El 12 de octubre prestó el juramento de práctica ante el Congreso reunido al momento de asunción del mando Quintana tenía 70 años y al momento de asumir no había concretado hasta entonces su programa de gobierno.
El discurso que pronunció al asumir el mando presenta un programa que inspiró a algunos sectores cierta esperanza, pero que no desarmó a los opositores. Decía:
"Mi autoridad presidencial ha surgido de comicios libres, y aunque no me he mezclado personalmente en la lucha, he podido seguir con interés el movimiento de los partidos políticos. Tengo la certidumbre de que en adelante ha de ser una verdad el ejercicio del sufragio, y me afirmo en el convencimiento de que el pueblo argentino tiene toda la capacidad necesaria para usar de sus derechos".
Respondió a la oposición que lo sindicaba como representante de las tendencias absolutistas y antidemocráticas: "Lejos de temer, ansío para mi país los movimientos pacíficos de la democracia, y ha de ser una de mis mayores ambiciones suscitar el debate de las doctrinas opuestas y presidir con imparcialidad, desde el gobierno, el choque de los grandes partidos -orgánicos".
Expuso su adhesión a los principios federalistas y su respeto a las autonomías provinciales:
"En el orden de la política federal elevaré mi gobierno hasta la esfera que la Constitución le marca, ajustándome a los principios del sistema político que hemos adoptado. La ingerencia del presidente de la República en los asuntos provinciales no es el mejor camino para consolidar las instituciones y mantener la paz. Si se ejercita en favor de las oposiciones que siempre levantan los gobiernos, puede ser un estímulo para la licencia y el germen de la anarquía. Y si se complica con los gobernantes para sofocar las garantías constitucionales, reconcentra sobre el poder central los agravios de los pueblos oprimidos. Lo primero fomentaría los desórdenes locales; lo segundo amenazaría la tranquilidad general de la República. A la altura a que hemos llegado de nuestro desarrollo económico y político, cada uno de los estados argentinos tiene en su propio seno los elementos necesarios para la práctica regular de las instituciones. El ejemplo que desciende del gobierno nacional, las garantías del Congreso y del poder ejecutivo y las leyes liberales que se han dado las provincias, permitirán que en el movimiento interno de la política local puedan operarse esas transformaciones pacíficas que se cumplen en las democracias bien organizadas. El orden no es la inmovilidad; pero la paz de las provincias es, en definitiva, la paz de la Nación, y tengo el propósito deliberado de mantenerla con energía, al amparo de la Constitución y de las leyes. Soy conservador por temperamento y por principios, y toda perturbación del orden provocará en mi gobierno la reacción necesaria para contenerla"...
Dijo también: "Llego a la primera magistratura de mi país con la experiencia de la vida y a una edad que no pueden perturbarme ya la ambición ni el poder. Sería un insensato si desde la altura en que me habéis colocado no consagrase la última parte de mi existencia al bien de mis conciudadanos y a la gloria de mi patria. Sé la historia del país, sus heroicos esfuerzos para conquistar la independencia, lo que costo salvarla de la anarquía y del despotismo, cómo trabajamos para ponerlo en las corrientes de la civilización contemporánea y no voy a disipar, por cierto, en locas aventuras, el caudal de los sacrificios argentinos"...
Hizo una declaración sobre su ambición de suscitar el debate de las doctrinas opuestas y presidir con imparcialidad, desde el gobierno, el choque de los grandes partidos orgánicos, y se refirió así al partido socialista:
"El programa mínimo del partido socialista argentino es en gran parte aceptable y puede ser adoptado por los poderes públicos en todo aquello que no afecte a la Constitución, siempre que reconozca la preeminencia del Estado y mientras se detenga ante la propiedad, la familia y la herencia, que son instituciones fundamentales y permanentes de la sociedad moderna"...
Terminó su discurso así:
"Hay un rasgo común en nuestros hombres que se descubre desde los tiempos de la colonia, en la magnitud de los planes guerreros, en el fragor de las luchas intestinas, en los gobiernos y los partidos de la época constitucional, lo que todos tenemos en el fondo de nuestras almas, lo que nos hace juiciosos un día y heroicos otra vez, es el sentimiento de nuestra grandeza futura. Bajo estas impresiones recibo las insignias del mando. Mis compatriotas saben que no tengo nada que vengar. No hay amarguras en mi vida pública; llevo el alma libre de animosidades y de rencores; no voy a cavar abismos entre mis conciudadanos, sino a presidir con la más alta imparcialidad los destinos de mi patria.Y para los pueblos extranjeros, soy desde ahora el jefe de una Nación que tiene un ideal en América. No importan las tendencias de predominio que prevalezcan en el mundo. En el ejercicio del poder ejecutivo voy a conservar las tradiciones de nuestra política exterior: la paz continental como una aspiración, el arbitraje ante el disentimiento irreductible y la justicia, en vez de la fuerza, como fundamento del derecho internacional".
Palabras que encuadran un alto programa de gobierno; los problemas candentes de la agitación obrera y la conspiración política alteraron enseguida esos propósitos y anularon casi enteramente las promesas hechas.
El general Roca declaró al hacer entrega de las insignias del poder:
"Llegáis al poder supremo en época propicia. La República está entregada de lleno a las fecundas labores del progreso, aumentando a prisa la riqueza, y afanada en su obra de engrandecimiento que le ha permitido, en los últimos seis arios, duplicar con exceso su producción:
"Están ya resueltos afortunadamente muchos de los problemas que hace veinte arios torturaban la existencia nacional, dentro y fuera de sus fronteras, Id que prueba que el tiempo no ha corrido estérilmente y que el país ha alcanzado su organización definitiva ..."Habéis merecido los sufragios de vuestros conciudadanos, depositados en urnas tranquilas, en noble competencia y en plena libertad, bajo el imperio de una legislación que por sí sola es también testimonio irrecusable de los adelantos políticos que hemos realizado"...
A lo que replico Quintana: "He surgido dc comicios libres, como acabáis de decirlo, y compartimos por razones diversas el honor que reflejaron los votos populares. Soldado, como sois, transmitís el mando en este momento a un hombre civil. Si tenemos el mismo espíritu conservador no somos camaradas ni correligionarios, y hemos nacido en dos ilustres ciudades argentinas, más distantes entre sí que muchas capitales europeas".
Los discursos del presidente causaron buena impresión en el país y hubo para muchos como un compás de espera y un voto de confianza. Pero pronto recrudeció la resistencia de los trabajadores contra los procedimientos policiales represivos y la de los radicales que no consideraban, por cierto, expresión de la voluntad popular el triunfo electoral que llevó al poder a Quintana.