El 18 de mayo el virrey Cisneros lanzó un bando en el que, si bien no presenta toda la gravedad de la situación de la península la describía escuetamente como muy delicada, expresando la esperanza de que el trono de los Reyes Católicos subsistirá en América si llegase a sucumbir momentáneamente España.
Sugiere que en el caso de la pérdida total de la península, no tomará ninguna determina-ción sin consultar con las representaciones de la capital a las que se unirán luego las de las provincias dependientes del virreinato, hasta tanto que, de acuerdo con los otros virreinatos, se establezca una representación soberana de Fernando VII. No menciona la sustitución de la Junta de Sevilla por el Consejo de regencia, aunque estaba ya en su conocimiento.
El plan, coincidente con el que le hizo llegar Pedro Vicente Cañete, desde Potosí, consistía en mantener el gobierno provisionalmente hasta que los cuatro virreinatos de América acordasen la convocatoria de Cortes para elegir en ellas una Regencia soberana.
Los acontecimientos se precipitaron y no dieron tiempo a los virreyes para convenir en la reunión de Cortes en América. Y como no fue posible eludir la consulta a las representaciones de la capital, según había prometido, los fieles del realismo peninsular insistieron en que se convocase también a las provincias, donde creían contar con apoyo y donde sus gobernantes estaban prevenidos. Ese era el plan de la contrarrevolución preventiva.
Se mencionó entre las personas que iniciaron en Buenos Aires los trabajos directos para lograr la autonomía, a Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes, Juan José Castelli, Saturnino Rodríguez Peña, Manuel Belgrano, Juan M. Pueyrredón, Juan José Paso, Feliciano A. Chiclana, Agustín Donado, Francisco Paso, Manuel Aguirre, Miguel y Matías Irigoyen, Antonio Luis Beruti, Juan Madera, Gregorio Gómez, Atanasio Gutiérrez, fray Manuel Torres e Ignacio Ignara; se incorporaron después algunos militares: Viamonte, Juan Antonio Pereyra, Florencio Terrada, Cornelio Saavedra, Francisco Fernández de la Cruz, Martín Rodríguez, Bustos, Ortiz de Ocampo y Juan Ramón Balcarce, y personalidades como José Moldes, Manuel Pinto, Juan Larrea, Domingo French, José Darregueyra, Alvarez Thomas, Tomás Guido.
Nicolás Rodríguez Peña, fue uno de los miembros de la llamada sociedad de los Siete, círculo clandestino que comenzó a hablar de revolución, a menudo sin precisar exactamente los contenidos políticos y los alcances del término. La sociedad de los Siete se reunía en la casa de Rodríguez Peña o en la jabonería de Hipólito Vieytes
Los patriotas se agitaron. El bando del virrey despertó inquietud por lo que expresaba y por lo que se presuponía que no daba a conocer.
El 18 de mayo por la noche se reunieron para cambiar impresiones y comunicarse novedades en casa de Martín Rodríguez; el 19 lo hicieron en la de Rodríguez Perla. Se pidió a Viamonte que llamase a Saavedra, que se encontraba en San Isidro, pues su concurso era muy necesario en aquella emergencia.
Saavedra respondió al llamado y acuarteló a los patricios y asistió a la reunión, en la que encontró a otros militares: Martín Rodríguez, Romero, Ortiz de Ocampo, Unen, Superí, Belgrano, Vives, Terrada, Viamonte, Díaz Vélez, los hermanos Balcarce y a los civiles Castelli, Paso, Donado, Irigoyen, French, Beruti, Guido, Vieytes y Alberti. En esta última reunión se decidió encomendar a Cornelio Saavedra y a Manuel Belgrano que fuesen a entrevistarse con el alcalde de primer voto Juan José Lezica, para obtener la adhesión del Cabildo y gestionar del virrey la convocatoria de un congreso general o cabildo abierto para adoptar las medidas adecuadas que imponía la situación. Con el mismo propósito debía J. J. Castelli entrevistarse con el síndico Julián Leyva.
Juan José Castelli , era compañero de Belgrano en el consulado y fue uno de los mas activos miembros del sector patriota., formando parte de la delegación que pidio a Cisneros la convocatoria a Cabildo Abierto y ocupo un lugar en las Juntas del 24 y del 25 de Mayo
El nombre de patriota que se extendió por toda América hispana, designaba a los partidarios de la autonomía frente a los realistas. Los patriotas, en el concepto de los españoles peninsulares, eran los insurgentes, los facciosos, los rebeldes, los sediciosos, los revolucionarios, incluso los descreídos, los herejes, los libertinos.
Los patriotas a su vez llamaban a los realistas: sarracenos, godos, gallegos, chapetones, matuchos, maturrangos.
En su reacción contra lo español, los patriotas se llamaban a sí mismos: americanos, sudamericanos, criollos. En diversos lugares de América el patriota era el nativo del lugar, el patricio. Cuando se produjo la guerra, el grito de uno de los sectores beligerantes era: ¡Viva la Patria!, y en otros: ¡Viva el Rey!
En las primeras jornadas de mayo, en buena parte de los patriotas, la aspiración no iba mucho más allá de la instalación de una Junta de gobierno, con la presencia del virrey en ella; pero entre la juventud entusiasta, la que llevaba el tono en la agitación popular, y en especial en los cuerpos de milicias americanas, se quería que no quedase ningún vestigio del aparato político colonial, que la había mantenido apartada en general de las gestiones gubernativas.