La finalización de la guerra civil española en 1939 incide fuertemente en la vida literaria y editorial porteña. Diversos emigrados españoles llegados de la zona republicana dan comienzo a un nuevo período en la industria editorial argentina, al participar en la fundación de empresas que rápidamente adquieren notable importancia.
Entre los emigrados españoles estan los casos de Arturo Cuadrado fundador de Emecé Ediciones, Antonio López Llausás en Editorial Sudamericana y Gonzalo Losada en Editorial Losada. Este crecimiento de la industria del libro, con sus nuevos proyectos destinados a un público masivo, y la ampliación del mercado lector, supone una correlativa extensión de las posibilidades laborales de los escritores, que convierten en actividad paralela las funciones de asesor literario, director de colección, corrector de pruebas, lector, y sobre todo, traductor: Emecé, con Borges, Mallea y Bioy Casares; Sudamericana, con Ramón Gómez de la Serna; Losada, con Francisco Romero, Guillermo de Torre, Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña; Hachette, con Rodolfo Walsh.
Asimismo, se incorporan nuevos géneros literarios destinados a un público masivo: durante la década del cuarenta el género policial adquiere gran masividad con la aparición de importantes colecciones que publican policiales de autores extranjeros y nacionales. En 1945 Borges y Bioy Casares crean para Emecé la colección "El Séptimo Círculo"; la editorial Acme Agency lanza sus colecciones "Rastros" y "Pistas", destinadas a un público menos sofisticado, que incluye más escritores nacionales; y "Hachette" impone dos colecciones de excelente nivel: "Serie Naranja" y "Evasión", en las cuales colabora Rodolfo Walsh, en su múltiple condición de lector, traductor, antólogo y autor. En estas colecciones se privilegia la novela policial de enigma de origen anglosajón, caracterizada por su sometimiento a rigurosas normas de construcción, por su ordenamiento en torno a un enigma que debe ser develado conforme a ciertas pautas de congruencia lógica y por la figura de un detective que se maneja con el exclusivo socorro de la inteligencia, sin apelar a indicios materiales, recursos sobrenaturales o trucos evidentes.
Durante estos años, es posible reconocer la existencia de un conjunto de autores que, con una voluntad explícita de elevar artísticamente el género, apuestan a consolidarlo en su versión nacional a través de la creación de un ambiente argentino: Borges y Bioy Casares (bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq) publican Seis problemas para don Isidro Parodi en 1942; Leonardo Castellani (1899-1981), Las nueve muertes del Padre Metri (1942) y Las muertes del Padre Metri (1952); Bioy Casares, El perjurio de la nieve (1944); Marco Denevi (1922-1998), Rosaura a las diez (1955); Manuel Peyrou, El estruendo de las rosas (1948), La noche repetida (1953) y La espada dormida (1954); y Rodolfo Walsh (1927-1977), Variaciones en rojo (1953), entre otros.
Asimismo, la década del cuarenta asiste a la consolidación del género fantástico, cuyos mayores exponentes se agrupan alrededor de la revista Sur y producen las mejores obras del género. José Bianco, secretario de redacción de Sur desde 1938 hasta 1961, publica en 1941 Sombras suele vestir y en 1943 Las ratas, dos relatos breves que se inscriben en la línea diseñada por Henry James: ambigüedad del lenguaje, uso muy elaborado de la perspectiva desde la cual se narra el relato, historias fuertemente equívocas, con omisiones deliberadas y escamoteo de informaciones que permitan fijar un sentido unívoco. Más estrictamente vinculados a los procedimientos del género fantástico son los relatos de Santiago Davobe (La muerte y su traje, publicado después de su muerte, en 1961), Manuel Peyrou (El estruendo de las rosas, 1948; La noche repetida, 1953; y Las leyes del juego, 1959), preocupados por la construcción de climas extraños y misteriosos, con efectos sorpresivos y complejidades lúdicas; y Enrique Anderson Imbert (El mentir de las estrellas, 1940; Las pruebas del caos, 1946; y El gato de Cheshire, 1961), cuyos cuentos presentan una realidad ordinaria que se ve interrumpida por un hecho sobrenatural donde se transgreden las leyes físico-naturales y las normas de la lógica.
Es en la década del cuarenta cuando Borges publica sus relatos más importantes: El jardín de los senderos que se bifurcan, (1941), Ficciones (1944) y El Aleph, (1949), a través de los cuales su obra aparece ligada a la actitud vanguardista en su cuestionamiento de los modos convencionales del relato y la intensificación de los procedimientos que señalan la índole ficticia, puramente verbal del texto. Borges propone una literatura construida en el cruce de la cultura europea con la inflexión rioplatense del castellano en el escenario de un país marginal. De allí la elección de una materia narrativa de segundo orden (relatos policiales, historias de piratas y delincuentes) y la reescritura de esas fuentes que cuestionan la originalidad a través de la parodia, la ironía y la distancia. Los textos de Borges surgen siempre de otros textos previos: las tramas de sus ficciones se superponen con otras tramas, varían historias propias o ajenas, sostienen que toda escritura es la variación de otra escritura o lectura previa. Asimismo ponen en escena una representación no fundada en la mimesis referencial dado que, en lugar de una referencia externa a los textos, Borges propone a la biblioteca como condición de la literatura.
