Los cambios climáticos de la Tierra han sido procesos naturales y paulatinos. Sin embargo, en el siglo XVIII la historia comenzó a cambiar más velozmente. El hombre, que ya poblaba vastamente el planeta, necesitaba cada vez más alimentos, ropas, muebles, casas, caminos... Se comenzaba a mantener enormes ganados y se cultivaban grandes extensiones de tierra. Y para aumentar la existencia de todo tipo de bienes se desarrolló compulsivamente la producción industrial. Cada año, nuevas máquinas aceleraban y automatizaban el trabajo del hombre, comenzando a hacerlo cada vez más reemplazable.
Pero todas estas máquinas necesitaban energía para funcionar. Para obtener esta energía, comenzaron a usarse los combustibles fósiles carbón, petróleo y gas natural. Las locomotoras funcionaban con carbón, el alumbrado de muchas ciudades se obtenía con gas o con lámparas a petróleo.
Este siglo fue llamado "de la Revolución Industrial", y muchos pensaron que sólo traería beneficios para los seres humanos. El problema fue que, al quemar los combustibles fósiles, se produjeron grandes cantidades de gases invisibles que se expandieron por la atmósfera. Las enormes plantaciones, el mantenimiento de animales y las talas de bosques también generaban gases. ¿Qué tipo de gases?: gases de invernadero.
Desde la Revolución Industrial y debido a las demandas cada vez mayores de energía y de lucro, cada año se incorporaban más y más gases de invernadero a la atmósfera. Desde el siglo XVIII, la cantidad de estos casi se ha duplicado y nuestra atmósfera se está volviendo más densa elevando la temperatura de la Tierra en 0,6 grados desde entonces.
Ahora bien, una atmósfera más densa significa un aire más caliente. Esto ya no es un proceso natural, sino un cambio climático provocado por el ser humano. Según los científicos, el resultado más probable es el calentamiento global: la temperatura de la Tierra aumentaría entre 1,5 y 6 grados Celsius dentro de los próximos 100 años. |