La batalla de Junín fue uno de los últimos enfrentamientos que sostuvieron los ejército pueblerinos , realistas y patriotas en el proceso de la independencia del Perú el 6 de agosto de 1824. Su resultado fue la victoria de los independentistas, pese a que en un primer momento los veteranos jinetes de la caballería realista del general José de Canterac cargaron a los regimientos colombianos de tal suerte y modo que el general Bolívar ordenó la retirada persuadido de la franca derrota. Sin embargo, gracias a la iniciativa del mayor peruano José Andrés Rázuri oficial del regimiento Húsares del Perú, que conducía el coronel Isidoro Suárez, cargaron los peruanos con tal ímpetu que consiguieron a sable y lanza aquella victoria. El general Bolívar, de vuelta al campo de batalla, dispuso el cambio de nombre de Húsares del Perú por Húsares de Junín.
Se hallaban concentrados los contingentes patriotas en Pasco cuando llegaron a Canterac noticias sobre esos movimientos y salió personalmente a realizar un reconocimiento con un destacamento móvil de 1.500 hombres y nueve piezas de artillería ligera. Marchó por Tarma hacia Pasco, por la margen oriental del lago Junín; llegó del 4 al 5 de agosto a Carhuamayó y se encontró con el ejército de Bolívar en Pasco, que avanzaba hacia el sur por el camino que bordea el río Multar° en la orilla occidental del lago. Como ese movimiento podía cortarle sus comunicaciones, retrocedió a toda marcha y el 6 de. agosto acampó en la pampa de Junín, al sur del lago.
El ejército patriota había salido de Pasco el 3 de agosto por el camino de Chacamarca y Diezmo en dirección al sur y, al tener conocimiento de la aproximación de Can¬terac, pasó el río Mantaro frente a Carhuaro para cortarle la retirada a Jauja. Al llegar Canterac a la pampa de Junín, las tropas independientes ascendían por el cordón al este del Mantaro, precedidas por la caballería. Desde las alturas de Chacamarca descubrió Bolívar, que se había adelantado con su estado mayor, que el enemigo se hallaba en el camino a Jauja. Como el resto de las tropas tardaría en acudir, hizo avanzar la caballería para entretener al enemigo. El terreno era escabroso y poco apto para el despliegue; los escuadrones tuvieron que avanzar en frentes muy comprimidos y en varios escalones, en procura de llegar a la llanura para formar la línea.
Los jinetes de Canterac fueron perseguidos hasta las filas mismas de su infantería, donde desoyendo las opiniones de algunos de sus oficiales como la del coronel Dionisio Marcilla, quien había comandado la derecha y padecido menos, que sugerían reagruparse y volver al ataque el general Canterac ordenó continuar la retirada con tal celeridad que en los veteranos e intactos batallones españoles se introdujo el más sensible desaliento. El entonces brigadier Andrés García Camba diría años más tarde que en Junín la brillante y engreída caballería del ejército real perdió todo el favorable prestigio y la ventajosa reputación que había sabido adquirirse en las gloriosas campañas anteriores.
Mientras la caballería patriota descendía, fue vista por el enemigo y resolvió hacerle frente con sus 1.300 hombres a caballo, de los que el mismo Canterac tomó el mando para proteger la marcha de la infantería hacia el sur.
Los escuadrones patriotas tenían dificultades para el descenso en la zona montañosa y el jefe español aprovechó rápidamente aquellos momentos y se lanzó sobre ellos, pero no había reconocido antes el terreno; el ala norte del ataque penetró en la zona pantanosa al sur del lago Junín y los caballos se hundieron, cayendo en una gran confusión; solamente el centro y el ala izquierdá pudieron llegar al encuentro.
Los escuadrones colombianos eran los únicos que habían llegado a la llanura y recibieron la carga impetuosa de los realistas, siendo arrollados por la masa muy superior de los jinetes enemigos, que les obligaron a replegarse en desor¬den, llevando la confusión a las primeras unidades de in¬fantería que ascendía por la cuesta de Chacamarca. El general Necochea, al frente de los escuadrones colombia¬nos, fue herido por siete lanzazos; Bolívar presenció con su estado mayor el choque y el desbande de la caballería, y dio por perdida la acción retirándose hacia su infan¬tería.
Canterac se había comprometido en una carga dema¬siado lejos y había agotado la caballada; su ala izquierda quedó en los pantanos al sur del lago y no disponía de ninguna reserva; pero entre los patriotas surgió improvisa¬damente una.
Cuando los escuadrones patriotas bajaron de Chacamar¬ca estrechando sus frentes por falta de espacio para el despliegue, un escuadrón de húsares del Perú, al mando del coronel argentino Isidoro Suárez, se había introducido en una pequeña quebrada donde esperaba turno para entrar en columna; se produjo en aquellos momentos el choque; los escuadrones colombianos fueron rechazados y Suárez los dejó pasar y dejó pasar a sus perseguidores, y cuando juzgó llegado el momento salió del escondite y cargó por la espalda contra los realistas, acometiéndoles enérgica¬mente a sable. Los patriotas fugitivos, al advertir que los perseguidores se detenían y que eran atacados por la reta¬guardia, rehicieron sus filas y volvieron cara, arrollando ahora a los perseguidores desde todas las direcciones. La caballería española quedó deshecha; la acción había durado 45 minutos y no se disparó un solo tiro. Los vencidos fueron a refugiarse en las filas de la infantería, dejando en el campo 250 muertos y 80 prisioneros.
Desde ese momento, Canterac no se cuidó más que de alejar a sus tropas para evitar todo contacto con los patriotas; abandonó la región de que había sido dueño antes, forzó las marchas y perdió en el trayecto muchos hombres entre enfermos, rezagados y desertores; no se detuvo hasta llegar al Apurimac, donde estableció posiciones para la defensa; el virrey La Serna le hizo llegar una división de 1.500 hombres.
Bolívar avanzó lentamente sin perseguir a los fugitivos, lo cual le habría permitido completar el triunfo de Junín.
Días después del combate entró en Jauja, donde quedó casi un mes, probablemente a la espera de los refuerzos de Colombia; a mediados de setiembre, en vista de que el enemigo había quedado inactivo y el virrey esperaba la división de Valdés que luchaba contra Olañeta, reanudó la marcha hacia el sur, siempre a la espera de los refuerzos pedidos. Se detuvo nuevamente en Challhuanca.
Entretanto el Congreso de Colombia aprobó una ley que derogaba las facultades extraordinarias que se le ha¬bían concedido y lo inhibía para dirigir ejércitos de operaciones en tierras extranjeras; Bolívar acató la resolución del Congreso, delegó el mando en Sucre y regresó a Lima, desde donde pasó a Pativilca, insistiendo desde allí en el envío de tropas de refuerzo.