Sosteniendo principios estéticos similares, la obra de Bioy Casares comienza con La invención de Morel (1940), y a ella le siguen Plan de evasión (1945), La trama celeste (1948) y Las vísperas de Fausto (1949). En estos primeros textos, Bioy Casares apela centralmente a los procedimientos de los relatos policiales y fantásticos como antítesis formal al caos de la experiencia humana: "Ambos géneros —afirma Bioy Casares — exigen una historia coherente, es decir, un principio, un medio y un fin. Nuestro siglo propende a la romántica veneración del desorden, de lo elemental y de lo caótico. Sin saberlo y sin proponérselo, no pocos narradores de estos géneros han mantenido vivo un ideal de orden, una disciplina de índole clásica. Aunque sólo fuera por esta razón, comprometen nuestra gratitud". En 1954, con El sueño de los héroes, Bioy Casares abandona los escenarios remotos y decididamente artificiosos y erige su historia en el ámbito de Buenos Aires: en una geografía barrial porteña sus textos entremezclan situaciones inusitadas o hechos fantásticos, sin descuidar la reconstrucción realista de la ciudad, de sus tipos y, centralmente, de los diferentes registros del habla coloquial. Inicio de un fantástico cotidiano o fantástico costumbrista que reaparece en sus novelas posteriores Diario de la guerra del cerdo (1969) y Dormir al sol (1973), y en sus libros de cuentos: El lado de la sombra (1962), El gran Serafín (1967), El héroe de las mujeres (1978), Historias desaforadas (1986).
Si en la elección de géneros y en su concepción de la literatura los escritores cercanos al grupo de Sur trabajan con las mismas hipótesis, la literatura de Silvina Ocampo se diferencia notablemente del tono y el decoro de Borges y Bioy Casares en la fascinación por la crueldad y por revelar el otro lado de la moral de la clase de la cual proviene: "En los relatos de Silvina Ocampo —señala Borges— hay un rasgo que no alcanzo a comprender, ese extraño amor por cierta crueldad inocente u oblicua; atribuyo ese rasgo al interés, al interés sorprendido, que el mal inspira en las almas nobles. El presente, dicho sea de paso, acaso no sea menos cruel que el pasado, o que los distintos pasados, pero sus crueldades son clandestinas". Sus cuentos (Viaje olvidado, 1937; Autobiografía de Irene, 1948; La Furia, 1959; Las invitadas, 1961; Los días de la noche, 1970; Cornelia frente al espejo, 1988) se caracterizan por la presencia de narradores incompetentes que no diferencian el bien del mal y son incapaces de dar cuenta de sus actos; son narradores distantes de toda valoración ética, a través de los cuales se expulsa toda pauta social.
Son textos que se alejan de cualquier forma de realismo a través de una exageración que corroe sistemáticamente estructuras y lenguaje tradicionales, y que denuncian las convenciones que rigen la visión del mundo que los origina.
A finales de la década, se inicia la obra narrativa de dos escritores ajenos a cenáculos y grupos: Leopoldo Marechal (1900-1970) y Ernesto Sábato (1915). Marechal publica en 1948 Adán Buenosayres, extensa y compleja novela, punto de partida de una renovación estética en la prosa por la incorporación de diferentes niveles del habla coloquial, monólogo interior, simultaneidad de relatos, condensación del tiempo de la narración, pluralidad de voces, estilos y géneros contrapuestos. A esta novela le siguen El banquete de Severo Arcángelo (1965) y Megafón, o la guerra (1970). Sábato publica también en 1948 su primera novela, El túnel, en la cual inicia una línea de introspección existencialista que reaparecerá en novelas posteriores: Sobre héroes y tumbas (1962), novela de estructura barroca que superpone varias líneas narrativas, y Abbadón el Exterminador (1974).
Leopoldo Marechal
Leopoldo Marechal fue un poeta, dramaturgo, novelista y ensayista argentino, autor de Adán Buenosayres, una de las más importantes novelas de la literatura argentina. Fue bibliotecario, maestro, profesor de enseñanza secundaria y en la década del 20 formó parte de la generación que se nucleó alrededor de la revista Martín Fierro. En la primera etapa de su vida literaria prevaleció la poesía. La publicación de Adán Buenosayres en 1948, exceptuando el comentario elogioso de Julio Cortázar y algunas otras voces entusiastas, pasó en principio completamente inadvertida. Las cuestiones políticas no fueron ajenas a los motivos, considerando la abierta simpatía del escritor hacia el peronismo, en cuyo gobierno siguió trabajando en el campo de la educación y de la cultura. Recibió el Primer Premio Nacional de Poesía (por sus libros Sonetos a Sophia y El centauro) y el Primer Premio Nacional de Teatro (por la obra Antígona Vélez).