Belgrano, aun después de Tucumán y de Salta, se encontró ante dificultades enormes e insalvables a causa de la exigüidad de sus tropas ante un enemigo que podía abastecerse desde Lima y a causa también de la ninguna instrucción de los reclutas, de su armamento precario, de la falta de mandos experimentados y del sentido de la disciplina.
Tardó quince días el improvisado general Belgrano en mover sus tropas después de la rendición del ejército de Tristán en Salta, lo cual le valió censuras, pues no extrajo de la victoria todas las consecuencias posibles.
Pero aparte de la inseguridad que ofrecía una organización militar incipiente y de los problemas originados en la dificultad para abastecerse, Belgrano ponía tantas cartas o más al progreso de la revolución por el contagio patriótico como en la decisión de la batalla misma. Además quería contar con fuerzas suficientes para someter al enemigo sin gran efusión de sangre, pues, al fin y al cabo, la mayoría de las tropas realistas se componía de soldados y también de jefes de origen americano.
Un fuerte ejército patriota en el norte podía obtener tantas victorias con su sola presencia como a través de cruentas batallas.
El gobierno desaprobó el 19 de marzo de 1813 el armisticio con Tristán y el 8 de abril ofició a Belgrano para que acelerase el avance hacia Potosí, tarea difícil por los estragos del paludismo, la lentitud del transporte del parque desde Tucumán y las dificultades para el abastecimiento en un territorio que había sido esquilmado por las tropas realistas; el propio Belgrano cayó enfermo y, no repuesto todavía, anunció al ejecutivo de Buenos Aires su plan.
Díaz Vélez fue adelantado con el regimiento de dragones hacia Potosí y proyectó reunir el grueso de sus tropas en Cotagaita y Suipacha para facilitar la incorporación de reclutas en aquellas regiones; Belgrano conocía bien las ventajas de la aceleración de la marcha, pero no quería aventurarse a una acción sin cierta seguridad de éxito; por eso había ordenado a Díaz Vélez un repliegue en caso de un ataque enemigo para no merma sus efectivos, lo cual podría poner en peligro ulteriores decisiones.
El gobierno insistió el 3 de mayo en el cumplimiento de las instrucciones que le imponían la entrada en acción, reconviniéndole por la lentitud con que procedía.
Belgrano tardó siete meses en volver a entrar en contacto con el grueso del ejército realista, que tuvo así tiempo para reponerse y prepararse tanto con vista a la defensa como para la ofensiva.
Belgrano aludió en su respuesta el 12 de mayo a los recursos económicos de aquellas regiones, sin transportes, a las distancias enormes que debía recorrer y en las que no podía contar con auxilio alguno.
Discutió con el gobierno la situación que la infantería casi no tenía calzado ni vestuario apropiado a la estación, la caballería no tenía espuelas ni frenos, la artillería no contaba más que con las cureñas precisas, sin hombres para reemplazar a los muertos, heridos o enfermos.
"No ha habido parálisis en los movimientos —replica Belgrano--, ni en nada de cuanto ha estado a mi cargo, ni mi genio lo permite, ni mi deseo de concluir cuanto antes con la comisión que me reviste, y que me es sumamente odiosa, y que no hay instante que no ansíe por verme libre de ella: es una injusticia, sea dicho con todo respeto, atribuirme el más pequeño descuido, porque no lo tengo"...