Los jefes de estas misiones fueron hombres de recia envergadura moral e intelectual, llamados cariñosa y respetuosamente «Padre Viejo» por los indios guaraníes, porque en las aldeas ejercían a la vez la función de párroco y de alcalde.
Los jefes de estas misiones fueron hombres de recia
envergadura moral e intelectual, llamados cariñosa y respetuosamente «Padre Viejo»
por los indios guaraníes, porque en las aldeas ejercían a la vez la función de
párroco y de alcalde. Uno de estos animosos jesuitas fue el padre Antonio Ruiz
de Montoya; nacido en Lima, hijo de un capitán del ejército español, ingresó en
la Compañía de Jesús en 1606, cuando contaba 21 años. Se especializó en el
estudio de la flora y la fauna de Guayrá, escribió una monografía sobre la yerba
mate, compiló un diccionario y una gramática de la lengua guaraní, y fue además
un excelente cartógrafo.
También tuvieron un papel destacado dos sacerdotes de
origen italiano: José Cataldino y Simón Mazeta. El padre Cataldino llegó a
Guayrá en 1609 y, hasta su muerte a la edad de 82 años, se dedicó íntegramente
a la evangelización y el cuidado de los indios en San Ignacio Mini. En un
tiempo tuvo a su cargo todas las misiones paraguayas y pasó también algunos
años dedicado a la conversión de los indios del Uruguay. Sin tener
conocimientos técnicos de arquitectura bosquejó y construyó las iglesias de la
zona y de otros lugares. El padre Simón Mazeta había nacido en Nápoles y fue
destinado a las misiones. También murió en la aldea, a los 66 años. Un colega
suyo que le sobrevivió escribió un libro sobre su vida ejemplar.
Según
consta en los archivos de la Compañía de Jesús, en 1614 había 119 jesuitas en
Guayrá y el Paraguay; al cabo de poco tiempo vivían en San Ignacio Mini más de
dos mil indios, y unos cuatrocientos escolares eran instruidos por los
sacerdotes en la doctrina cristiana; en 1611 se bautizaron los primeros indios.
Los jesuitas introdujeron el cultivo del algodón y los guaraníes aprendieron a
tejer sus propias telas; vestían como europeos, criaban ganado y, convertidos
en hábiles carpinteros, construyeron bellas iglesias de madera. Llevaban la
existencia de cristianos civilizados. Profesaban hacia los padres Mazeta y
Cataldino, quienes tenían la misión a su cargo, un gran afecto y respeto.
Mientras, a 383 kilómetros de distancia, hacia el Este, surgía una villa que
más tarde sería la dinámica y progresista ciudad de San Pablo.
San Ignacio de Loyola fundador de la orden de los jesuitas