Facundo Quiroga viajaba a Buenos Aires luego de firmar un acuerdo de Paz con los gobernadores de Salta, Tucumán y Santiago del Estero fue interceptado por una emboscada en Barranca Yaco , lo asesinaron a sangre fría. Nadie duda que fue un crimen político.
Era un secreto a voces que los hermanos Reinafé, dueños de la provincia, miraban con hostilidad y recelo a Facundo y era otro secreto a voces que en su paso de ida a través de la provincia de Córdoba se había elaborado un plan para atacarlo en el monte de San Pedro, plan que falló según parece, porque sus verdugos, por temor, desidia o impericia, llegaron tarde al encuentro.
También rechazó la escolta que Ibarra le ofreció. Quiroga era obstinado, perseverante y valiente.
Estaba convencido de que todavía no había nacido la persona capaz de matarlo de una manera artera y vil.
Luego de hacer noche en la posta de Ojo de Agua, última parada hacia su infortunio, hizo caso omiso a los comentarios del maestro de posta, que con toda precisión advirtió sobre la emboscada que los esperaba en el paraje de Barranca Yaco. No hubo forma de convencerlo. Ni siquiera sirvieron los argumentos y advertencias que el joven Sandivaras, en su afán de ayudar al doctor Ortiz, esgrimió ulteriormente confirmando también el atentado.
Quiroga desoyó a todos, ni siquiera aceptó los pedidos que le realizó su fiel secretario Ortiz. La decisión estaba tomada y siguió camino, desafiando al destino y a los hombres.
Sólo los que estaban persuadidos de que la patria vale más que la propia vida estaban preparados para el sacrificio supremo. Facundo pertenecía a esa estirpe de hombres; sabía que la sola idea del asesinato político significaba la ruptura de las palabras, significaba la liberación de las fuerzas en la pelea descarnada por el poder.
Él ya no quería eso para su patria, estaba empecinado en volar más alto, sus anhelos e ideales se encaminaban ahora a la conciliación y a la construcción.
Sobre esos temas habló con Rosas antes de partir, sobre la organización nacional y la Constitución.
Aunque siempre exista un aventurero mercenario, capaz de levantar con osadía e impertinencia su espada contra la voluntad de las mayorías y del destino (ya que toda vida históricamente importante debe convivir con la contracara de un Judas), realizar un crimen político no es fácil. Requiere mucha logística, mucha preparación y mucha inteligencia. Es una misión difícil y quien la lleva adelante necesita de un fuerte apoyo político.
La galera, lanzada ya a su destino anunciado, siguió avanzando raudamente hasta que fue interceptada por una patrulla de soldados a la voz de "¡Alto!", orden acatada, dado que el viaje no era secreto, sino que por el contrario formaba parte de una misión oficial.
El general asomó su cabeza desde el interior de la galera para enterarse de las novedades y recibió como respuesta el traicionero disparo del capitán Santos Pérez, que le perforó el ojo izquierdo dejándolo sin vida.
Lo que vino después fue de una vileza propia del hecho que se acababa de cometer: saqueo, robo de ropas y degüello para todos, para peones, postillones e incluso para un niño de doce años, sobrino de uno de los soldados de la partida que, en su intento de defenderlo, fue también asesinado por su propios compañeros.
Quiroga yacía cubierto de sangre, guardaba en el bolsillo de su chaqueta la Carta de la Hacienda de Figueroa, que reflejaba la idea que él encarnaba ahora, la de otro país, un país que se quiere alejar de la violencia, para encaminarse hacia la paz y hacia la organización definitiva.
Quiroga sabía que su aporte a la patria era tan trascendente que valía tanto en vida como en su muerte, por eso no quiso torcer su destino, porque su existencia hacía rato que ya no le pertenecía, formaba parte de la ilusión de crear una Patria grande.