Hubo también un relajamiento en la autoridad personal que ejercía Yrigoyen en su partido; las rivalidades y desencuentros personales crearon molestos conflictos internos, y no ya con intervención del sector antipersonalista.
En Santiago del Estero encabezaban dos grupos en disputa: Santiago Corvalán y el gobernador Santiago Maradona, y el mediador enviado al efecto por el comité nacional, Julio C. Borda, no pudo avenirlos. En Santa Fe, Ricardo Caballero se opuso a la lista oficial de candidatos de la entidad partidaria, y sus adeptos proclamaron candidatos propios.
En Catamarca el gobernador y el vicegobernador alentaban tendencias que propiciaban cada una candidaturas en disidencia. En San Juan, a pesar de que la fuerza del bloquismo había aconsejado una acción conjunta y armónica, se produjo también lucha interna bajo la jefatura de José Rafael Guerreri y Justo Pastor Zavala; la mediación de un emisario del comité nacional logró que las candidaturas se repartieran equitativamente entre las dos tendencias.
Pero también en el gobierno nacional había fracciones cada día más incompatibles. El vicepresidente Enrique Martínez, Joaquín de la Campa y el jefe de policía, coronel Graneros, querían salvar la patria prescindiendo de Yrigoyen, al que no consideraban en condiciones de continuar en el ejercicio del cargo por su estado de salud. Ese grupo trató de intrigar contra el ministro de marina, contralmirante Tomás Zurueta, como lo había hecho contra el ministro de guerra, Dellepiane. Zurueta pidió a Yrigoyen que pusiera a sus órdenes unos empleados de investigaciones, y cuando éstos llegaron al ministerio de marina, Zurueta les dijo que vigilasen al vicepresidente, al ministro del interior, al ministro de justicia y al jefe de policía.
No hubo, pues, unidad de criterio ni coordinación para una acción cualquiera en el seno mismo del gobierno. La declinación de Yrigoyen desde comienzos de 1930 era conocida por los íntimos a través de los informes médicos. Y su contacto con la vida real, con lo que ocurría dentro y fuera de la Casa Rosada, era muy limitado; probablemente tampoco se le informaba y no advirtió la magnitud de la conspiración como la advertía ya el ciudadano común de la calle.
En las esferas gubernamentales, Horacio B. Oyhanarte, cuya adhesión personal al presidente era bien conocida, polarizaba uno de los grupos de la lucha interna. El embajador paraguayo Vicente Rivarola narra en sus Memorias diplomáticas su conversación con el ministro de relaciones exteriores, al cual expresó sus inquietudes sobre la situación, y le respondió: "¿Y cree usted que yo no lo sé, que estoy ciego, que no me doy cuenta de ello? Desgraciadamente nada puedo hacer, y como yo los demás amigos del doctor Yrigoyen, que se resiste obstinadamente a ordenar medidas de defensa".
Muchos meses antes de la caída de Yrigoyen, el embajador Robert Woods Bliss, cuyos testimonios ha dado a conocer Etchepareborda, observaba: "El ministro del interior, Elpidio González, vicepresidente durante el gobierno de Alvear, y el ministro de relaciones exteriores, Horacio B. Oyhanarte, son los integrantes del gabinete de quienes se dice disputan para obtener suficiente apoyo para apoderarse de la presidencia. Se afirma que el actual mandatario será persuadido a tomar un descanso en el campo". . . Y hacia fines de 1929 vuelve a insistir: "Los antagonismos políticos y personales dentro del gabinete adquieren un carácter tal que permiten expresiones y opiniones, en conversaciones privadas, que se asemejan en mucho a la traición. El presidente no confía en nadie y con su desfalleciente capacidad mental y la fuerza de la inercia que pueden, algunas veces, apreciarse en los ancianos, persiste, tozudamente, en el atascamiento de toda acción útil, manteniendo de ese modo, un equilibrio que se asemeja al de un sonámbulo en una cuerda floja, que se da cuenta de que caerá si se detiene en su marcha".
Yrigoyen replicaba a quien le expresaba alguna preocupación por el futuro: "Nada ocurrirá; son agitaciones políticas pasajeras, consecuencia de las luchas electorales únicas, que ya pasarán". Elpidio González encabezaba un núcleo partidario que seguía su propio camino. Francisco Ratto, senador provincial, ministro de hacienda de la provincia de Buenos Aires durante el gobierno de Valentín Vergara, cuenta que Joaquín de la Campa le dijo cómo en febrero de 1930 se encontraban en Palermo altos funcionarios del gobierno, Elpidio González, el ministro de guerra Dellepiane y él y que, por iniciación del primero, abordó a Dellepiane y le preguntó qué posición asumiría ante los nuevos sucesos que se avecinaban. Los nuevos sucesos consistían en el hecho que el presidente, a causa de su agotamiento físico, renunciaría o pediría licencia y que Elpidio González asumiría la jefatura del radicalismo.
