconstruir la historia.
En la Escuela de Mecánica del Ejército, el general Ricardo Arandía consultó telefónicamente a Aramburu, ya en Buenos Aires el 10 de junio al mediodía, sobre los detenidos. En Campo de Mayo, en tanto, el general de brigada Juan Carlos Lorio presidió un tribunal que realizó un juicio sumarísimo. Concluyó que los sublevados no debían ser fusilados. Pero Aramburu ratificó su decisión. Lorio pidió que se dejara por escrito. Aramburu y su gobierno firmaron entonces el decreto 10.364 que detallaba la lista de once militares que debían ser fusilados (única orden de ejecución oficialmente inscrito en la historia argentina). No existen registros de esos juicios sumarios, ni del informe forense que debió determinar la causa de la muerte.
El 12 de junio, Valle decidió entregarse a cambio de que se detuviera la represión a su movimiento y se le respetara la vida. Le tocó al capitán de navío Francisco Manrique, enviado de Rojas, ir a buscarlo. A las 14 de ese día, Valle ingresó con su amigo Gabrielli y Manrique al Regimiento I de Palermo, donde fue interrogado y juzgado por un tribunal que también presidió el general Lorio.
Después, Valle fue llevado a la Penitenciaría Nacional en la Av. Las Heras. El director del Museo Penitenciario, en 2005, Horacio Benegas, entonces recién ingresado al servicio, recordó que «el 11 en la madrugada fueron fusilados tres militares» en la vieja penitenciaría de la Av. Las Heras. Valle fue alojado en el 6.º piso. La última que lo vio con vida fue su hija Susana Valle. A las 22:20, Valle fue ejecutado con un fusil Máuser 7,65 mm modelo argentino 1909, por un pelotón manteniéndose como secreto de Estado la identidad de sus integrantes. No hubo orden escrita ni decreto de fusilamiento, ni registro de los responsables.
El 13 de junio cesó la ley marcial. El general Tanco con otros sublevados logró, el 14 de junio, asilarse en la Embajada de Haití en Buenos Aires, a cargo del embajador Jean Brierre. Pero el general Domingo Quaranta (jefe del SIDE), invadió ilegalmente la delegación junto con un grupo de comandos civiles, para secuestrar y detener a los asilados. Los comandos civiles intentaron fusilarlos en la puerta de la embajada, pero la presencia de testigos se lo impidió. El embajador Brierre inició una serie de gestiones con la cancillería y finalmente logró que los secuestrados le fueran restituidos a su embajada.
El saldo de esas 72 horas de junio de 1956 fue trágico y dio paso al baño de sangre que en años venideros sufriría el país: 18 militares y 13 civiles asesinados.
El 12 de junio de 1956, en cumplimiento del decreto firmado por el presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, fue fusilado el general Juan José Valle, líder del frustrado levantamiento cívico-militar producido el 9 de junio de ese mismo año.
El decreto 4161, del 5 de marzo de 1956, establecía: “Queda prohibida la utilización (…) de las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas y obras artísticas (…) pertenecientes o empleados por los individuos representativos u organismos del peronismo. Se considerará especialmente violatoria de esta disposición, la utilización de la fotografía retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto el de sus parientes las expresiones ‘peronismo’, ‘peronista’, ‘justicialismo’, ‘justicialista’, ‘tercera posición’ la abreviatura ‘PP’, las fechas exaltadas por el régimen depuesto las composiciones musicales ‘Marcha de los Muchachos Peronista’ y ‘Evita Capitana’ o fragmentos de las mismas y los discursos del presidente depuesto o su esposa o fragmentos de los mismos”.
En la noche del 9 de junio el general Juan José Valle encabezó una rebelión cívico-militar que tuvo sus focos aislados en Buenos Aires, La Plata, Avellaneda y La Pampa. El intento concluyó al cabo de unas pocas horas. Tres días más tarde, el 12 de junio de 1956, el general Valle fue fusilado junto a otras veintiséis personas. La medida contribuiría a profundizar todavía más los odios y rencores. Antes de morir, el general Valle envió la carta que a continuación citamos al general Aramburu:
Fuente: Roberto Baschetti (recopilación y prólogo), Documentos de la Resistencia Peronista 1995-1970, Buenos Aires, Puntosur Editores, pág. 84.
“Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido.
”Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta.
”Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
”Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.
”La palabra ‘monstruos’ brota incontenida de cada argentino a cada paso que da.
”Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.
”Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.
”Como cristiano me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no sólo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conozca un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria.”