Dellepiane respondió: "Si ello sucediera adoptaré la conducta que el honor me imponga". Una respuesta que equivalía a declarar que no podían contar con él. Desde entonces comenzó una lucha sorda de desprestigio contra Dellepiane, que había dispuesto la detención de jefes y oficiales vinculados con la conspiración.
El vicepresidente Enrique Martínez abrigaba también proyectos para el caso de la renuncia o el alejamiento de Yrigoyen. Ya un año antes había conferenciado con Roberto Repetto, ministro de la Corte Suprema de Justicia, sobre una política conciliatoria para aplicarla llegado el caso previsto.
La conspiración que respondía al general Uriburu debió producirse el 30 de agosto, y con ese objeto había desaparecido de su residencia y anduvo escondido varios días por San Isidro y Hurlingham. Creía contar con las tropas de Campo de mayo, El Palomar; San Martín, Liniers, los regimientos 1, 2, 3, 6 y 7 de infantería y la tercera división de ejército, pero era una adhesión en el aire, nada concreto y cuando se trató de actuar, cada comprometido en el lugar designado, advirtieron que les faltaba todo conocimiento real de las fuerzas cuyo mando debían asumir; el comandante en jefe del estado mayor revolucionario, Mayora, había sido detenido por orden de Dellepiane y se esperaba la detención de los demás conspiradores, y del mismo Uriburu.
Fue preciso postergar la fecha del alzamiento, después de una discusión acalorada del coronel Pilotto y del teniente coronel Faccione en San Isidro.
El 29 de agosto, con la firma de Manuel Carlés, la Liga patriótica argentina hizo circular un manifiesto titulado Advertencia. La renuncia presidencial o la guerra necesaria. Decía así:
"El señor Yrigoyen no es ya presidente de la Nación. Va a la Casa de gobierno; pero no gobierna. Es un obstáculo al bien público y entorpece la prosperidad del país. Por su culpa no existe administración del Estado, ni ministerio, ni Congreso, ni provincias, ni justicia, ni garantías, ni decoro en el manejo del erario, ni siquiera sacó del desquicio al propio partido que lo encumbró. Por su culpa la República Argentina no es ya la gloria de América. jamás la dignidad de la patria fue más escarnecida. Por su culpa los argentinos se arman para combatirlo y restaurar el imperio de la Constitución. Renuncie señor. Sea honrado como Rivadavia, que resignó el mando cuando le faltó, como a usted, la confianza de la República."
Respondía esa exhortación violenta al plan de alzamiento militar del 30 de agosto.
Un día más tarde, el ministro de agricultura, Fleitas, era silbado en la inauguración de la exposición de la Sociedad rural en Palermo.
El 19 de septiembre la Juventud universitaria dio un manifiesto en el que proclamaba el estado revolucionario, y concluía con estas exigencias:
1) Reclamar del poder ejecutivo una explicación oficial de sus alarmantes y extrañas actividades bélicas...
2) Que el desquicio institucional ha de acabar pronto, y el gobierno, dentro de brevísimo plazo cambia radicalmente de orientación, o los universitarios argentinos saldrán a la calle dispuestos a reasumir la soberanía popular y salvar los principios republicanos que son la base de nuestra Constitución.
3) Declara que cualesquiera que sean las consecuencias de la agitación actual, la Juventud universitaria argentina no tolera ni tolerará una dictadura de cualquier carácter que sea, y que está siempre dispuesta para hacer respetar la Constitución nacional por sobre los hombres.
4) Invitar a todos los ciudadanos que aman a la patria y que están dispuestos a luchar por el imperio de las instituciones democráticas, a ponerse de pie para luchar contra ese estado caótico y sombrío de cosas que tanto afectan al país en sus actividades vitales y en su gloriosa tradición de cultura cívica y" nacionalismo."
Integrantes del llamado Klan radical realizaron demostraciones ruidosas y agresivas en las calles principales, exhibiendo armas de fuego y vivando a Yrigoyen. En el mismo sentido obraban la Ligá republicana y la Liga patriótica argentina. Ante la posible reacción del gobierno, Justo decidió que sus partidarios secundaran el plan de Uriburu.
El 3 de septiembre presenta su dimisión el ministro de la guerra general Dellepiane y se hace cargo del ministerio Elpidio González con carácter interino. El mismo día se reunieron en casa del coronel Bartolomé Descalzo, jefes y oficiales, Manuel Castrillón, Nadal, Perón, Tauber, Sarobe y aprobaron una declaración que establecía los fines de la revolución en marcha, declaración que no coincidía con la que había escrito Leopoldo Lugones.
Los que dieron pretextos finales para el desencadenamiento de los sucesos fueron los estudiantes universitarios, el 3 de septiembre. Una manifestación de un millar de estudiantes partió de la facultad de medicina y se dirigió a la de derecho, de la que era decano Alfredo L. Palacios, que se puso al frente de la misma y siguió hasta la esquina de Pueyrredón y Santa Fe. Se resolvió allí que al día siguiente se reunirían los estudiantes universitarios para exteriorizar su protesta contra el primer mandatario y su gobierno.
En efecto el día 4 se reunieron después de las 18 horas millares de jóvenes en la esquina de José Evaristo Uriburu y Córdoba. La multitud fue creciendo, subieron oradores a tribunas improvisadas, habló León Tourrés, del Círculo médico argentino y Centro de estudiantes de medicina; Fernando M. Bustos, consejero estudiantil en la facultad de ciencias médicas, con expresiones coincidentes en el repudio del caudillo radical y su gobierno. Se organizó una manifestación integrada por unos 3.000 estudiantes de todas las facultades y siguió por Córdoba hasta Callao a los gritos "¡Que renuncie! ¡Dictadura no!". Entraron los manifestantes en la avenida de Mayo, aumentando sus filas hasta unos 5.000 manifestantes. Querían llegar hasta la plaza de Mayo y las fuerzas policiales intentaron contenerlos.
Hubo forcejeos, toques de clarín, gritos contra Yrigoyen, contra la dictadura, por la democracia, dicterios contra la policía de los tiranos, contra la mazorca. No había orden de hacer uso de las armas y los estudiantes llegaron a la plaza de Mayo; un grupo de unos 50 manifestantes se agrupó en el monumento a Belgrano, frente a la casa de gobierno, siendo dispersados por la guardia de seguridad.
Hacia las 19,25 sonó un disparo, no se sabe de qué origen; siguieron otros más y cayó Juvencio S. Aguilar, empleado bancario, que murió a consecuencia de las heridas; se dijo entonces que se trataba de un estudiante, para enardecer los ánimos. Duraron los tumultos en la calle Florida y en la avenida de Mayo varias horas y no faltaron los que exhortaron a la lucha y a la algarada, socialistas independientes y conservadores.
Se unieron a los estudiantes algunos consejeros estudiantiles y profesores.
El 5, por la agravación de un estado gripal, Yrigoyen delegó el mando en el vicepresidente, y éste para frenar los tumultos callejeros, decretó el estado de sitio en la capital federal. La Federación universitaria pidió el alejamiento del presidente Yrigoyen y la universidad suspendió las clases, por decisión del rector, Enrique Butty.
Los coroneles Sarobe y Descalzo visitaron al general Uriburu para hacerle conocer la declaración de los fines de la revolución aprobada por 300 jefes y oficiales. Sarobe relató la entrevista, que tuvo momentos de tensión y de ruptura, hasta que finalmente el jefe de la revolución aceptó los puntos que fijaban los objetivos perseguidos en la proclama que iba a iniciar el movimiento. El programa inicial que propiciaba la reforma de la ley Sáenz Peña y la reforma de la Constitución fue silenciado.
Con el documento en la mano, el coronel Descalzo tuvo a las tres de la tarde una reunión en el despacho del presidente de la Cámara de apelaciones, Mariano de Vedia y Mitre, con los diputados opositores Rodolfo Moreno, Antonio Santamarina, Carlos A. Astrada, Antonio De Tomaso y el senador Leopoldo Melo, a quienes dio a conocer el compromiso firmado por los oficiales que intervendrían en el movimiento.
A las seis de la tarde, el general Marcilese, que comandaba la primera división de ejército, concurrió a la Casa de Gobierno y expresó al vicepresidente Martínez que la renuncia del presidente y un cambio del gabinete permitirían superar la crisis.
A las nueve de la noche se reunieron en el diario Crítica los civiles más activos en la oposición y convinieron con el coronel Descalzo en la participación en el movimiento.
Se trató de explicar la aparición en la historia de la Argentina militar por la formación de muchos de los jefes y oficiales en la escuela alemana; el propio Uriburu era un admirador del ejército alemán, pero también habían recibido adiestramiento en Alemania jefes y oficiales que apoyaban al gobierno constitucional, Enrique Mosconi, Nicasio Adalid, Alonso Baldrich, Pedro Grosso Soto, Avelino Alvarez, Guillermo Valotta, Florencio Campos, los hermanos Francisco y Roberto Bosch; en general la influencia alemana no se extendía a lo político y a la conducta política.
No se trataba tampoco de una oficialidad ligada al pesado histórico, como en el caso de Uriburu mismo, y en parte también de Justo; la mayoría eran hijos de inmigrantes. Con Uriburu formaron Emilio Faccione, Juan Pistarini y Pedro Rocco; con Justo marcharon Juan Tonazzi y Santos V. Rossi, entre otros; miembros de la segunda generación argentina ocuparon posiciones preeminentes en todos los sectores del 6 de septiembre.